Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Hacer lo correcto

21/08/2020

Siempre me ha gustado escuchar las conversaciones abiertas que mantienen los mayores de nuestros pueblos. Hablan desde la templanza que otorga estar curtidos tras tantas batallas libradas. Contaban su pesar por la incertidumbre actual. «¿Te sirve a ti la política?» -se decían-. «Uno no sabe ya ni qué pensar, ni a quién creer, ni para dónde tirar», apuntaban con desazón. Cuando no hay claridad y seguridad (véase la indefinición ante el comienzo del curso escolar), la gente sufre. Y la desesperación de las personas, pudiendo evitarse, es inadmisible. Estos días estaba releyendo ‘Meditaciones’ de Marco Aurelio y esta charla me hizo reflexionar sobre el legítimo valor de la política: servir a las personas, con mayor intensidad, cuanto más dura sea su situación. Y máxime hoy, cuando la angustia persiste. Este emperador, artífice del periodo de paz más largo que ha conocido el imperio romano, ha pasado a la historia como el dirigente ideal. Noble, benevolente y sabio, sostenía que la política es el arte de hacer lo correcto. Su obra alumbra las cualidades elementales del político auténtico: convicción, cooperación y compasión. Rasgos que han latido con fuerza en los mandatarios que mejor están gestionando la pandemia. Políticos con gran brillantez para fijar la estrategia, desde los recursos y los tiempos exactos, con efectos sólidos. Estos perfiles directivos existen, pero no abundan. Necesitamos gestores hábiles, alejados de las ocurrencias inútiles o la vanidad. No podemos permitirnos la mediocridad. 
Hacer política difiere de apostar al póker. Hay que levantarse de la mesa de juego y mirar a los ojos de la gente. Porque la política es, por definición, el mayor acto de honestidad al que se compromete un ser humano, en favor de los otros. Estar en la piel de los ciudadanos, para tomar las mejores decisiones. Urgen excelentes gestores (por encima de ideologías y partidos). Personas firmes y compasivas. Con ese liderazgo que emerge como manifestación poderosa del sentido común. No es tolerable que sigan pululando políticos interesados, exclusivamente, en lucir su palmito o en crispar para mantenerse a flote -nieve, llueva o escampe-, desde un nivel de mezquindad escandaloso. La razón de ser de la acción directiva (a cualquier nivel) está en solucionar los problemas acertadamente, generando espacios de confianza y prosperidad consistentes. Y para eso hay que querer y saber. Capacidad y bondad para definir -con puntería- qué hay que hacer, cómo y cuándo hacerlo. Mandatarios competentes para estar a la altura de cada momento.
Esta es la esencia política que han practicado, sin ruido, los alcaldes de los pueblos. Votados por su carisma (y no solo por las siglas del partido), siempre centrados en solucionar obstáculos cotidianos, por pura vocación. Una experiencia, sin duda, por la que deberían pasar todos los aspirantes a presidir un país. Su sentido de la utilidad es hoy la nueva identidad de la política de vanguardia. En tiempos de recesión, como los actuales, donde se agudizan las necesidades, hay que economizar. También en política. Por eso el mérito debe posicionarse como un valor superior a cualquier otro parámetro. Hacer lo correcto es el umbral del nuevo liderazgo político. Es el secreto del éxito gubernamental que tan magistralmente manejó Marco Aurelio y que ha calado en tantos grandes líderes. Fíjense en lo que apuntaba Martin Luther King: «Nunca, nunca tengas miedo de hacer lo correcto, especialmente si el bienestar de una persona está en juego. Los castigos de la sociedad son pequeños en comparación con las heridas que infligimos a nuestra alma cuando miramos para otro lado». Quien tenga oídos, que oiga. Nos merecemos esta esperanza.