Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


Esperar lo inesperado

16/06/2023

La esperanza es la emoción más transformadora que ha existido en la historia de la humanidad. Los pueblos, en todas las épocas, han sido movilizados por la esperanza. Llevar a la gente hasta alcanzar sus deseos sigue siendo un mensaje político seductor. Por algo el ancla es el símbolo universal de la esperanza, representando la seguridad, la firmeza y la salvación que deben facilitarnos los que se dedican a administrar el bien común. Realizar la esperanza proclamada es lo que distingue a los líderes auténticos de los líderes absurdos. Decía el escritor Oscar Wilde que "esperar lo inesperado es señal de un espíritu profundamente moderno". Creo que esta es una de las claves fallidas en esta nueva era: que no se comprende el estado de ánimo de la sociedad. Buena parte de la clase política está llevándonos a un nivel de saturación máximo, a través de sus tácticas egoístas para mantenerse en el sillón. Y esto, claro, promueve la desafección porque hace sentirse a cada ciudadano insignificante. De ahí también que, en las últimas elecciones municipales, los españoles hayan votado más por expectativas que por reconocimiento, como si un relevo político garantizara la tranquilidad social (al menos lo intentaremos, parece decir el sentir colectivo). Es tal la cota de confusión actual, que se vota más por temor o por expulsión, que por agradecimiento. Pero la esperanza no es una ilusión puntual, es un acicate para luchar hasta el final, sin rendirse, hasta que los sueños se puedan tocar. Implica, por lo tanto, un sentido de comunidad, de batalla conjunta, de propósito, de precisión, de compasión, de destino sanador, de valentía, de compromiso y de pasión. Los partidos, a lo largo de la historia, han utilizado la esperanza para atraer a las masas. Pero no siempre era esperanza lo que prometían (solo hay que recordar los estragos del fascismo o del marxismo). Por eso, es fundamental distinguirla entre el montón de anuncios que nos lanzan unos y otros, en este tiempo revuelto. No es lo mismo la esperanza que el cambio o que la utopía, mensajes políticos utilizados hoy por los distintos partidos. Es más, ante esta nueva campaña electoral, el espacio de la esperanza no está siendo defendido eficazmente por ninguno de ellos. 
La esperanza está en el relato de la líder de Sumar, Yolanda Díaz, que repite la palabra como un mantra. Pero, hoy, su discurso está más cerca de la utopía, porque algunas de sus ideas parecen prefabricadas, sin olvidar que ha fundado su partido desde un hecho rotundo de exclusión.  La esperanza es un destino compartido por construir, el mayor propulsor de fe. En política, no hay nada más poderoso, ni más definitivo. Tampoco la esperanza es solo el cambio, que es lo que defiende en su comunicación electoral el Partido Popular, combinándolo con el voto de castigo y de repulsa a Pedro Sánchez. Pero el cambio es un primer peldaño hacia la esperanza. El cambio es el reemplazo de una cosa por otra, de la que se intuye algo mejor. Pero el cambio por el cambio es un proceso de poder incompleto, si no hay evidencias de esa esperanza. Una esperanza que hoy significa entregar a la gente paz social y directrices sólidas que permitan superar la desigualdad y alcanzar un progreso duradero. El cambio por sí solo no es suficiente. También el Partido Socialista tiene abandonada en su comunicación política a la esperanza, dando más protagonismo a la melancolía. Pero esta emoción termina transmitiendo un desinterés paralizador del voto. La ciudadanía solicita hoy una política tejida de tranquilidad, de medidas testadas -y no solo cacareadas- y de alegría. Construir la esperanza es el mayor deseo de este nuevo tiempo. Fíjense en el jaleo al que nos están sometiendo estos días con la pelea por un puesto de salida en las listas electorales, por los pactos de gobierno retransmitidos como una corrida de toros y por la permanencia de candidatos en las mismas posiciones, década tras década, sin más resultados que mantenerse inmóviles al son que toque su partido. Estas son las consecuencias de la política cateta que hay que desterrar porque, ante lo inaceptable, hay que rebelarse siempre. De ahí que el cambio sea el motor de persuasión electoral más decisivo en estos momentos. Pero, cuidado, porque lo que se pide es una transformación en la forma de practicar la política, favoreciendo la convivencia entre los españoles.  Y eso supone modificar muchas cosas, si se quiere devolver la confianza a la población. Me acuerdo ahora de políticos como Angela Merkel, que no presumía de sus proyectos y los hacía viables con una serenidad sanadora. Estos son los políticos necesarios y los que viven del cuento los prescindibles. Porque de ellos jamás podremos esperar lo inesperado.