Imelda Rodríguez

Punto cardinal

Imelda Rodríguez

Especialista en Educación, Comunicación Política y Liderazgo


La cultura de la grieta

26/01/2020

La felicidad de la población infantil es un indicio que revela la potencia del estado de bienestar de un país. Que se lo digan a Dinamarca, reconocida por la máxima satisfacción que disfrutan sus niñas y niños. No en vano, se sitúa entre las 5 naciones más felices del mundo, según el World Happiness Report, una publicación anual de las Naciones Unidas que mide la felicidad en 156 países. A la cabeza, Finlandia, Dinamarca y Noruega, de los que se aleja significativamente España, que ocupa la posición 30. La Educación, así suele desprenderse de las conclusiones de este informe, es uno de los factores decisivos para generar espirales de modernidad y prosperidad económica. ¿Qué hace Dinamarca para favorecer esta felicidad? Primeramente, centrarse en lo fundamental. Por eso, es referente en medidas de corresponsabilidad laboral y también en una política educativa que fomenta el pensamiento constructivo desde una pionera individualización del aprendizaje. Educan solo para el talento. Su posición en el ranking de la felicidad no es casualidad (casi nada en la vida lo es). Tampoco parece una casualidad la crispación política constante que soporta la ciudadanía española. Ahora ha tocado el turno al llamado ‘pin parental’ que, sin entrar a valorar el calado de este debate, considero que debe abordarse dentro de un concepto de renovación honda de nuestro sistema educativo (nunca de forma aislada). Lo que de verdad necesitamos es centrarnos en procurar conocimiento competitivo y profundidad del aprendizaje en nuestros niños (la OCDE ya nos ha alertado sobre este déficit). Amplificar cualquier debate ajeno a lo esencial –y máxime en un ambiente de gresca– es un retroceso para la vanguardia educativa. 
No conviene quedarnos rezagados ni permitir que transite la epidemia de la incoherencia. Tampoco podemos aceptar que se instaure lo que –permítanmelo– denomino como la cultura de la grieta, esa tendencia a rasgar las dimensiones que impulsan el progreso de un país, como es la Educación. Tengamos presente que si llenamos nuestra política educativa de ideología, terminaremos por vaciarla completamente de conocimiento. Y en lo que debemos implicarnos es en dotar a nuestros alumnos de las capacidades y del saber importantes, que les servirán para emprender cualquier acción exitosa durante el resto de sus vidas. Justamente, esta cultura de la grieta distorsiona esta dinámica. Porque está más centrada en destruir que en construir, más atenta a las formas que al fondo, más vigilante de lo superfluo que de lo esencial. Y atender lo esencial es el primer signo de responsabilidad política. Las grietas atentan contra la solidez y la unidad. Por eso propongo, con inteligencia, precisión y firmeza, trabajar a favor del optimismo. Incluso desde las fisuras, podemos alcanzar un mayor estadio de felicidad para un país con tanto potencial como el nuestro. Batallemos a favor de la ilusión. Ese compositor de almas, que era Leonard Cohen, así lo advirtió: «Hay una grieta en casi todo; es así como entra la luz». Que nada detenga la luz que merecemos.