Contarlo también cura

A. G. MOZO
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Verónica, Raquel y Mercedes son tres vallisoletanas con cáncer de mama. Su relato mezcla el optimismo y el afán de normalización de la enfermedad

Verónica Rioja, Raquel Carnicero y Mercedes Casado posan para El Día de Valladolid. - Foto: Jonathan Tajes

El día que Raquel se enteró de que tenía cáncer de mama, sus mellizos eran solo unos bebés de cuatro meses. Para ella, lo peor no fue pasar por el quirófano, ni las doce sesiones de quimioterapia que recibió, sino renunciar a tenerles en sus brazos. El otro día, un mes después de la última quimio, vomitó la cena: «Esto del cáncer se vende a veces como que es todo happy (feliz), pero es que la gente no habla de la realidad y, claro, cuando vas y esperas que sea todo guay, te das cuenta de que es muy duro; y es decepcionante», admite esta mujer de 48 años, madre de una joven de 17 y de esos mellizos por los que renunció hasta al reservorio de la quimio, a riesgo de «terminar con las venas del otro brazo quemadas».

Es esa parte que Raquel Carnicero dice que «no se cuenta». «Los primeros que debemos dar la cara somos los enfermos y normalizar la situación. Que la gente sepa que yo tengo peluca, que un mes después de la última sesión de quimio he vomitado una cena, que me queda una pestaña... Hay que ser muy positivos, hay que contarlo, porque ayuda; y normalizarlo». «El apoyo de la familia y de los amigos es clave», apostilla.

Mercedes Casado también cree que contarlo ayuda a superar la enfermedad. Ella tiene 42 años y dos niños de 13 y 7, y terminó hace cinco meses la quimioterapia, tras una doble operación que acabó con una mastectomia. Fue ella la que se había detectado un bulto, pero no se atrevía a dar el paso de consultarlo con su médico; cuando fue, le hicieron en un día todas las pruebas (mamografía, ecografía y biopsia): «Todo empezó en julio de 2017, me operaron en un mes para quitarme el bulto, pero después de  analizarlo se tomó la decisión de quitar todo. Aún así, lo peor fue la quimioterapia», confiesa Mercedes, que espera fecha para la operación de reconstrucción del pecho. «Yo al llegar a casa, me puse frente al espejo y me dije ésta soy yo, estoy así y lo importante es que estoy aquí», recuerda con entereza.

«Mi familia y mis amigos me han apoyado un montón. Todos me han dicho que el hecho de verme tan fuerte les ha ayudado también a ellos. Desde el primer momento, he puesto la palabra cáncer sobre la mesa y se lo he dicho a toda la gente. Porque, sí, el contarlo me ha ayudado a llevarlo mejor, a tirar adelante, a afrontarlo...», añade.

Verónica Rioja es la más joven. Tiene 39 años y terminó hace uno el tratamiento para su cáncer de mama, pero aún le quedan otros cuatro hasta recibir el alta. Dice que «dar consejos es muy difícil», pero si tuviera que regalar uno a alguna mujer en su situación ese es que «huya de la terribilización»: «Es muy fácil dejarse llevar por lo que te dice la gente, pero lo mejor no es imaginar, porque cada caso es un mundo. Rechazar la terribilización de esas personas que cuando se lo cuentas casi te pone un pie en la tumba, porque el cáncer, ahora mismo, es otra cosa, no tiene nada que ver con lo que pasaba hace unos años y, al final, muchas veces, es peor lo que te cuenta la gente que lo que tú vives desde dentro».

En su caso, ese temor inicial lo vivió multiplicado, por saber bien lo que es un cáncer de mama, en la persona de su madre, que falleció a los 60 años: «Lo peor es la fase de incertidumbre hasta que sabes qué tienes y concretan el tratamiento que, en mi caso, tras la operación, fue quimioterapia y radioterapia».

EL SISTEMA SANITARIO. Pese a ello, solo tiene palabras de elogio para los profesionales sanitarios con los que se ha topado desde aquel enero de 2016: «Me trataron todos fenomenal, la verdad». No opina igual Raquel, quien cree que «hay un 10% de profesionales a los que le falta humanizar el trato». «Ir a la la quimio es duro y te colocan con frialdad. Y, por ejemplo, nadie te cuenta que si no te pones hielo en las uñas se te caen y a veces no hay hielo para todos», detalla.

Para Begoña (57 años y la única que ha declinado fotografiarse), el momento más duro fue cuando se lo dijo la ginecóloga: «Se te viene todo encima, porque no sabes qué es lo que tienes ahí, ni qué ocurrirá...». «Siempre me había dado mucho miedo. La palabra cáncer no me atrevía a decirla, en eso me ayudó la AECC», halagos a la asociación en los que coinciden las cuatro.