Estamos en época festiva. Muchas localidades de nuestra región, de mayor o menor tamaño, celebran estos días sus fiestas patronales. Hay algunas peculiaridades, relacionadas con patronos locales; pero lo más notorio es la referencia a la Virgen de septiembre, esa que apunta al 8 de septiembre como fecha más señalada. En la tradición rural que histórica y culturalmente nos caracteriza en tantas cosas, también en lo festivo, estas fechas de septiembre se relacionaban con la terminación de las faenas agrarias del verano, aunque eso dependía de los lugares en concreto. Hay sitios donde esperaban al fin de la vendimia para ponerse en fiesta; en otros lo hacían con la Virgen de agosto, recién terminada la cosecha; y en muchos otros se adelantaban a esas tareas, tomando como patronos a San Juan y San Pedro, en junio, o incluso a Santiago, en julio. Al fin y al cabo, todas las opciones, o la mayoría, tenían que ver con eso, con el ritmo que imponía la naturaleza y las labores a realizar.
Lo que me llama la atención es que esta variedad festiva en las fechas esté acompañada por una variedad, incluso mayor, en el contenido. Y me van a permitir un ejemplo: hay una zona en el amplio espacio de nuestra tierra en la que no hay fiesta sin encierros taurinos; no sé si se la puede situar al sur del Duero, o en las provincias de Valladolid y Segovia principalmente, pero sí sé que en Palencia, que es mi provincia de origen, por seguir con el ejemplo, no hay prácticamente encierros taurinos en ningún lugar. Estando tan cercanos unos y otros, y con tantas similitudes culturales y sociológicas, tiene curiosidad que haya diferencias tan significativas entre provincias limítrofes. Y si bajo un poco más la lupa y la sitúo en mi pueblo natal, que es Saldaña, casi podría concluir que lo más importante de las fiestas, recién celebradas, son las procesiones de nuestra patrona, la Virgen del Valle. Dije una vez, pregonando las fiestas, que habría que probar a suprimir una verbena y a añadir una procesión. Y no oí que nadie protestara el cambio.
Bendita diversidad y bendita tradición, que nos da a cada uno identidad y arraigo, que son esas características que nos vinculan a un lugar, a una historia, a una gente.