Fernando Aller

DESDE EL ALA OESTE

Fernando Aller

Periodista


Hay esperanza

17/11/2023

Vivimos tiempos de asombro y preocupación. Pasmo porque muchos creíamos superada la visceralidad colectiva a la que estamos asistiendo en las últimas semanas e inquietud porque es difícil el pronóstico sobre el final de las algaradas, sean políticas o de cualquier otra índole. Es fácil encender la mecha, pero incierto la deriva y el final del fuego. Lo peor es que los políticos que alientan las algaradas y abisman a la población al precipicio de la intolerancia, con el consiguiente riesgo para la convivencia, se irán de rositas. Jalean el enfrentamiento cobardemente desde la trinchera. Utilizan en beneficio propio su colectivo de paniaguados, lo cual podría resultar comprensible, y sobre todo intoxican un número nada despreciable de personas con algún trauma del pasado, respetables por tanto en su sufrimiento, y a una masa informe de gente con escasa capacidad para el pensamiento crítico y el discernimiento. La violencia verbal es la antesala de la agresión física y quien utiliza la primera ha de ser considerado culpable penal de sus temidas consecuencias.
La pregunta que cabe hacerse es si lo que nos muestra la televisión cada noche es la representación real de las dos Españas del pasado, si perviven los mismos fantasmas de la intransigencia, si la tan mentada y ensalzada Transición política ha sido aniquilada por la ambición desmedida de políticos sin escrúpulos.
Los manifestantes de la calle Ferraz de cada noche copan horas de televisión, pero queremos pensar que la imagen sobrexcitada y reiterada distorsiona la realidad. Juan José Toharia, catedrático de Sociología, ha dicho estos días que los españoles afortunadamente no están tan divididos como los políticos. El ochenta por ciento de la sociedad española «añora la Transición», una etapa que «los encuestados asocian a una época en la que se defendían las ideas, pero se llegaba a acuerdos esenciales». Más de la mitad de la población no vivió directamente aquellos años tras la muerte de Franco, prueba de que en las nuevas generaciones hemos sabido inocular concordia y no la intolerancia. Afortunadamente hay espacio para la esperanza.

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