Alfonso González Gaisán

No perder ripio

Alfonso González Gaisán


Náufragos del mercado

07/04/2023

La gran oferta de productos nos permite disfrutar de las posibilidades de elegir, aunque esto tiene la contrapartida de perder todo lo no escogido. La inmensa variedad de cualquier objeto deseado nos convierte en náufragos del mercado, en seres perdidos en su vasta opulencia.
La compra de la cosa más nimia entraña una reflexión previa a la decisión. Así la elección de un simple flexo o una lámpara de mesa requiere decantarse previamente por la bombilla deseada, a día de hoy parece claro que tipo led. Las dudas no acaban aquí: ¿de cuántos grados de luz en la escala de luz cálida o luz fría, que cada fabricante define? ¿Yel casquillo?, (lo normal) el tipo E-27 puede ser el habitual, pero la oferta es tan amplia que la duda persistirá más allá del hábito. No parece mal consejo ir pertrechado de la lámpara fundida cuando de reponer se trata.
Lo dicho en la elección de la bombilla podemos prácticamente generalizarlo a cualquier demanda del consumidor, y en la mayoría de las ocasiones para la elección de productos u objetos de poca trascendencia, al menos económica.
La elección de un vehículo en la actualidad exige un máster desde el inicio: nuevo, de ocasión, km. cero, de segunda mano… pago al contado, leasing (arrendamiento con opción de compra), renting (alquiler a largo plazo)… para luego pasar a elegir marca, modelo, tipo de combustible o mezcla entre todos los posibles: gas, gasoil, gasolina y eléctrico enchufable o no… 
Otra cuestión que va unida a esta variedad es la ¿necesaria? publicidad para dar información, cuando no tentación, al consumo indiscriminado. La desaparición en la televisión pública (española) de la publicidad, ahora telepromoción, lo experimentamos como un desahogo que nos permite no perder el hilo de la película. Ahora bien, los innumerables brazos de la propaganda diaria nos ahoga de información ¿somos capaces de digerir tanta? 
Si continuamos con las televisiones privadas, nos desesperamos ante la imposibilidad de saber el tiempo de duración del programa en cuestión, y no digamos si se trata de una película con un mínimo contenido, tenemos complicado seguir el hilo argumental.
De puertas afuera pero sin pisar aún la calle, montones de pasquines sesgadamente divulgativos, en su mayoría de poderosos supermercados, se apelotonan junto a los buzones ante la indiferencia de la mayoría. Eso sí, en todos los formatos a cientos de tintas. ¡Que viva la ecología!. Y ¿qué decir del omnipresente plástico? Su coste debería ser lo suficientemente alto para disuadir al ciudadano de su consumo por sus insoportables costes ecológicos y de higiene y limpieza en todo nuestro planeta.
Ya en la calle desde los grandes tabloides publicitarios hasta los trampantojos de las obras, pasando por los cachivaches que nos informan de la hora y la temperatura acompañando al servicio con su tentador mensaje en video, repleto de cuerpos esculpidos de manera canónica. Son, como tantos otros, objetos de distracción para los viandantes y los conductores, mientras descansan de su necesaria concentración en los semáforos, pues su situación es estratégica para ambos. ¿Y la publicidad de las carreteras? ¿no llegaron a prohibirla, a excepción del Toro de Osborne? Respóndase usted mismo, estimado lector. Solo echo en falta la avioneta que arrastraba la propaganda antes de las corridas de toros en ferias. 
Parece que los nuevos patrones de la publicidad tienen sesgos más ecológicos siempre apoyados en los nuevos cauces digitales, aunque hacen complicado seguir cualquier información o búsqueda en la red, pues el asalto de la publicidad es permanente e infinito. Nuestra pantallas se ven invadidas por continuos flases de tentaciones o de persecución cuando el diabólico algoritmo ha adivinado nuestro más recóndito deseo, a partir tan solo de la simple contemplación de un escaparate o de una incursión informática. A partir de ahí, seremos rehenes de nuestros deseos hasta la saciedad.
Ahora atentos, se acercan elecciones; esperemos que la imaginación se mantenga en nuestros publicistas, y hayan pasado a mejor vida los retratos de nuestros prohombres colgados de farolas y muros. Mejor los conoceremos por sus obras. Más publicidad imaginativa con menos papel.