Es muy probable que las intervenciones en el Congreso del secretario general del PP, Teodoro García Egea, no pasen a los anales del parlamentarismo español, como le ha señalado Pablo Iglesias durante la sesión de control de ayer. En el mismo sentido, tampoco las del líder de Unidas Podemos alcanzarán esa gloria dado que sus provocaciones y sus actitudes chuscas tampoco han revelado una gran altura dialéctica. El Congreso y el Senado han vivido tiempos mejores en cuanto a oradores capaces de convencer con su verbo, apuntillar con su ironía y por la elaboración de discursos que están a la altura de las circunstancias para llevar fortaleza, ánimo y consuelo a los ciudadanos que representan.
Lo peor de las sesiones de control al Ejecutivo es que, por una parte, nadie se sale del guion preestablecido, y por otra desmienten con sus palabras la voluntad manifestada de llegar a acuerdos, aunque sean mínimos, que negocian con discreción porque no les queda más remedio que dar la respuesta que espera la ciudadanía que pide consensos. A todos los parlamentarios parece que les gusta la lucha en el barro, la política con minúsculas que se hace más pequeña aún en esos momentos de los enfrentamientos cara a cara, que convierten las oportunidades de demostrar sus cualidades en la constatación de sus carencias.
Todo porque a la hora de preguntar al jefe del Ejecutivo, vicepresidentes y ministros todos llegan con el mismo librillo, en el caso de los dirigentes del PP, con los “argumentarios” preparados por los equipos de comunicación, que se dedican a repetir con escasas variaciones y que son conocidos desde días antes porque los han reiterado en distintas declaraciones o , entrevistas, de tal forma que, cuando repiten esos razonamientos ante el pleno del Congreso, resultan inanes, del mismo modo que las respuestas de los miembros del gobierno son igualmente previsibles, con los “argumentarios” de sentido contrario acompañados de actitudes que van desde el desprecio a la soberbia y en las que aplican, más que el ‘no saben’, el ‘no contestan’.
Fracasada la ofensiva judicial del PP para hacer de la manifestación feminista del 8-M en Madrid –exclusivamente en Madrid- el origen de la pandemia, el foco se ha trasladado a las discrepancias sobre el número de muertos por la COVID-19, como si el número real no se fuera a conocer nunca –que ya se conoce por distintos registros oficiales-, y a señalar al aeropuerto de Barajas como la causa de los posibles rebrotes con consecuencias imprevisibles. Como tanto la portavoz parlamentaria del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, como García Egea realizaron el discurso esperado, sus intervenciones solo sirvieron para demostrar que con ellos no hay posibilidad de encontrar puntos de encuentro entre el gobierno de coalición y el principal partido de la oposición. En lugar de insistir en la mano tendida que ofreció Pablo Casado prefirieron la lucha a garrotazos con la tesis conocida de la utilización de las víctimas.
Pablo Casado no se molesta en reconducir esa situación, deja a los segundos espadas que mantengan viva esas peleas insustanciales mientras encarga a otras personas de su confianza con mayor peso específico y conocimientos acreditados como Elvira Rodríguez o Ana Pastor –a veces también baja a la arena de los gladiadores-, que trabajen los acuerdos económicos y sanitarios.