El pasado 18 de marzo, los españoles nos quedamos atónitos cuando fue Mohamed VI, a través de una misiva oficial, nos enteramos de que España había dado un giro radical a su tradicional política sobre el Sahara. Todo se hurdio en silencio, en secreto, sin encomendarse a nada ni a nadie con el remate, por parte del Gobierno, que no había pasado nada, que no había giro alguno. Ahora, cuando está a punto de cumplirse tres meses de aquella decisión, Argelia ha decidido denunciar (romper?) el acuerdo de buena amistad y cooperación firmado hace veinte años.
Peor no se han podido hacer las cosas. Imposible imaginar que un presidente de Gobierno, nada menos que en un asunto de Estado especialmente delicado, actúe como ha actuado Pedro Sánchez y lo que mal empieza, mal acaba y en política mucho más.
A día de hoy estamos a la espera de unas razones convincentes que nos ayuden a entender lo que ha ocurrido, por qué ha ocurrido y por qué se ha hecho como se ha hecho. La prueba clara de que esto es así la tuvimos el miércoles en el Congreso cuando al presidente no logro convencer ni a propios ni a extraños. Ni a quienes le acompañan en la legislatura ni a los que le estorban. Soledad palmaria ante una decisión de política exterior que hubiera requerido, cuando menos, de conversación, primero con su propio Gobierno, y, por supuesto, con el principal partido de la Oposición.
Ni por asomo, el presidente ha mantenido las formas exigidas en democracia y la ausencia de las mismas dañan seriamente a la propia democracia y en este caso que nos ocupa, coloca a España en posición de clara debilidad. Ni hay muestras claras y contundentes de que Marruecos vaya a cumplir con lo que se nos ha dicho que se comprometía y por dar la razón a Mohamed en medio de un oscurantismo sin precedentes, nos encontramos con que Argelia, país también estratégico para España, ha respondido de manera tajante y de manera contraria a nuestros intereses. El ministro Bolaños dice que no hay ruptura, solo suspensión de manera que quien no se consuela es porque no quiere. Más vale que no edulcoren la situación porque para España, se mire por donde se mire, es nefasta.
Desconozco el alcance que en términos económicos pueda tener la posición argelina pero si parece obvio que el presidente, que no España representada en el Congreso,aviniéndose a los deseos de Mohamed no ha hecho más que multiplicar los problemas. Ni hay garantías de que Marruecos cumpla_ no se puede hablar de Ceuta y Melilla y de su españolidad para no molestar a Rabat_ y para que no faltara nada, Argelia responde en términos inquietantes. En el documento hecho público el miércoles por la tarde por el gobierno argelino ruptura no se hace una salvedad expresa del suministro de gas a España, de manera que podemos esperar cualquier cosa, máxime cuando, si algo le sobra a Argelia son clientes para comprar ese gas que si no nos lo cortan si elevarán su precio.
En este caso no es la oposición ni la llamada mayoría de progreso quienes ha sacado los pies del tiesto. Ha sido el Presidente que parece haberse olvidado de que hay pasos que es mejor, más democrático, darlos en compañía y no en la perfecta y temeraria soledad comprometiendo no a su Gobierno sino al conjunto de España.
Algún día nos enteraremos de por qué tanto secreto, de por qué nos tenemos que enterar por Rabat y no por Moncloa del giro dado en relación a Sahara. Algún día nos enteraremos de por qué es imposible hacer las cosas tan mal como se han hecho. Peor imposible.