«El dinero que recibe la investigación en España es ridículo»

Óscar Fraile
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La vallisoletana Eva Hernando Monge, reciente Premio Castilla y León en Investigación Científica, lleva casi 25 años trabajando en Estados Unidos para descifrar por qué se producen las metástasis

La investigadora vallisoletana Eva Hernando trabaja desde hace casi 25 años en Estados Unidos. - Foto: Rod Lamborn for Accenture Interactive

Lleva casi un cuarto de siglo en Estados Unidos, donde investiga por qué se produce el proceso de metástasis en el cáncer. No obstante, no olvida su Valladolid natal, la ciudad donde empezó su carrera de Química y a la que vuelve «cuatro o cinco veces al año». En breve lo tendrá que hacer otra vez para recoger el Premio Castilla y León de Investigación Científica y Técnica e Innovación, concedido recientemente por la Junta. Eva Hernando, de 52 años, cree que el apoyo a la ciencia debería estar al margen de los colores políticos y ser la base del crecimiento de un país.

¿Qué significa para usted este premio?

No es un premio más, es muy especial. El hecho de que sea por mi trayectoria como investigadora durante tantos años y que venga de la comunidad autónoma donde nací y crecí lo hace especialmente importante para mí. Es un enorme honor y una gran responsabilidad para seguir trabajando.

¿Cómo podría resumir el trabajo que realiza en Estados Unidos desde hace casi un cuarto de siglo?

Soy lo que llamamos aquí una 'bióloga del cáncer'. Estudiamos los mecanismos que hacen que las células normales se alteren y que den lugar a un tumor. Pero mi laboratorio se centra no tanto en el inicio del tumor, lo que llamamos la tumorogénesis, sino más bien en el paso de diseminación. Una vez que el tumor primario se ha formado, aunque muchas veces pueda ser removido quirúrgicamente, en un porcentaje de casos, dependiendo del tipo de tumor, puede ocurrir que haya células que escapen y que empiecen a crecer en otras partes del cuerpo. Este proceso, que conocemos como metástasis, es el que más se asocia a la mortalidad de los pacientes.Cuando el tumor llega a otros órganos, como el pulmón, el hígado o el cerebro, es mucho más difícil de controlar porque se vuelve más agresivo y resistente a terapias. Mi laboratorio se ha centrado en entender por qué algunos tumores metastatizan y otros no, y para ello hemos utilizado como modelo de trabajo el melanoma, que es uno de los tumores más agresivos.

¿El objetivo final, una vez que se comprenda el proceso, es evitar que la metástasis se produzca?

Efectivamente. Hay tres objetivos. El primero es intentar entender por qué unos tumores metastatizan y otros no, y ver si podemos, desde el momento del diagnóstico de ese tumo primario, clasificar a los pacientes por su riesgo de metástasis. Si desde el principio sabemos el nivel de agresividad del tumor, podemos adaptar las decisiones terapéuticas. El segundo objetivo es prevenir que ocurra. Si sabemos el mecanismo que determina que unos tumores sean más agresivos, podemos tratar de impedir que esa diseminación ocurra en un estadío temprano. O, incluso, si ya hay células que se han diseminado, pararlas antes de que formen una metástasis. Y el tercer objetivo es, después de que se haya producido la metástasis, ver qué podemos hacer para que no comprometa la vida del paciente. Para ello hay que entender qué hace a las células sobrevivir en un tejido hostil, porque no es el tejido inicial en el que se formó el tumor. Entender qué las hace adaptarse a otro organismo nos puede llevar a comprender qué talones de Aquiles pueden tener y atacar esas vulnerabilidades.

¿Cómo ha sido el proceso para llegar a tener su propio laboratorio en Nueva York?

En la carrera científica se empieza siendo un estudiante de doctorado que forma parte de un equipo, como yo lo fui en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid. Después hay que seguir con la formación. No basta con tener un doctorado. Hay que tener una estancia postdoctoral, que yo hice en Nueva York, en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, uno de los mejores centros de investigación y tratamiento del mundo. Cuando uno termina esa etapa de formación, si ha conseguido ciertos logros y ha hecho contribuciones científicas con ideas interesantes, se pasa a lo que llamamos etapa independiente. Al investigador se le da unos recursos para que ponga en marcha un pequeño laboratorio, que es el germen de otro mayor que uno va formando poco a poco, consiguiendo fondos adicionales del Gobierno, fundaciones privadas, etcétera. Ese es el modelo de trabajo aquí, que potencia la independencia, es decir, que cada investigador sea capaz de llevar adelante sus ideas y atraer fondos.

En España es muy recuerrente la figura del investigador que se tiene que ir al extranjero para desarrollar una carrera alejada de la precariedad. ¿Fue su caso, o su llegada a Nueva York fue fruto de la casualidad?

No hay nada de casualidad en todo esto, hay un plan muy determinado. Hace 24 años todos sabíamos que si no te ibas de España no había posibilidad de llegar a ser investigador independiente. Tuve compañeros que se fueron a Inglaterra, a Alemania, etcétera, pero la mayoría se fue a Estados Unidos. Vinimos con la intención de hacer una estancia de tres o cuatro años y es cierto que la mayor parte de mi generación regresó a España, a las universidades o a los centros de investigación que se estaban formando en ese momento. Algunos se encontraron en una situación muy precaria, sin un plan de continuidad. Yo estuve en esa encrucijada, volver o quedarme, pero las oportunidades profesionales que se abrieron para mí en Estados Unidos eran incomparables a lo que me ofrecía España. Más continuidad y certeza de poder plantear un proyecto de futuro. Y eso fue muy atractivo, aunque es una decisión que conlleva un importante sacrificio: alejarte de tus seres queridos y tu modo de vida. Pero con el tiempo he formado mi propia familia aquí. La inversión en ciencia en Estados Unidos es más robusta y continuada, en España está más sujeta a los vaivenes de la economía, no es un pilar. En época de crisis, lo primero que se recorta es la ciencia y la cultura. Es una visión corta de miras, porque esta inversión al final devuelve mucho dinero al país. Lo hemos visto con las patentes de las vacunas contra la covid y con otros fármacos que pueden levantar el PIB de un país. Tenemos que cambiar esa mentalidad y concienciar a los políticos y ciudadanos de que la ciencia y la investigación son bases fundamentales del desarrollo de un país.

La inversión en I+D+i en España fue en 2022 del 1,44% del PIB. No ha dejado de subir en los últimos años, pero sigue lejos del 2,12% que se ha marcado como objetivo para 2027. ¿Las cifras en EE.UU. son similares?

No sé exactamente qué porcentaje del PIB va a la ciencia, pero puedo asegurar que es mucho mayor que esas cifras. La sociedad americana defiende la investigación porque sabe que los grandes avances vienen por ahí. Además, adicionalmente a la financiación gubernamental, existen muchas fundaciones privadas con muchos fondos aportados por las grandes fortunas y los ciudadanos de la sociedad civil. Es decir, no dependemos únicamente de la financiación del Estado. Ese modelo híbrido es fundamental. 

¿Hubiera sido imposible desarrollar en Europa una carrera como la que ha hecho en Estados Unidos?

Imposible, no. Querer es poder. Soy de las personas que piensan que, con trabajo y esfuerzo, siempre se sale adelante y se pueden conseguir los objetivos. De hecho, tengo compañeras que son investigadoras exitosas en España. No me cabe la menor duda de que se puede hacer buena investigación en España. ¿Qué hubiera pasado conmigo? Es imposible saberlo.

¿Cómo se financia su laboratorio?

Es una financiación híbrida. La mayor parte de los fondos viene del National Cancer Institute (NCI), pero también recibo mucho del Departamento de Defensa, que tiene un programa muy sólido sobre melanoma. Además, otros fondos proceden de fundaciones privadas, como la American Cancer Society, la Alianza de Investigación del Melanoma, The Big Foundation, etcétera.

El jurado que le ha concedido el premio ha tenido en cuenta su impronta en las nuevas generaciones de investigadores. ¿Cómo es su trabajo en esta ámbito?

Es uno de los aspectos más importantes de mi trabajo y de los que me produce más satisfacción. Me gusta ser mentora, tanto de mis propios estudiantes como de otros estudiantes de doctorado. Estoy en muchos tribunales de tesis e invierto mucho tiempo en dar asesoría a las nuevas generaciones, con especial interés en las chicas que están empezando.

¿Qué aplicaciones prácticas han tenido hasta ahora sus investigaciones?

Estamos dando los pasos para desarrollar un test clínico que permita aplicarse a pacientes para determinar el riesgo de metástasis. Esto conlleva muchos pasos de validación clínica. Y, en el aspecto terapéutico, hemos encontrado algunas dianas moleculares nuevas y todavía estamos en ensayos preclínicos para estudiar dosis y combinaciones de ese tratamiento con otros ya existentes, para poderlo aplicar en pacientes. El proceso es lento. Pasan muchos años desde que se tienen las primeras evidencias a moverse a modelos preclínicos y, de ahí, a los ensayos. En eso estamos.

¿Qué consejo le daría a un joven que quiere dedicarse a la investigación en España?

Al final, no nos sirve de nada quejarnos. Si alguien tiene la ilusión de trabajar en este campo, le alentaría a que persiguiera ese sueño. Es uno de los trabajos más apasionantes que existen. Yo nunca me voy a la cama sin haber aprendido algo nuevo, y eso no es algo que pueda decir todo el mundo en su trabajo. Estoy rodeada de gente inteligente que trabaja para hacer avanzar el conocimiento y eso hace que el ambiente sea muy enriquecedor y estimulante. Hay que dejar al lado la autocompasión y sabernos privilegiados. Es importante que los estudiantes vayan fuera para que vean cómo se piensa en ciencia en sitios donde los recursos no son limitados, donde el límite a lo que puedes pensar es tu imaginación y creatividad. Y, en ese momento, que decidan qué hacer, si quedarse o volver. La ciencia no tiene banderas ni pasaporte, lo que yo hago aquí, espero que repercuta a la salud de pacientes de todo el mundo.

¿Cómo frenaría la fuga de talentos y la dinámica de que tantos jóvenes se formen en España para que después acaben desarrollando su trabajo para otros países?

Yo creo que esa es una visión equivocada. Uno no trabaja para un país, trabaja para la ciencia, para mejorar el conocimiento. Yo no siento que esté trabajando para Estados Unidos. Pero es cierto que España tiene que tener un compromiso con la ciencia a largo plazo en el que estén de acuerdo políticos de todos los signos, y que no se vea alterado por un cambio en el Gobierno. Hay que meter más dinero la ciencia y apoyar a los grandes talentos. Yo veo mucha dificultad de mis compañeros en España para conseguir un proyecto y después reciben una cantidad de dinero que es ridícula.

¿Mantiene contacto con sus raíces vallisoletanas? 

Voy muy a menudo porque allí está mi familia. Siempre he ido, como mínimo, dos veces al año, y ahora que mis padres están mayores, cuatro o cinco. Valladolid es todavía mi casa.

¿Se plantea volver algún día?

Es complicado, por razones personales. Mi esposo no es español y eso lo hace más difícil. Él es mexicano y también tenemos que ir a México a menudo. En la vida nunca se puede decir que no a nada, vamos a ver qué nos depara el futuro. Sí que me gustaría ayudar más a la ciencia española, estar a disposición de los compañeros. Por ejemplo, una profesora de la Universidad de Valladolid me ha invitado a participar en unas jornadas para mujeres investigadoras el 19 de abril. Y allí estaré. Si puedo ayudar a mi país a levantar la ciencia, allí estaré siempre.