Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Barbie

16/02/2024

Atreverse con el libro El Mal de Rüdiger Safranski solo podía ser el preludio de un intenso dolor de cabeza. Tras su lectura, me he sentido reconfortado por varios aspectos. El más obvio consiste en dar gracias a Dios por no ser un salto de célula intelectual, porque cuando las notas a pie de página o la Wikipedia no resuelven tus dudas, respiras tranquilo. Sorprende cuántos individuos extraordinariamente inteligentes y cultos han vivido existencias patéticas.

La segunda idea es que la inmensa mayoría del planeta secunda planteamientos tan incomprensibles como absurdos; así que necesitan un poco de tiempo para recapacitar o que se les acabe el dinero. Es probable que pase antes lo segundo que lo primero, porque el colectivo es extraordinariamente resiliente y respetuoso al poder. Una cosa es ser anarquista y otra aprender a decir no, el elenco de alternativas es suficientemente amplio para encontrar respuestas válidas.

Para avanzar en esta noble tarea hay que tener muchísimo cuidado en evitar a sujetos y literatura aparentemente recomendable. Hasta casi el final, Nobleza de espíritu de Rob Riemen, iba camino de ser uno de esos libros impactantes que marcan a un lector, hasta que empezó el ataque. No es como El Giro de Stephen Greenblatt, el cual desde el principio transmite un ardoroso anticatolicismo; pese a que religiosos de esa misma iglesia dedicasen su vida a proteger una cultura que no les era propia y moralmente censurable.

Esta contradicción es común en muchos intelectuales. Defienden posturas morales cuyas consecuencias prácticas están enfrentadas a su impulso vital. No se puede defender la libertad de expresión en la misma frase en la que justificas la censura. No se puede hacer un alegato de la gordura mientras cuestionas las dietas no mediterráneas. O pensar que la salud mental y las drogas son compatibles.

En el libro del principio, queda claro que han existido sujetos que han reflexionado sobre la libertad y no siempre han llegado a buen puerto. Más evidente es que estamos rodeados de individuos que apoyan causas y argumentos que no son capaces de entender.

Hay que limitarse a conceptos que todos podamos comprender y defender. Ese punto de encuentro debería ser la libertad. Una minoría pretende prohibir lo inmoral, pero en esta sociedad líquida el intentar frenar dichos actos está facilitando que nos quedemos sin libertad. Los excesos vitales dejan huellas en el alma y en el cuerpo, pero solo el tiempo las expone. No seamos soberbios.

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