98 días en alarma

A. G. Mozo
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El coronavirus confinó durante siete semanas a una ciudadanía que necesitó otras siete para superar las cuatro fases de la 'desescalada'. La pandemia deja en Valladolid cerca de 5.000 contagiados, más de 1.800 hospitalizados y al menos 600 muertos

Ambulancia y sanitarios en las carpas de triaje del Río Hortega. - Foto: Ical

Noventa y ocho días son ocho millones y medio de segundos, más de 141.000 minutos, exactamente 2.352 horas... También es el tiempo que ha necesitado España para contener una pandemia que ha obligado a mantener activo más de tres meses un estado de alarma que, durante siete semanas, confinó en casa a una ciudadanía que luego ha tenido que emplear otras siete para superar las cuatro fases de un proceso de ‘desescalada’ que llevan al país a esa ‘nueva normalidad’ acuñada por Pedro Sánchez y que estará activa desde este domingo.

Aunque con el final del estado de alarma el control de la situación pasa a manos de las comunidades autónomas, que en realidad serán las que regulen el nuevo día a día, la gran novedad que irrumpe en las vidas de los españoles es el final de las restricciones de movilidad interprovincial después de estos 98 días de reclusión por temor a una mayor difusión del covid-19. Habrá limitaciones de aforo, mascarillas y el metro y medio de distancia para rato, pero ya no habrá estado de alarma.

Todo empezó en la medianoche del 15 de marzo, cuando entraba en vigor el decreto de estado de alarma. A ese primer bloque de dos semanas le siguieron otros seis en los que el sistema fue encajando los golpes del coronavirus y tratando de rehacerse para tratar de superar una crisis que va mucho más allá de lo sanitario. Sólo en Valladolid, más de 37.000 trabajadores se han visto afectados por un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) durante estos tres meses en alarma.

LA CHINA Y EL IRANÍ

Aunque en realidad, el coronavirus llegó un mes antes a Valladolid. Primero, de forma ficticia pero que sirvió para una primera prueba de fuego, la de aquel lunes 10 de febrero en el que una ciudadana china en la zona de Puente Colgante puso en alerta al 1-1-2, Sacyl, Policía... Una falsa alarma que rozó lo cómico por aquello de que la sospechosa había bebido y solo tenía un proceso febril después de haber regresado de ver a su familia en China, pero la gestión de la alerta fue real, usando aquellos llamativos trajes EPI (Equipos de Protección Individual) que, días después, se impondrían en el día a día de unos hospitales blindados, dedicados en cuerpo y alma a la atención de pacientes covid; pero sin suficientes EPI ni mascarillas, inventando hasta puestos UCI. Llegaron a escasear hasta ciertos medicamentos, pero todo se suplió con el ímpetu de la familia sanitaria.

Dos semanas después aquello que parecía una broma se convirtió realidad cuando el jueves 27 afloró el que fue el primer caso de covid en Valladolid, un ingeniero iraní de visita de trabajo en las instalaciones de Cidaut, en el Parque Tecnológico de Boecillo. Acabó ingresado en el Hospital Río Hortega durante varias semanas y al asiático le siguieron una estudiante de Enfermería y una médico que trabajaba en Madrid. El cuarto caso, confirmado el día 12, ya lograba el anonimato, no era más que una cifra, a la que le irían siguiendo otras (casi) cinco mil.

El viernes 13 de marzo, cuando el presidente del Gobierno estaba a punto de anunciar su intención de decretar el estado de alarma y en Castilla y León se cerraban ya los colegios, la Consejería de Sanidad confirmaba en Valladolid otros siete positivos; siete de una tacada para llegar a once. Nada comparado con los 16 del lunes 16 de marzo, los 86 comunicados el siguiente sábado o los 234 del pico del 12 de abril.

LAS CARPAS DE 'PRETRIAJE'

Que el virus estaba en circulación antes de que Sánchez decretase el estado de alarma se ha sabido después, pero los datos de aquella primera semana en alarma no dejan lugar a la duda. Al llegar al día 20, primer sábado en confinamiento, los posibles casos en manos de Atención Primaria se habían multiplicado por ocho, los positivos por cinco y ya había un centenar de personas ingresadas, 17 de ellas en las UCI del Clínico y el Río Hortega, donde empezaban a instalarse unas llamativas carpas destinadas al ‘pretriaje’ para evitar el acceso de posibles infectados al interior de los centros. 

Solo dos semanas después y a pesar de la ‘hibernación’ decretada por el Gobierno, paralizando todo lo que no fuese servicio esencial, la pandemia alcanzaba el pico de la ya famosa curva en Valladolid. El 31 de marzo era el peor día para los hospitales, acumulando hasta 498 pacientes en planta; el 2 de abril era el peor en cuanto a decesos, con 16 comunicados en un solo día; el 3 y el 4 de abril, las UCI tocaban su techo, con 103 pacientes críticos con coronavirus, obligándoles, como en el caso del Hospital Clínico por ejemplo, incluso a septuplicar su capacidad funcional para soportar una presión asistencial que ya era asfixiante y que no se mitigó hasta mayo.

Después, el 23 de abril, llegaba el pico de la curva de los servicios de Atención Primaria, fecha en la que había activos cerca de 8.200 posibles casos que ahora ya son ‘solo’ poco más de dos mil.

LA 'DESESCALADA'

Las cifras se han ido conteniendo a medida que se iniciaba la ‘desescalada’. Así, la provincia entraba en la fase 0 con casi cuatro mil positivos y cerca de doscientos hospitalizados. Al paso a la fase 1 los contagios solo eran medio millar más, mientras que los ingresados habían bajado a 76. Una situación que se mantuvo también en el avance a la fase 2, el pasado 8 de junio, cuando se añadió apenas un centenar de positivos y bajaron a 45 los hospitalizados. Tan bien iban las cosas que la Junta optó por solicitar el paso a la fase 3 solo una semana después, al registrar media docena de nuevos contagios y ver a los hospitales cada vez más cerca de su ‘nueva normalidad’.

El final del estado de alarma se escribe tras estos 98 días en los que la pandemia deja cerca de 5.000 contagiados, 1.800 hospitalizados y al menos 600 muertos.