Garzo se asoma al umbral de lo inefable en su última novela

D.V.
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Ambientada en los Montes Torozos, la obra se erige como un canto de amor al cine y explora "lo que sucede entre dos personas cuando eso que llamamos lo amoroso irrumpe en sus vidas"

Gustavo Martín Garzo. - Foto: Ical

Gustavo Martín Garzo habla de 'El último atardecer' (Galaxia Gutenberg, 19,50 euros), su nueva novela, como si fuera una película. El lapsus se repite constantemente en la conversación, y da buena muestra de cuánto de cinematográfico hay en ella. La magia evocadora y transformadora del cine se respira en cada poro de esta historia, que acaba de llegar a las librerías españolas. En ella confluyen mil "azares extraordinarios" que se han cruzado en el camino del Premio Nacional de Narrativa, en su intento de relatar "lo que sucede entre dos personas cuando eso que llamamos lo amoroso irrumpe en sus vidas".

Ambientada en los Montes Torozos, esos donde el vallisoletano pasaba los eternos veranos de su infancia (en su caso, en Villabrágima), la novela gira en torno a lo inasible y "lo inefable", y es fruto de una exploración sobre la "lengua muda" que los amantes utilizan en los instantes de "embeleso y plenitud", en los que "todo se vuelve significativo, incluso las cosas más nimias". A ese volátil momento se asoma el escritor desde la contención y el pudor, ofreciendo su novela como un "umbral" al misterio, al que invita a acceder al lector.

La protagonista es María, una joven médica que acaba de conseguir plaza y, a la hora de elegir destino, huye de las ciudades que han marcado su vida para encontrar acomodo en Torrelobatón, un enclave castellano que la retrotrae al momento en que, siendo una adolescente, vio junto a su padre en el cine 'El señor de la guerra', la película que cambió su vida. En ella, Charlton Heston encarna a un caballero normando que queda prendado de una campesina llamada Bronwyn (Rosemary Forsyth), y en la novela de Martín Garzo es la protagonista quien queda atrapada por un misterioso personaje llamado Roco, que trastoca sus sentidos y la envuelve presa de la fascinación.

La conexión de Torrelobatón con Charlton Heston, que rodó en ese enclave vallisoletano 'El Cid' cuatro años antes de la película de Franklin J. Schaffner, es lo que empuja a María a elegir su destino, y desde allí comienza a escribir a modo de diario una suerte de "carta al padre" que se convierte en el único asidero del lector. Esa decisión narrativa le ha permitido a Garzo, según explica en declaraciones a Ical, ir enterándose de lo que sucedía "al mismo tiempo que la protagonista". "Abandonar el narrador omnisciente te hace tener las mismas dudas y sentir los mismos asombros que el personaje, porque vas descubriendo todo lo que le está pasando al tiempo que ella", explica.

En Torrelobatón y sus alrededores (también aparecen entre las páginas Torrecilla de la Torre, Barruelo del Valle, La Santa Espina o Camporredondo), la protagonista comienza a experimentar cosas que tienen una rara afinidad con esa película, hasta que a través de un juego de espejos transforma a Bronwyn en una especie de "amiga invisible" con quien empieza a dialogar. La decisión de ambientar allí su relato está relacionada, cuenta Garzo, con su necesidad de anclar la novela en la realidad, teniendo en cuenta que de lo que quería hablar era "de ese momento en el que lo real se transforma en otra cosa, abriéndose al mundo de lo simbólico y la fábula".

"Lo que más me interesa de la literatura no es contar lo que sucede, sino lo que provocan en nosotros esas cosas que suceden. Dar cuenta de la vida de nuestra imaginación", apunta el autor. En ese sentido, 'El señor de la guerra' le abría mil posibilidades en tanto en cuanto empujó al poeta barcelonés Juan Eduardo Cirlot a escribir, entre 1967 y 1971, el ciclo 'Bronwyn', un compendio de 16 libros de poemas inspirados por el personaje de Rosemary Forsyth, que para Garzo es "una de las obras más extraordinarias, singulares y extrañas de la poesía española del siglo XX". "En realidad es la historia de una locura, la historia de amor con un fantasma, que tiene mucho del misterio y la oscuridad de Edgar Allan Poe, en su capacidad de vincular el amor y la muerte", detalla.

La fascinación es uno de los grandes temas de la novela y las alusiones cinematográficas son constantes en las páginas de 'El último atardecer', desde la película de Robert Aldrich que le presta su título (una historia de amores imposibles entre una adolescente y un pistolero asesino) hasta ''Al final de la escapada', 'Rocco y sus hermanos' o 'Primavera tardía'. "Las películas me han acompañado a lo largo de toda mi vida. Incluso me atrevería a decir que las películas que he visto han sido más importantes para mí que los libros que he podido leer. El cine forma parte de mi vida de una manera tan íntima que, de una forma completamente natural, también ha invadido la vida de la protagonista de la novela", apunta.

En ese sentido, cita 'El rayo verde' de Rohmer para hacer decir a su protagonista que le gusta la realidad "si puede transformarse en una ficción", una idea que a su juicio condensa "el poder del cine y lo que buscamos al vivir: que las cosas que nos pasan se puedan transformar en algo cercano a la fábula". "Yo creo que en el fondo la misión del arte es darnos a ver cosas, sacarnos de la realidad más inmediata y abrirnos a ese otro mundo, a esa otra realidad", reflexiona.