"En todos los pueblos de Valladolid hay tesoros escondidos"

Javier M. Faya
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Iván Muñoz, autor del libro 'Al pie de la Centinela, Velliza y su patrimonio', hace un rendido homenaje al mundo rural con un retrato sobre este pueblo

El experto en patrimonio Iván Alonso. - Foto: J. Tajes

Un pueblo sin memoria, sin sus raíces, su cultura, sus tesoros, sus bailes... no es un pueblo. Por eso es tan importante la labor de Iván Muñoz que, tras 'Una joya desconocida, la iglesia de san Juan de Ante Portam Latinam de Arroyo de la Encomienda' (2021) y 'Entre dos ermitas y una iglesia, Piña de Esgueva' (2022), recorre las calles de Velliza en su último libro, 'Al pie de la Centinela, Velliza y su patrimonio', que, como los otros, lleva el sello de la Editorial Spica Siglo XXI. El lector podrá descubrir en sus páginas, que contienen más de 350 fotografías, el origen de las fiestas, tradiciones y devociones de esta localidad vallisoletana, así como el carácter de sus vecinos. 

Licenciado en Derecho y Administración de Empresas, responsable de Recursos Humanos de una empresa privada... Y ahí le veo defendiendo el patrimonio en tres libros. ¿Quizás haya una especie de vocación frustrada y pudo más la cabeza que el corazón?

No es una vocación frustrada. Hay que saber diferenciar el mundo laboral y profesional de las aficiones, aunque en parte estén relacionadas. Y para todo hay que buscar su espacio de tiempo. Sin embargo, el carácter investigador y crítico que se adquiere con estas titulaciones universitarias resulta muy útil para aplicarlas en este ámbito de la escritura. 

¿Qué es eso de 'la Centinela'? 

Tiene dos puntos de vista. Por un lado, es una zona de Velliza, muy cerca de la ermita de Nuestra Señora de los Perales. Por otro, el centinela es aquel soldado que vela protegiendo algo y, por extensión, también lo es la persona que vigila. Este libro, por tanto, tiene como objetivo recopilar y ser guardián del patrimonio y la cultura pasada y presente del pueblo, con el fin de que las generaciones futuras no lo olviden. 

¿A quién va dirigido el libro, aparte de a los vecinos? Hablamos de un pueblo de unos 120 habitantes. 

A todo aquel interesado en la cultura y el patrimonio del mundo rural. Y pretende servir de base para futuras líneas de investigación.

¿Qué metodología ha seguido para sacar adelante esta obra? 

En mis trabajos bibliográficos soy bastante sistemático. Por un lado se estudian arquitectónicamente todos los edificios religiosos del pueblo, para, posteriormente, analizar las reformas que se han llevado a cabo a lo largo de los siglos en ellos en pro de conservar el patrimonio hasta nuestros días. Y en el interior se realiza una exposición detallada de todo el patrimonio que albergan (retablos, imaginería, orfebrería, ornamentos litúrgicos...). En este análisis se intentan dejar plasmados el máximo número de detalles. Por otro lado, se analizan las organizaciones y congregaciones religiosas, cofradías que se han sucedido en los templos y que han sido partícipes de la fe pública. A todo esto hay que sumar un estudio sobre el resto de edificaciones civiles, calles, tradiciones y aspectos culturales del pueblo.

Según me cuentan, sus anteriores trabajos tuvieron una repercusión y no solo desde el punto de vista de las ventas. 

Tras la publicación de mis libros, en las iglesias y ermitas que he estudiado, se han realizado labores de restauración. En la iglesia románica de Arroyo de la Encomienda se recompuso una imagen de san Antonio Abad, que permanecía guardada en el olvido en el coro. También la de san Juan Bautista que preside la pila bautismal. En Piña de Esgueva fue restaurado el titular de una de sus ermitas, el Cristo de Balaguer, junto con la imagen del patrón del pueblo, san Antonio de Padua y un Dios Padre Eterno que fue, en otros tiempos, el remate del retablo mayor. En Velliza se están aunando esfuerzos para que la ermita de Nuestra Señora de los Perales salga del estado actual de deterioro que sufre. Por desgracia, los municipios grandes, en los cuales el patrimonio está integrado por el antiguo junto con el de nueva creación, no siempre valoran y conservan el antiguo con la mejor diligencia.

¿A qué se refiere?

Ya que mi primer libro ponía el foco en Arroyo de la Encomienda, me referiré a este municipio. Junto a las plazas, parques o jardines de nueva creación, que si perduran en el tiempo pasarían a ser patrimonio histórico, conviven la iglesia románica y la antigua bodega. Respecto a la primera, goza de un excelente estado de conservación exterior -así lo acreditan numerosas fotografías-, sin embargo, en su interior sería necesario llevar a cabo algunas medidas de restauración. En cuanto a la bodega, a excepción de las escasas visitas que se hacen a su interior cada año, no es, desde mi punto de vista, un espacio cultural lo suficientemente explotado, con actividades adicionales atractivas como podrían ser catas o exposiciones.

¿Existen más tesoros de los que se creen en la provincia?

En todos los pueblos de Valladolid hay tesoros escondidos. En muchos casos son desconocidos hasta por sus propios habitantes. En otros, de tanto verlos, pasan desapercibidos y no los ponen en valor. 

¿Tendrían que estar más protegidos?

Deberían de tener mayores medidas de seguridad a fin de evitar ataques vandálicos. Que en sus interiores hubiera cámaras de vigilancia. Hay que entender que aunque en la mayoría de los casos las puertas de acceso son antiguas, estas deben de ser revisadas con cierta frecuencia. 

¿Por ejemplo?

El caso de la restauración de las puertas de acceso que se hizo en la iglesia de las Angustias de Valladolid; o el de las de la iglesia de la Santa Vera Cruz.

¿La capital 'expolia' de alguna manera a los pueblos?

En la actualidad no. Bien es cierto que, en décadas anteriores del pasado siglo se conformaron parte de algunos museos o incluso sus almacenes con elementos patrimoniales procedentes de los pueblos de la provincia con el interés de que estuvieran correctamente almacenados y recogidos o expuestos debido al mal estado de conservación de los templos que los conservaban. Puede ser este el ejemplo de una imagen de san Pedro que el año pasado tuve oportunidad de ver y que procedía de la ermita del mismo nombre de Piña de Esgueva, cuando este edificio dejó de cumplir sus funciones eclesiásticas.

La lista debe ser interminable.

Es el caso del patrimonio que podemos ver en museos eclesiásticos bajo la etiqueta del municipio de origen del que proceden, junto con las señas relativas a la cronología y el autor. Otro ejemplo es el del patrimonio que se reubica en las iglesias de nueva construcción. Pasa con la talla de una Virgen, que por su posición, puede representar una Inmaculada Concepción, que actualmente se emplaza en la iglesia de La Flecha, pero que pudo proceder de Villabáñez. Ya en la iglesia de La Vega nos encontramos con otra talla de la Virgen que, aunque su anterior depósito había sido el Museo Diocesano y Catedralicio, procedía de la localidad de Villaesper en el municipio de Villabrágima de Valladolid.

¿Y qué sugiere usted para que se conserve el patrimonio provincial?

Que las instituciones no miren de lado a su patrimonio y se realicen labores periódicas de revisión de este. Todo esto con el objetivo de que se reparen las deficiencias oportunas antes de que los desperfectos sean más agravados. 

Dulzainero, redoblante, miembro de agrupaciones de baile tradicional... ¿Ese otro patrimonio vallisoletano, el inmaterial, cree que se conserva bien?

Es un tema complejo de tratar. En lo que a la música tradicional respecta, sí que se está tratando de conservarla, por un lado, y de evolucionarla por otro. Hay escuelas de música, tanto en la capital como en la provincia y en la comunidad, que están haciendo una gran labor en aras de que este instrumento siga perviviendo y no muera en el tiempo. Al fin y al cabo, el objetivo está claro: que no haya ninguna fiesta sin dulzaina. Hay muchos grupos de música que están haciendo, además de esa labor de conservación, un interesante trabajo de evolución e integración de estos ritmos junto con otros instrumentos no procedentes de la música tradicional. Lo mismo ocurre con la pandereta; un instrumento que cuenta con una buena cantera.

Y el baile. 

Ese es otro cantar. 

Y nunca mejor dicho. 

Valladolid puede presumir de ser una de las provincias donde aún se conserva el espíritu que marcó la sección femenina, la estandarización, con la figura cultural de los coros y danzas. Sin embargo, salvo en muy escasas ocasiones, no se están haciendo bien los deberes y no se está recopilando lo auténtico y lo que hace originales y diferentes a nuestros pueblos. Estamos en un momento donde casi todo vale y donde no se aprovecha a la última generación que todavía es testigo de aquella historia. Por poner un ejemplo, podemos considerar parte de nuestro patrimonio la indumentaria antigua, las ropas con que nuestros mayores vestían. En ese sentido, yo creo que no se están poniendo los esfuerzos suficientes por parte de los colectivos encargados de la cultura tradicional para recuperarlo, asistiendo cada vez más a imitaciones que a reproducciones. 

No suena muy bien lo que dice. 

Es que estos grupos, por lo general, valoran mucho más la coreografía que volver a los orígenes del baile en los pueblos. Y en los pueblos la gente bailaba únicamente para pasárselo bien, no para dar espectáculo. 

¿Qué medidas propone entonces para preservar ese rico patrimonio inmaterial que tenemos en la provincia de Valladolid?

Lo primero de todo es que debemos ser conscientes de lo que tuvimos y de lo que nos queda y, a partir de ahí, realizar una profunda labor de estudio y trabajo de campo. Tenemos que aprovechar a la generación de nuestros abuelos, que es la que aún puede recordarlo o, en el mejor de los casos, lo vivió en primera persona. Lo anterior será necesario cotejarlo y ponerlo en relación con las fuentes documentales existentes en los archivos. Una vez que dispongamos de todos los ingredientes, ya es cuando podremos transmitirlo e intentar elaborar proyectos culturales, de tal forma que se pueda acercar al público de una forma atractiva. Esto último no supone que se tenga que caer en inventos sino, simplemente, en darle forma para atraer al público. Resulta frecuente escuchar la expresión «Los grupos de jotas hacen o visten…», y precisamente eso es lo que hay que evitar. Tenemos que recopilar lo que hacían las gentes de los pueblos y no copiar lo que hacen otros colectivos folclóricos. Todos sin excepción debemos recordar el pasado, entender el presente y vivir el futuro.

Usted fue monaguillo de la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en Arroyo de la Encomienda. ¿Ahí nació su amor por las iglesias? ¿Posee de alguna manera cierto fervor religioso? 

Así es, fui monaguillo desde que hice la primera comunión hasta los 15. Más o menos a la par en el tiempo me introduje en el mundo de las cofradías. Soy cofrade de la Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna y de la Cofradía de Nuestra Señora de San Lorenzo de Valladolid, así como de la Cofradía de San Antonio de Padua de La Flecha. De la primera de ellas también he sido vocal de patrimonio durante tres años. No es amor por las iglesias, es entusiasmo por el patrimonio, por lo nuestro. 

¿Qué proyectos editoriales tiene en el horizonte?

Los proyectos nunca se desvelan antes de que salgan a la luz. Siempre surgen, aunque algunos se queden en el camino. Concretamente este año he dejado fuera uno que espero en un futuro poder retomar. Y tengo material de archivo recogido e investigado para poder pasar el invierno escribiendo.