Paseo por el amor y la muerte

PABLO DE CARLOS
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El Museo Thyssen-Bornemisza acoge, hasta el 7 de junio, una retrospectiva de la obra de Paul Delvaux en la que se recorren las principales fuentes de inspiración del pintor surrealista, a través de medio centenar de sus lienzos

El Museo Thyssen-Bornemisza acerca al gran público hasta el 7 de junio la desconocida figura del pintor surrealista Paul Delvaux (1897-1994). Un recorrido temático de medio centenar de obras procedentes de colecciones públicas y privadas con especial mención a la generosa aportación de Nicole y Pierre Ghêne, grandes coleccionistas de la obra del artista, y la mayor parte de la cual se encuentra en el Musée D’Ixellesen en Bruselas.

Delvaux, tras iniciarse como fauvista o expresionista, abraza el surrealismo al conocer la obra de Magritte y Giorgio de Chirico. Su relación, no obstante, no acataría estrictamente los fundamentos surrealistas sino que los adoptaría para crear un mundo propio y personal, situándolo entre el clasicismo y la modernidad, entre el ensueño y la realidad. Su estética, marcada por sus inquietudes personales y sus intereses estéticos, le lleva a crear un universo de seres aislados, solitarios y sonámbulos en unos entornos de trenes o arquitecturas clásicas.

La exposición aborda los cinco grandes temas de tal iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte: Venus yacente, El doble (Parejas y Espejos) como reflejo de su difícil relación con las mujeres, Arquitecturas (Acrópolis) reflejando su gusto por la mitología y la antigüedad clásica, Estaciones evidenciando su inquietud infantil por los trenes y El armazón de la vida como su fascinación por los esqueletos como sustitutos del alter ego humano.

Las primeras salas de la exposición están principalmente dedicadas a la figura femenina. Sin embargo, la relación con el sexo opuesto nunca fue fácil para Delvaux. Tuvo una madre autoritaria, un amor platónico, un matrimonio frustrado… de ahí que su visión de las féminas sea de jóvenes bellas, misteriosas, introspectivas e inalcanzables. Ello lo refleja ya desde 1932 cuando ve una pieza titulada La Venus dormida, tema que ese mismo año representaría y, posteriormente, reinterpretaría con variaciones inéditas. El cuadro de 1932 que puede verse en la exposición está todavía influenciado por la corriente expresionista, como se puede ver en lo grotesco de los rostros y lo sórdido de la atmósfera muy en la línea de James Ensor. Sin embargo, la obra metafísica de Chirico le permitiría indagar más en estas figuras femeninas, situándolas en el plano onírico místico y lejano. La otra vertiente que también aborda en sus lienzos es la de la seducción y el amor tanto heterosexual como lésbico fruto del impacto que tuvo para él una visita a un prostíbulo. Así se presentan mujeres solas o en actitudes cariñosas mostrando su desnudez sin reparos (incluso displicentemente), dando rienda suelta a la imaginación y la exploración de estos temas tabú.

El espejo también da buen juego a sus pretensiones de mostrar la dualidad, el hedonismo o la introspección al mostrar siempre féminas impasibles, inanes y de mirada perdida y su reflejo como búsqueda del yo interior, o de otras realidades lejanas a la tangible como puede verse en Mujer ante el espejo (1936). Merece un apartado especial en este capítulo el doble lienzo de El incendio (1935), lienzo cortado en dos por el propio artista y que, gracias a la labor de Pierre Ghêne, que ha podido conseguir la parte izquierda perdida, se puede de nuevo admirar.

La sala central de la galería está dedicada a otro de los campos de investigación de Delvaux: la arquitectura clásica. Desde niño mostró gran interés por la mitología, y textos como la Odisea o la Ilíada introduciéndolo inicialmente en sus lienzos de 1924 y 1925, pero que abandonaría en pos del expresionismo.

La exposición avanza con otra de las temáticas fetiche del artista: las estaciones. Ya desde los años 20 mostraría especial interés al representar La estación de Luxemburgo en Bruselas como representación de la vida laboral y cotidiana de la época. Será a partir de 1940 cuando asimile la temática ferrovial a sus lienzos recurriendo a tranquilas escenas de trenes, vías y andenes a menudo protagonizado por mujeres que aguardan la llegada del convoy.

Y, por fin, la última sala está dedicada al armazón de la vida: el esqueleto como sustitutivo muchas veces del personaje principal donde, lejos de representar lo macabro o la idea de muerte, en Delvaux, éste es una identidad del alter ego de todo individuo. De ahí que le represente vivo en acciones y posturas cotidianas. Destaca en este apartado la serie de versiones esqueletizadas de La Pasión de Cristo (en la exposición puede verse, La Crucifixión pero también pintó El Descendimiento o El Entierro) que provocará, sin pretenderlo, un escándalo social siendo tomadas como herejía por el cardenal Roncalli, el que luego sería Papa Juan XXIII.

La muestra, si bien es un completo, pero fugaz, recorrido por la obra de Delvaux, elude abusar de las escenas de desnudos resultando algo repetitivo y en ocasiones podría considerarse como una frivolidad machista o incluso sexista. Sin embargo, en contraposición, es una delicia poder comprobar el contraste dentro del surrealismo de ese academicismo que subyace en los fondos escenográficos las arquitecturas clásicas donde enclava las escenas de forma que llega a aliviar tanta reiterada desnudez.

Dado lo desconocido del artista y la falta de explicaciones dentro de las salas, estamos, una vez más, ante una exposición más enfocada a eruditos y conocedores de la obra de Delvaux que para el gran público que la verá como algo fútil, superficial y se quedará en la forma, no llegando a entender el verdadero universo interpretativo que hay de fondo.