Maite Rodríguez Iglesias

PLAZA MAYOR

Maite Rodríguez Iglesias

Periodista


Los fantasmas de la memoria

13/06/2021

En los  aniversarios se alborotan los recuerdos y el ánimo. Los momentos de felicidad desfilan a cámara rápida por nuestra memoria, no vaya a ser que tratemos de subirnos a ellos como unos torpes polizones, y la melancolía se adueña de nosotros al certificar el viaje sin billete de vuelta de los que nos dieron la vida.  La orfandad es un estado permanente, que desnuda sin pudor Manuel Vilas en Ordesa, una carta de agradecimiento a sus progenitores, donde describe el dolor de saber que jamás podrá volver a hablar con ellos, algo que le parece el acontecimiento más espectacular del universo.
La orfandad, como todo en la vida, necesita de un proceso de aprendizaje, que también conlleva una mirada distinta del mundo. Lo que Javier Gomá compara con abrir por segunda vez el gran libro de la vida, que ahora se lee de una manera diferente de como lo habíamos hecho antes, aunque el mundo sea el mismo, antes y después. Eso lo aprendí, por desgracia, hace años, mucho antes de lo que debería haber sido, y en días como el del aniversario del fallecimiento de mi madre (este pasado miércoles) sigo en vela esperando su visita o sentir su presencia. Una sensación que Irene Vallejo equipara a lo que los médicos describen, en los casos de los miembros amputados, como el síndrome del miembro fantasma. En este caso, las ausencias también duelen y los recuerdos son el único paliativo a mano.
Es curioso cómo con el paso del tiempo te inunda la necesidad de recuperar buena parte de tus orígenes, y cómo se acrecienta la necesidad de restablecer los vínculos con los espacios de la niñez, protagonistas de esos recuerdos sanadores. La deconstrucción de los valores y tradiciones de la sociedad nos lleva, en momentos de crisis, a una necesidad de reconexión, que incluye un reconocimiento de realidades y principios de los que renegábamos en la adolescencia.  Y eso he sentido al leer Feria,  de Ana Iris Simón, donde la escritora, que no llega a los 30 años, ya recupera la memoria de su estirpe. El detonante son dos pérdidas: su abuela y su tío. Un dolor que le sirve para bucear en sus recuerdos, pero también para reconducir una vida precarizada, como la de la mayoría de los jóvenes de su generación. Su apuesta es rompedora para muchos: la vuelta a los orígenes, a la España vaciada, donde ella apunta que sus padres vivieron mejor. Una tesis que no se puede generalizar, pero que tampoco se debe politizar porque la esencia es puramente emocional.