De las ya innumerables peripecias que ha ido produciendo el desarrollo de la pandemia desde su iniciación hasta ahora, tal vez sean las relacionadas con el proceso de vacunación las que están creando mayor inquietud entre la población. La vacuna se presentó desde el principio como la solución final contra el virus, y se convirtió enseguida en una aspiración colectiva y en objeto del más intenso deseo. Ya más recientemente, una vez que se conoció que el descubrimiento científico de diversas vacunas era una realidad y que podían empezar a comercializarse con cierta rapidez, toda la atención se centró en el plazo y en la forma en que se fuera consiguiendo la inmunización de un porcentaje suficiente de la ciudadanía. Rápidamente empezaron a circular cifras y porcentajes: cantidades de vacunas producidas, adquiridas, recibidas, distribuidas e implantadas; porcentaje de población inmunizada por tramos de edad y por sectores profesionales de mayor exposición al contagio; expectativas de vacunación a corto y medio plazo, etc., etc. Y todas las esperanzas se situaron ahí, en la confianza en que esta gran operación sin precedentes permitiera recuperar la normalidad.
Sin embargo, esas que llamo peripecias en el proceso de vacunación no han dejado de producirse, incluso de un día para otro en muchas ocasiones. Empezaron por incumplirse compromisos de entrega pactados en los contratos de suministro; siguieron las dudas sobre algunos efectos imprevistos de esa ya mundialmente famosa vacuna de Astra Zeneca, y las consiguientes suspensiones sorpresivas y las reanudaciones en condiciones distintas a las inicialmente previstas; luego también las sospechas de juego táctico en un asunto tan sensible políticamente y de juego competitivo entre laboratorios, marcas y países en un asunto tan sustancioso económicamente. Así que es comprensible que se haya extendido una cierta desconfianza sobre la llevanza de un proceso verdaderamente trascendental.
Estando así las cosas, no hay otra salida que la transparencia, o sea, claridad e inmediatez en las explicaciones, información continua suficiente y, a ser posible, empatía. Hay pocas cosas que no toleren ni un mínimo de confusión; una de ellas es la salud. Y ha habido bastante confusión en todo esto; tanta como para pensar que lo prioritario ahora mismo es la sinceridad.