"Vine de La Paz a Valladolid por una locura de juventud"

David Aso
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Viviana Villavicencio llegó a la ciudad hace 19 años "como turista, para acompañar a una tía que iba a quedarse", pero al final fue ella la primera en echar raíces tras encontrar un trabajo en pocas semanas y dejar la carrera que cursaba en Bolivia

Viviana Villavicencio, en su peluquería. - Foto: Jonathan Tajes

Años en Valladolid: 19.
Profesión: Peluquera y empleada de hostelería.
Comida y bebida favorita: Lechazo y vino tinto.
Rincón favorito: Campo Grande.

Cuentan que las aceras del centro de La Paz están tan abarrotadas como las de Madrid en Navidad, pero todo el tiempo; o que su tráfico rivaliza en caos con el de Nueva Delhi, pero sin las grandes avenidas de la capital india. Allí nació Viviana Villavicencio (1980) y de allí vino hace 19 años; y así cambió La Paz por «la tranquilidad» de Valladolid, pero no sin antes pelearla. Aterrizó en Villanubla en 2005 «como turista» para acompañar a su tía, que era la que tenía clara la idea de quedarse, pero le salió un trabajo en pocas semanas y ya nunca le ha faltado.

Tenía 25 años y «fue un poco una locura de juventud», ya que dejó la carrera de Ingeniería Comercial que estaba cursando en Bolivia. Pasó un tiempo como acompañante de «una señora mayor»: entraba en su casa a las 18.00 horas y no salía hasta las 8.00 del día siguiente. Después cuidando a los niños de una familia que fue la que le facilitó un contrato laboral de un año, y así a los tres de llegar pudo conseguir la anhelada regularización. 

«Mi tía no tuvo tanta suerte, es peluquera y trabajó en varias aquí, pero no le hacían el contrato que necesitaba, no aguantó y al año y medio se fue otra vez a Bolivia». Al cuarto pudo regresar a Valladolid y reguló también su estancia gracias a Viviana, que estudió Peluquería y Estética, se dio de alta como autónoma y le arregló los papeles. Hoy las dos llevan una peluquería en Huerta del Rey, y aparte ,Viviana trabaja de extra en hostelería, donde tan pronto está en la cocina de un restaurante como sirviendo en la sala de otro.  

La vida le hizo dura «sobre todo los primeros años» y más al quedarse sola, pero no deja de apreciar su «suerte». «Tranquilidad» es la palabra que más repite; la que le ha permitido disfrutar del amor de su vida, Nico, su hijo, de 12 años, y criarlo sin perdérselo un solo día ni por el trabajo, «desde pequeñito» en la peluquería. Y aún le queda tiempo para colaborar en el programa municipal de control de gatos callejeros, donde por cierto no sobran voluntarios y anima a participar.

En Valladolid se sintió «muy bien acogida desde el principio», e incluso «encantada» a pesar de las dificultades. Ha tenido oportunidades de mudarse a «Madrid, Barcelona u otras ciudades», pero no cambia la que se ha ganado a pulso: «Una ciudad tranquila donde puedes moverte sin coche», o al volante pero «sin el caos de La Paz», donde ni siquiera se atreve a conducir cuando regresa de visita para ver a su familia, que sigue allí salvo por su tía y por una hermana que vive en Cáceres. «Orden, más derechos laborales, horarios…», son valores que sólo se saben apreciar cuando se ha vivido sin ellos y que, gracias a ella, no le faltarán a Nico.