«Todo empezó todo como un tema de actitud, de rebeldía...»

A.G.M.
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Montse tiene 51 años y su hijo 15. Sus problemas comenzaron cuando el menor tenía «12 o 13» por un cóctel de «rebeldía adolescente» y «exceso de libertad». Participan en el programa Eirene contra la violencia filio-parental de Proyecto Hombre

Montse, madre en terapia de violencia filio-parental de Proyecto Hombre. - Foto: Jonathan Tajes

La historia de Montse es una de tantas que se dan cada día en el silencio de un piso cualquiera. Hijos que se van de las manos casi sin darse cuenta, en el trajín de una vida a la que le faltan horas para estar más tiempo ejerciendo el papel de madre que de trabajadora; la necesidad manda. Y un día sin fecha, de pronto, los gritos se convierten en insultos. Otro, los insultos se transforman en unos golpes a una puerta, a un mueble, en un mando a distancia roto... en una violencia que no llega a ser física, pero que destroza todo. Mucho más por dentro que por fuera.

El hijo de Montse tiene hoy 15 años, pero cree que todo empezó cuando tenía «12 o 13», hasta que dio el paso de buscar ayuda: «Mi hijo lo vio tan normal, porque era algo tan obvio, resultaba tan evidente que teníamos un gran problema, que no fue difícil que aceptase dar el paso conmigo», según recuerda Montse a El Día de Valladolid. Ella no se podía permitir un terapeuta privado, por lo que decidió acudir a su CEAS (Centro de Acción Social) y desnudar su intimidad con tal de conseguir la «ayuda profesional» que ansiaba desde hacía varios meses.

Poco después, Montse estaba entrando en  las dependencias de Fundación Aldaba-Proyecto Hombre y, rápidamente, se les derivó al programa Eirene, de (relativo) nuevo cuño y que lucha contra la violencia filio-parental.

«Todo empezó todo como un tema de actitud, de rebeldía, de comportamiento... cuando tenía doce o trece años, porque ahora las adolescencias empiezan un poquito antes», comenta. «Hay cosas que dejar pasar y luego, tiempo después, te das cuenta de que hay un problema y hay que pedir ayuda», detalla Montse, que resalta las dificultades que tiene la educación «cuando estás sola con tu hijo y eres la única adulta que mantiene la casa»: «Hay que salir a trabajar y, claro, hay muchas veces que mi hijo se queda solo, y eso le daba cierta independencia, pero también un exceso de libertad. Y se te va yendo un poco de las manos, y más en el caos de mi chico, que es muy inquieto».

«Yo solo he sufrido violencia verbal de mi hijo, aunque sí se le ha ido de las manos el tema de golpes contra puertas y muebles, y romper cosas. Pero lo peor de todo es el reto constante, es la desobediencia», confiesa Montse. Ahí aparece la violencia de ciertos videojuegos, así como la «dependencia del teléfono móvil».

«Empezamos con las visitas individuales y ahora estoy en el grupo de padres de familia de ‘resistencia no violenta’. La cosa ha mejorado, pero esto es poco a poco. Esto es entrenar en el no subirte al ring, porque a ellos les sobra poder y energía, y si hay que discutir, ellos van a ganar siempre. Es un entrenamiento continuo, desde el respeto y la tolerancia pero con autoridad», concluye.