Un cine como los de antes

Óscar Fraile
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El Manhattan, la sala de cines abierta más antigua de Valladolid, cumple 40 años. Francisco Heras convirtió un viejo garaje en un referente cultural en el que directores como Álex de la Iglesia y León de Aranoa estrenaron sus primeras películas

Francisco Heras posa en la sala principal de los cines Manhattan, que cumplen 40 años. - Foto: Jonathan Tajes

Francisco Heras no es Steve Jobs, pero tiene algo en común con él. Si la historia del cofundador de Apple estuvo marcada por ese mito que decía que la empresa se creó en un garaje (desmentido hace años por su otro socio, Steve Wozniak), el dueño de los cines Manhattan puede decir que también empezó en un aparcamiento. Pero no en uno humilde situado en la parte trasera de una vivienda de California, sino en un parking público al que accedió en régimen de alquiler a principio de los 80 en la calle Cervantes para transformarlo en la primera sala multicine de la ciudad.

Fue una forma de expandir un negocio que había comenzado unos años antes en su Salamanca natal, con los cines Van Dyck. Como todas las grandes ideas, vino acompañada de algo de inconsciencia, porque Heras entró en este negocio sin saber absolutamente nada. «El cine para mí era ir a la taquilla, comprar la entrada y ver la película», reconoce. Tan 'inocente' era con poco más de 20 años que se hizo con su primer local sin saber si se podía acondicionar como cine, y poco después el arquitecto le dijo que era imposible.

Lo que sí que sabía es que había un nicho de negocio entre los amantes del séptimo arte que huían de las propuestas comerciales y de una cartelera donde triunfaban «la Nadiuska y la Bárbara Rey de turno».

Interior del cine Manhattan, situado en la calle Cervantes.Interior del cine Manhattan, situado en la calle Cervantes. - Foto: Jonathan TajesLas dos salas del Manhattan (la tercera no llegó hasta unos meses después) buscaban otra cosa. «Yo llegué en plena época del destape, pero paralelamente también estaba el cine de arte y ensayo», comenta el empresario. Y ahí es donde se quería ubicar él. Durante el primer año solo se proyectaron títulos en versión original. Nada de palomitas. Nada de publicidad. Nada más (y nada menos) que cine. «Los primeros años fueron complicados y fantásticos al mismo tiempo, tuvimos una acogida absolutamente extraordinaria», dice. Pese a que por entonces la competencia era feroz. «Había unas 40 salas en Valladolid: Lope de Vega, Calderón, Zorrilla, Babón, La Rubia...». Compañeros de viaje, hoy cadáveres, que revelan que el sector vivía por entonces una época dorada en la que ir al cine era toda una ceremonia. Y en la que, por supuesto, no existían las actuales plataformas, ni Internet, en los hogares. Por no existir, no había ni cadenas privadas de televisión.

La profesión también era muy distinta. Hoy 'solo' se trata de descargar una copia digital de la película y proyectarla en la sala, pero por entonces había que manipular grandes bobinas que había que trasladar de un sitio a otro. Y que eran exclusivas. Aunque ahora el espectador está acostumbrado a que la misma película se proyecte en varias salas de la ciudad al mismo tiempo, antes era habitual que solo hubiera una copia. Y si la tenía un cine, no la tenía el de al lado.

Pero lo que más echa de menos Heras de esa época es la forma que tenía de funcionar la industria. Mucho más simple. Puede que no tan profesional, pero sí mucho más cercana. La relación entre los exhibidores, los directores y los actores era tan estrecha que Heras ha llegado a tener durmiendo la siesta en su casa, que está encima del cine, a Antonio Resines y Fernando Colomo antes de hacer una presentación. Después de esa gloriosa época llegaron los representantes, los managers, el protocolo y todo se empezó a perder. «Antes había un círculo maravilloso que ha desaparecido», se lamenta.

Una de las tres salas del complejo.Una de las tres salas del complejo. - Foto: Jonathan TajesEn sus primeros años pasaron por el Manhattan «casi todas» las estrellas del cine español. Por ejemplo, Fernando León de Aranoa, que presentó allí por primera vez su primera cinta: Familia. Lo mismo que hizo un joven Álex de la Iglesia con Acción Mutante. «La película tenía que estar ocho días en las salas para poder presentarla a los Goya, así que la programé un viernes y ese mismo día me llamó la taquillera para pedirme que bajara al cine, porque había allí una gente muy rara», recuerda el empresario. Esa gente 'rara' era el mismo Álex de la Iglesia, que había metido a todo su equipo en un autobús para ir desde Bilbao a Valladolid a estar en el estreno. Y allí se junto con Santiago Segura, que había hecho lo propio desde Madrid para disfrutar del que era su estreno en la gran pantalla.

No fueron los únicos. Heras hablaba hace poco por teléfono con Imanol Uribe para recordar la presentación de Días contados. Grandes recuerdos, como las tertulias con Basilio Martín Patino, Charo López, Pedro Almodóvar, Carmen Maura, Fernando Trueba, Imanol Arias, Ana Belén y Elías Querejeta, entre muchos otros. A veces, si se terciaba, la presentación era la antesala de unas cañas, como las que Heras compartió en varias ocasiones con Paco Rabal.

Cambio de ciclo

Aunque, bien entrados los 90, la situación empezó a cambiar. Primero llegaron los vídeos a casa; después, las cadenas privadas. «Y a partir de ahí empieza una corriente diferente de comportamiento de los espectadores, que empiezan a poder ver lo que quieran a la hora que quieran», dice. Una tendencia que se disparó en los siguientes años hasta llegar a la vasta oferta actual. «Pero en esta vorágine digital que tenemos ahora, en la que los jóvenes ven mucho cine, y a veces en dispositivos tan pequeños con un móvil, cuando les llevas a una sala de cine, viven una experiencia extraordinaria», opina Heras.

Pese a ello, no es fácil llevar espectadores a las salas. Ni siquiera lo es conservar a los fieles de toda la vida. «Hemos perdido mucho público, sobre todo gente mayor de lunes a jueves», dice. Y cree que, en parte, es consecuencia de la pandemia. «El toque de queda se ha quedado institucionalizado emocionalmente, porque ahora Valladolid está desierta a partir de las 21.00 horas, y antes la sesión nocturna era extraordinaria», señala. Así que toca reinventarse, y aguantar el tirón. Respecto a lo primero, el Manhattan ha puesto en marcha una programación de ópera, danza y conciertos que se retransmiten en tiempo real desde lugares tan remotos como New York. Además, en la medida de lo posible, Heras sigue intentado invitar a directores y protagonistas a presentar sus películas como un reclamo más para que los espectadores salgan de casa.

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En la sala de proyección se conserva alguna maquinaria antigua.
En la sala de proyección se conserva alguna maquinaria antigua. - Foto: Jonathan Tajes
Fachada de los cines Manhattan.
Fachada de los cines Manhattan. - Foto: Jonathan Tajes

Aunque el propio cine en sí es un reclamo. El Manhattan conserva el aroma de las salas clásicas, pero con recursos técnicos de última generación. Es una decisión de un empresario que defiende la necesidad de preservar «lo romántico» y de mantener en pie un pequeño refugio, con personalidad propia, para reír, llorar y emocionarse en comunidad.

Optimismo y pasión de un amante de Coppola

Heras es optimista por naturaleza. Pese a lo que llueve y lo que está por venir, él sigue creyendo en este negocio. «El cine es una de las industrias que más millones genera diariamente», dice. Otra cosa es que ese dinero llegue a los exhibidores. Según él, las salas solo se quedan un tercio del precio de las entradas. El resto va para Hacienda y otros impuestos, aparte de sociedades como SGAE. Abrir el cine cada día es muy caro, y los costes de funcionamiento, como la luz y la calefacción se han disparado. «Y eso hay que pagarlo haya uno u 80 espectadores en la sala», dice. Pero también asegura que no se va a rendir. No a estas alturas. Este amante de Coppola todavía cree en la capacidad de seducción de la gran pantalla y en la magia de sentarse en una butaca y olvidarse del mundo durante una hora y media.