«Paso 17 horas al día en redes, me siento más querido ahí»

Óscar Fraile
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Javier recibe tratamiento en Cetras para controlar su «obsesión» por las visualizaciones, 'likes' y seguidores de su cuenta de Tik Tok, donde tiene una audiencia de casi medio millón de personas

Javier mira la pantalla de su teléfono móvil. - Foto: Jonathan Tajes

Algo hizo 'clic' en la cabeza de Javier el primer día que uno de sus vídeos se hizo viral en Tik Tok. Abrió su cuenta con solo doce años, en plena cuarentena y sin muchas expectativas, pero pronto se propuso subirse al carro de los influencers que acumulaban cientos de miles de seguidores. Y empezó a sentir que formaba parte de ellos cuando aquella publicación alcanzó las 2,6 millones de visualizaciones. Después llegaron otras. Más seguidores, más 'me gusta' y una extraña sensación de que nada era suficiente. Si tenía 300 nuevos followers, quería 400. Cuando llegaba a esa cifra, se preocupaba por llegar a 500.

Pese a esa inquietud, en él también crecía la sensación de que sus vídeos de humor gustaban. De que era un personal especial y querida, algo que no le pasaba en la vida real, donde era «uno más» y, además, siempre había sido «el rarito» para los chicos, que se mofaban de él por ser «afeminado». «En el mundo digital me sentía más seguro, porque nadie me juzgaba», recuerda.
Sin embargo, a medida que subió su repercusión, también se trasladaron al ámbito digital todos esos mensajes de odio que antes recibía en persona. «Cuando son tres, no pasa nada, pero en una publicación con 7.000 comentarios, 6.000 llegaron a ser de este tipo», explica. Una situación nada fácil de manejar para un preadolescente. El propio Javier dice conocer a influencers que han tenido problemas psicológicos por esto. 

Pese a estos contratiempos, él siguió adelante con un trabajo constante que implicaba publicar, como mínimo, cuatro vídeos a la semana. Con todo lo que eso implica: pensar en los contenidos, grabarlos, editarlos, hacer un seguimiento de su repercusión, leer los comentarios, etcétera. De algún modo u otro, las redes sociales fueron ocupando cada vez más espacio en su vida, hasta el punto de que hoy, con 16 años, reconoce que dedica 17 horas al día a estas plataformas. Es decir, todo el día. Hasta tal punto ha llegado el problema, que Javier reconoce que tiene muchísimas dificultades para concentrarse en cualquier actividad sin sacar el móvil de su mente. Cuando estudia, mira constantemente el terminal; cuando va al cine, es incapaz de ver la película sin revisar de vez en cuando la pantalla; cuando sale a correr, también lo hace con el móvil. Se puede olvidar las llaves al salir de casa, pero nunca el teléfono. Eso es impensable para él. «Nunca estoy al cien por cien en algo, puedo estar al cincuenta por ciento, pero el otro cincuenta está para mirar el móvil o pensar en él», explica. En los cambios de clase, Javier no suele hablar con sus amigas, aprovecha para repasar las estadísticas de sus vídeos y para ver si alguien le ha empezado o dejado de seguir. Estas cifras son tan importantes para él, que su rendimiento académico baja cuando sus publicaciones no tienen la repercusión que desea.

Pese a todo, en mitad de esta vorágine, Javier encontró un momento para la reflexión y se dio cuenta de que la ansiedad que le provocaban los números no era normal. Y por eso decidió recurrir, gracias al consejo de su hermana, a la ayuda de los profesionales del Centro específico para el Tratamiento y la Rehabilitación de Adicciones Sociales (Cetras). Su objetivo no es dejar las redes. Hoy en día, ni se lo plantea. Pero sí que quiere hacer un uso más «coherente» de ellas. Más racional. Dejar de ser tan esclavo de los números. Y parece que la terapia empieza a dar sus frutos, porque Javier ya ha conseguido relativizar todo lo que tiene que ver con las estadísticas que generan sus más de 400.000 seguidores en Tik Tok. «422.700», responde con una precisión milimétrica, sin mirar el teléfono.

Adelina Bernardo, psicóloga de Javier, asegura que detrás de este comportamiento no hay otra cosa que la búsqueda de la validación, reforzar la autoestima, pero quizá no de la forma más aconsejable. «Tenemos que tener dos surtidores de autoestima, uno interno y otro externo, y ambos son necesarios, pero el primero siempre tiene que ser mucho más grande que el segundo, y tiene que estar basado en el autorespeto, el autoconocimiento y la autoeficacia», dice. Mientras tanto, Javier asiente. Está trabajando en ello después de haber dado el paso más importante: detectar que algo va mal y pedir ayuda para solucionarlo.

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