Una casa familiar en el Pinar de Antequera

M.B.
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Ángel Prieto nos abre las puertas de esta brasería y pizzería con más de dos décadas a sus espaldas, ubicada en lo que fue un bar con un siglo de historia

Lucía prepara una pizza en el Tata Tamberma. - Foto: Jonathan Tajes

Si alguna vez se ha preguntado cómo eran las casas molineras de hace más de 100 años, hay una abierta al público en el Pinar de Antequera. No es que sea un museo, que bien podría serlo. Porque su interior mantiene la estructura de hace un siglo, con las paredes de adobe, el suelo hidráulico, las vigas irregulares en cuanto al tamaño, una bodega en su planta baja... ubicado en la calle Acacias, 1, es el Tata Tamberma, un restaurante especializado en carnes a la brasa y pizzas.

Ya su nombre invita a pensar en algo con historia. «Viene de un pueblo asentado en Togo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cuyas casas son como fortalezas», señala Ángel Prieto, que hace unos 20 años se decidió a cambiar de negocio y a empezar en el sector de la hostelería de la mano de este local.

El Tata Tamberma está en el mismo sitio donde en 1917, «y antes, porque hemos encontrado una licencia de bodegón de algunos años antes», se ubicaba uno de los muchos bares que había en esta zona de la capital, por entonces de cuarteles. «Era una casa molinera con un bar al lado. Era de una familia que, mientras hacía sus labores, atendía a la clientela.Aún se mantiene un ventanuco por donde servía», añade Ángel sobre esa parte de la historia de su restaurante. Por entonces, el bar no daba comidas y eran los clientes los que podían llevarse la suya. 

Ángel Prieto se lanzó a esta aventura después de que Paco y su mujer, la última familia al frente de lo que se llamaba hasta hace veinte años el bar Casablanca, dejasen el negocio. «Hicimos restaurante desde el principio, apostando por las pizzas, por aquello de que he sido de familia de panaderos y conocía el negocio, y por las carnes a la brasa, ya que era una zona para ello», recuerda. En sus primeros años solo se abría para comidas y cenas los meses de verano: «Se fue ampliando por la demanda poco a poco hasta ahora, que abrimos de jueves a domingos todo el año».

De la antigua casa molinera queda lo que era el bar, que ahora es un coqueto comedor con chimenea de leña y que mantiene el conocido como suelo hidráulico; y la propia vivienda, con sus paredes de adobe y esas vigas irregulares –«que denota que las fue haciendo el dueño»–; además de la bodega.

«Esto es un restaurante familiar. Todo se hace aquí, las masas de las pizzas, las propias pizzas, los postres...», añade Ángel, apoyado por su mujer, Carmen, en la cocina; y por su hija, Lucía, la pizzera.

Cuenta con una carta no muy amplia y fácil de leer. Con entrantes como foie fresco, cecina, croquetas, lengua curada o queso a la plancha, con mucho producto de cercanía y con un plato que destaca por encima del resto, el carpaccio de gamba de Huelva: «Llevamos desde hace 15 o 16 años con él y se ha hecho muy famoso». Con pizzas como la amalfitana o la ranchera, que van de los 10,90 euros a los 15,90: «Tenemos entre 8 y 10, y vamos cambiando de vez en cuando; se caracterizan por una masa muy fina y unos bordes crujientes». Y con carnes a la brasa como secreto ibérico, entrecot, solomillo o chuletón.

Con una capacidad para entre 40 y 50 comensales en sus comedores en invierno, se multiplica por dos en verano gracias a su terraza.

«Transpórtate a un ambiente rústico que recuerda a la vieja España con decoraciones originales», llegan a decir en su página web desde uno de los restaurantes más antiguos de Valladolid, una casa molinera y familiar.