La agenda política del país hace tiempo que viene presidida por la canibalización orgánica en la que, al margen de ideologías y doctrinas, predominan las luchas internas en el seno de los partidos y los feroces ataques entre formaciones de distinto signo. El premio en el caso de las primeras es el liderazgo absoluto, fagocitando así a los supuestos adversarios internos, mientras que la recompensa en el caso de los segundos es el desgaste del contrario sin importar los métodos, porque lo que está en juego es el mismo poder.

Este escenario es perfectamente aplicable a lo que se vive estos últimos días en torno a la metedura de pata o 'voladura controlada', según se mire, protagonizada por el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, a escasos días de la apertura de las urnas en Galicia, a propósito de la amnistía a Puigdemont y los encausados por el 'procés'. En mi opinión, las casualidades en la alta política no existen y todo tiene más bien una causa explícita, a no ser que el tiro en el pie sea el mal menor de los previstos, lo cual ya sería de urgencia quirúrgica.

Lo que sí tengo claro es que el proceso electoral en Galicia es el perfecto denominador común para intensificar el hostigamiento hacia el dirigente popular, a sabiendas de que, por un lado, la pérdida del feudo gallego avivará el cainismo en Génova y, por otro, dará alas a quienes sí están dispuestos a hacer borrón y cuenta nueva con el líder huido de Junts sin importarles nada de lo comprometido antes del 23-J.

Esas prácticas y no otras son las que parecen extenderse en este país en el que el interés general y la vocación de servicio público quedan relegadas por otras motivaciones, más personalistas y partidistas.

Se trata, en fin, de mover el árbol con el ánimo de ver quien cae antes y a otra cosa mariposa. Triste pero cierto.