El debate sobre las fuentes energéticas y la dependencia de países como Rusia revive ese otro de antaño sobre el 'fracking' o fracturación hidráulica, que pretendía extenderse en Europa y, especialmente, en España, Polonia, Reino Unido y Noruega. No han pasado tantos años de aquellas protestas ciudadanas y de la indiferencia política ante el miedo a la pérdida de votos por la repulsa ciudadana al uso esta técnica de extracción de gas y petróleo.
Estos combustibles fósiles que se encuentran entre un tipo de roca sedimentaria (esquisto) y las corrientes de acuíferos a grandes profundidades hace que la extracción por este método sea más compleja y costosa que la utilizada en explotaciones convencionales. Sin embargo, lo más determinante para la prohibición de esta forma de extraer estas materias, prácticamente en todo el continente europeo, ha sido el peso de la influencia de sus detractores, que han argumentado el impacto ambiental negativo que supuestamente conlleva el proceso. Los partidarios del fracking ponen en valor que esta tecnología permite extraer grandes cantidades de hidrocarburos que hasta hace poco eran inaccesibles y sostienen que la técnica no tiene mayores riesgos que otras utilizadas ya por la industria.
De ahí el debate permanente sobre la gestión más eficiente en la transformación y uso de las materias primas para la producción de energías y que ha resucitado de nuevo el conflicto bélico de Rusia en Ucrania.
Los estudios y expertos afirman que el subsuelo español contiene bolsas de gas equivalentes al propio PIB, lo que permitiría abastecernos durante los próximos 70 años con este modelo de extracción. Por ello, en el actual escenario de subidas imparables tanto en el precio de la luz como en el de los combustibles, el ciudadano se pregunta: ¿No vivimos en un país que ofrece garantía de sol? ¿No podíamos haber mantenido más tiempo nuestras centrales nucleares al igual que sí han hecho nuestros países vecinos?
El éxito de la fracturación hidráulica ha permitido, por ejemplo, a Estados Unidos ser el mayor exportador de gas natural licuado del mundo, por encima de Qatar, convirtiéndose además en el mayor productor de petróleo del planeta. Europa, sin embargo, todavía sopesa sondear ahora sus recursos. ¡Demasiado tarde quizá!
A pesar de esa incomprensible falta de previsión que arrastramos desde hace años en España y a la prematura apuesta por las energías verdes sin haber aplicado un proceso de transición adecuado, podemos aún erigirnos como punto estratégico europeo para revertir un problema tan grave como es la enorme dependencia energética de terceros países. Somos el territorio con más capacidad de almacenamiento de gas y regasificación de Europa, un tercio del total, aunque la escasez de interconexiones con el resto del continente limite mucho las opciones de suministro. La ampliación del viaducto existente con Francia podría ser el principio de la solución. España, por su capacidad de regasificación, almacenamiento y su conexión con Argelia, podría ser la alternativa al suministro de gas ruso hacia el centro de Europa.
Por desgracia, al final tienen que ser los conflictos y las grandes crisis las que precipiten decisiones estratégicas, ya que en tiempos de bonanza se está a otras cosas, perdiendo energías en cuestiones cortoplacistas.