El asesino silencioso que aterroriza Valladolid

J. M. Faya
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La explosión de gas del pasado lunes en la calle Goya en el que murió una mujer trae a la memoria otros cuatro episodios luctuosos en los últimos 26 años que se saldaron con siete personas fallecidas

Un grupo de vecinos observa el estado del edificio. - Foto: JONATHAN TAJES

Valladolid sigue enmudecida por el dolor y el miedo después de la explosión de gas ocurrida en la noche del pasado lunes en el número 32 de la calle Goya. Poco a poco, según iban pasando las horas, cobraban fuerza una hipótesis, sobre todo alimentada por el hecho de que la deflagración tuvo lugar en la casa de la única persona fallecida, una mujer de 53 años que llevaba 33 en la capital.  

Mientras la Policía Científica trata de esclarecer las causas del suceso, algunos vecinos señalaban que la finada padecía una depresión. Yes que la vida había golpeado con fuerza a Teresa Bergondo. Estaba sola en el 1ºC con tres perros, cuatro gatos y la inmensa tristeza de haber perdido a su exmarido hacía algo más de un año. 

No son pocos los que piensan que había sido un suicidio -su familia lo niega y asegura que la mujer era introvertida, aunque muy fuerte- y se acordaron de una tragedia ocurrida no muy lejos del lugar de los hechos, en la calle Cardenal Cisneros, en La Rondilla. Fue en 1998, concretamente el 10 de febrero. Un joven de 27 años quiso acabar con su vida abriendo la llave del gas de su vivienda. Logró su objetivo, pero se llevó por delante a su vecina de 47 del piso inferior. Yno solo eso, porque la explosión fue de tal magnitud que fundió la estructura interior de las cuatro plantas del inmueble. Los cascotes cayeron sobre dos trabajadores que se encontraban en una tienda de la planta baja que resultaron heridos. El edificio tuvo que ser derruido y hubo medio centenar de vecinos que se quedaron sin casa.  

En los últimos 26 años se han registrado en la capital cinco deflagraciones con víctimas mortales, exactamente ocho.     

De todos esos sucesos, sin duda, hay uno que está marcado a fuego en el corazón de los pucelanos, y da igual que pase el tiempo porque a nadie se le olvida. Fue un 14 de septiembre de 1997. Álvaro Gallego Sánchez pereció con tan solo 11 años de edad, resultando herida grave su madre. Una fuga de gas propano en un chalet de la urbanización El Pichón, en Simancas, fue la causante de esta tragedia. La vivienda sufrió importantes daños materiales y más de un centenar de vecinos se quedaron sin calefacción aquel invierno. Quizás el destino fue caprichoso o mandó una señal, pues en octubre de 1989 se produjo una deflagración sin víctimas en este mismo barrio: los residentes tuvieron la opción de cambiar de tuberías -algunos lo hicieron-, pues el informe técnico así lo recomendó. Ni qué decir tiene que, a raíz del desgraciado accidente, las reformas fueron ejecutadas de inmediato por todos. Desde luego tarde, muy tarde para el pequeño.   

Una familia al completo.

También fue especialmente sobrecogedor lo ocurrido en el barrio de la Victoria de la capital el 18 de febrero de 2000. Fue en el número 5 de la calle Tierra, en el cuarto piso. Eran las 07,10 horas y una familia al completo -los padres, de 57 y 56 años, y la hija, de 23- murió, resultando heridas 11 personas, cuatro de ellas graves. Dos pisos acabaron totalmente destruidos. En un primer momento se especuló con la explosión de una bombona de butano, aunque tampoco se descartó que fuera un fallo en el sistema de gas ciudad.

Menos mal que se produjo un pequeño milagro dentro de la desgracia y pudo ser encontrado con vida y en perfecto estado de salud un hombre de 81 años que dormía plácidamente en el segundo piso. Debido a su profunda sordera, el octogenario no se había percatado de la deflagración.

El anciano que no tuvo tanta suerte fue el que a las 06,45 horas del 18 de febrero de 1998 murió carbonizado por una explosión de gas butano en su casa situada en la calle Pedro Mazuecos, en el Cuatro de Marzo. Su casa, que acabó destruida, comenzó a arder. Las llamas alcanzaron los dos pisos superiores y un bajo. La esposa del fallecido y su hija resultaron heridas. 

Por momentos se vivieron escenas de pánico y el siniestro pudo acabar en una verdadera masacre, ya que una treintena de vecinos tuvieron que reventar la entrada al portal, que había quedado bloqueada, o salir del edificio a través de una ventana sin rejas de uno de los bajos.

Ahora, 23 años después del último suceso de este tipo registrado en Pucela, cuando hay voces que insisten en que Teresa pudo haberse suicidado abriendo el gas, varios psiquiatras consultados por este periódico denuncian la «estigmatización» que existe cuando se producen estos accidentes y hay de por medio personas solitarias, que pueden estar viviendo una situación difícil o incluso un duelo y ser depresivas. Son señaladas como «culpables». De hecho, recuerdan los especialistas que, normalmente, después de producirse tragedias como esta, aparece de forma inmediata una especie de «persecución» hacia las personas con problemas mentales, «o que parezcan tenerlos», cuando están buscando una vivienda.