El primero del polígono San Cristóbal

M.B.
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El Bar El Primero, camino de los 39 años, fue el local pionero de restauración en esta zona industrial de Valladolid

Alejandro Carnero, en la cocina del Bar El Primero. - Foto: J.T.

Fue el primer local de restauración en el polígono San Cristóbal. Y allí sigue casi 39 años después. Y lo que le queda. Por él apostaron los Carnero Cartón, con otro nombre en sus inicios y un par de cambios por el camino. Y allí siguen. Primero lo hicieron Isabel y Alfonso, junto a un amigo del matrimonio, Tomás. Y ahora, ya como Bar El Primero, aún con Isabel en cocina, los hijos del matrimonio, Alejandro y Mario. «Esto es un negocio cien por cien familiar», apuntan.

El Bar El Primero es de sobra conocido en el polígono. Por ser parada y posta de muchos camioneros y trabajadores de la zona. Pero, por si alguno no le sonaba, su altruismo le llevó a hacerse 'famoso' en la pandemia. Allí ofrecían, sin cobrar nada, un café, un bocadillo o, simplemente, ir al baño a trabajadores esenciales, como transportistas, policías o personal sanitario.

Su historia arranca en noviembre de 1984, en un local de apenas 30 metros cuadrados, por entonces en la calle Cobalto y bajo el nombre de El Cafetín. «Aquí no había nada, ni luz. Solo estaban las calles, alguna empresa como Dulciora, y se veían perros y ratas», recuerda Isa de esos inicios. Un tío de ésta les habló a ella y al, por entonces, su novio (hoy marido), Alfonso, de este local: «Él lo vino a ver y vio que había negocio. Pero se tuvo que ir a la mili y en noviembre de 1984, me apremiaron para cogerlo. No me lo pensé, dejé de estudiar ATS y, sin saber poner un café, me vine para aquí con la ayuda de un amigo de mi marido, Tomás».

Oreja rebozada en el Bar El Primero.Oreja rebozada en el Bar El Primero. - Foto: J.T.Con el suelo de cemento, el baño unisex y una cocina de dos metros arrancaron, empezando a dar raciones y comidas, «en tres mesas camillas donde sentábamos junta a gente que no se conocía... al final se acababan haciendo amigos». Allí estuvieron cuatro años antes de trasladarse a su actual ubicación, en la calle Estaño, 4, en un local de Electro-Indux, adoptando ese nombre: «Ya en 1990 le pusimos El Primero y así se ha quedado hasta hoy».

Desde siempre han ofrecido desayunos y comidas. Con una barra con una amplia oferta y un menú diario, ahora por 12 euros (con cuatro primeros y cuatro segundos a elegir, más bebida y postre o café) que cambian cada semana y que varían en función de la temporada. En invierno no faltan las lentejas estofadas, las alubias con matanza o almejas, el cocido los miércoles y la paella de marisco, los viernes. Mientras que en verano siempre hay ensaladas (este lunes griega o de pasta), salmorejos, ensaladilla rusa... 

«Hemos ido cambiando y probando cosas, dando alguna vuelta a lo clásico», asegura Isa que señala a uno de sus hijos, Alejandro, cocinero de estudios. Entre los dos se encargan de los fogones y de idear esos menús diario. Aunque mantienen sus clásicos, como la tortilla de patatas, la oreja, el torrezno, los callos... Alejandro estudió en la Escuela Internacional de Cocina y, tras pasar por Solana, en Ampuero (Cantabria), Suite 22, Trasteo o Llantén, hace cinco años se unió a su hermano Mario dando continuidad a sus padres en El Primero. Sigue dando clases y está en los campamentos de MasterChef. Mario, siempre vinculado al balonmano, estudió Económicas y se decidió por el negocio familiar a la hora de buscar trabajo hace nueve años.

El Primero abre a las seis de la mañana y cierra a las seis de la tarde. De lunes a viernes. Tiene una capacidad para unos 40 comensales, aunque suelen dar unos 20 servicios a la vez, desde la una y media que arrancan con los menús. Antes, lo que funciona, son los bocadillos y las raciones. Allí están Mario, Alejandro e Isa, junto a Jenny, camarera desde hace doce años. Encantados de estar en el polígono y sin idea, «salvo un pensamiento una vez», de moverse de ubicación. En septiembre, durante las fiestas, 'se bajan' una semana y montan una caseta en la plaza Portugalete: «Lo llevamos haciendo unos años; fue idea de mis hijos». Mientras siguen al pie del cañón en el pionero del polígono y el altruista en pandemia. «Muchas gracias por todo. En cuanto esto pase, vendremos a veros», se lee en un cuaderno de agradecimientos de esos trabajadores esenciales. Y han vuelto.