Y el alma de Coco se asentó en Valladolid

Juan López (Ical)
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Los mexicanos residentes en Castilla y León celebran el Día de Muertos entre la luz y la alegría de recibir las ánimas de los suyos al menos una jornada al año y compartir con ellos la nostalgia y las ofrendas

Celebración del Día de Difuntos en la Casa de México de Valladolid. - Foto: E. Margareto (Ical)

“A mi tío le gustaba la cerveza; y por eso le coloco aquí al lado la Coronita; junto a mi bisabuelo pongo este tequilita, aquí tabaco y en este lado dulces”. Poco a poco, Eduardo Cartas, con exquisita pulcritud y sentimiento, va ordenando cada ofrenda y cada “cosita en su lugar”. Su acento mexicano le delata: “Unas velitas por aquí, hojas de la naranja flor de Cempasuchil por acá para dirigir a los muertos y proporcionar aromas, máscaras artísticas que parecen dar miedo, carabelitas de azúcar y el ‘cielo’, que dedicamos en esta ocasión a la gran Frida Kahlo”. Como si de repente el pequeño Miguel, de la película ‘Coco’, saliera de la ficción para adentrarse en la realidad, el ‘altar de muertos’ del restaurante Totol Naj, en Valladolid, coge forma, luz y sobre todo, alegría.

No es una época cualquiera para la colonia mexicana que reside en Castilla y León. Mañana y pasado celebran su fiesta más importante del año, el Día de Muertos, declarado en 2008 por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Lo hace entre disfraces, máscaras y festividad, que es como este pueblo recuerda a sus difuntos. Todo con el objetivo de recibir las ánimas de los suyos, al menos un día al año, y compartir con ellos la nostalgia y las ofrendas.

Por accidente, el niño Miguel entró en la Tierra de los Muertos, hilo que permite narrar esta fiesta en la película Coco: “Es perfecto, lo clavaron. Si intentáramos explicar lo que es el Día de Muertos para nosotros, sería difícil hacerlo mejor. Personalmente es cuando más cerca estamos de nuestros seres queridos, porque regresan a nuestro mundo y les explicamos que no nos hemos olvidado de ellos”, relata con una sonrisa este mexicano de Catemaco, en el estado de Veracruz. Todo ello lo hace muy diferente de la sobriedad con que en España conmemora el Día de Difuntos. Pero ello, ahora y en un mundo tan globalizado, también forma parte de la cultura castellana y leonesa, pues los lazos de hermandad con el país azteca son tantos que el impulso dado por la cinta, escrita por Molina y Matthew Aldrich para Pixar (2017), sólo ha hecho incrementar el interés occidental por esta fiesta. Es más, es fácil ver gente disfrazada de ‘muertitos mexicanos’ en la noche de Halloween y en las actividades escolares de los más pequeños en España.

Ahora, el Día de Muertos se ha traslada también al restaurante Totol Naj, un establecimiento que abrió hace dos años con el único fin de elaborar la cocina casera más tradicional de México, “alejado de los tradicionales conocidos hasta ahora”. “Eduardo cocina de la misma manera que su madre o su abuela. Así comerías si te invitan a una casa normal de Veracruz”, presume la palentina Rocío Carneros, pareja del chef, con quien comparte un negocio sostenido en tradiciones y en un espacio único en la ciudad que recuerda, incluso, a alguna de los domicilios de la película Coco. Y donde la especialidad es el ‘mole’, el “ajonjolí” de la casa, una salsa fruto de machacar hasta 25 ingredientes; y la cochinita ‘pibil’, marinado de carne de cerdo con especias, que en México se hace enterrado en tierra y piedra volcánica, muy lentamente.

GUIADO POR LA LUZ

En este lugar, Miguel estaría muy cómodo. No tendría razones para perderse en el altar de muertos. Guiado por la luz de las velas podría situarse en la ‘tierra’, el primero de los tres pisos de esta “peculiar obra de arte”, como la define Cartas. Es el primer pedestal, dedicado a los niños, más bajitos. Después se encuentra el ‘limbo’, para los adultos; y en la parte superior, el ‘cielo’, donde se ubican los santos, como Frida Kahlo es representada para los mexicanos. Por debajo de ella, fotos de Pedro Infante y Roberto Bolaños, un símbolo en Centroamérica tras haber interpretado a los queridos Chapulín colorado y el Chavo del Ocho. Y justo al lado, una antigua cómoda, que ahora algunos definen ‘vintage’, presidida por un largo espejo. Debajo, jabón y un menudo barreño con agua. “Las ánimas vienen de muy lejos, algo sucios. Aquí se lavan las manos y la cara antes de dirigirse al altar”, planifica Cartas.

Sobrevolando toda la escena, un grupo de colibrís elaborados de la forma más artesanal, “alebrijes que representan a las almas, compañeras de la muerte”, papel que en la película de Pixar lo termina representando Dante, el perro de Miguel. “Es una de las aves más representativas del país. Dicen que si visita tu jardín es que llegan buenos augurios”, apunta Rocío, quien acaba de llegar al restaurante, unos minutos antes de la apertura, junto a sus dos hijas, de recuerdo maya para la familia, Yalit (flor de maíz) e Ixchel (Diosa de la luna), pues la pareja se conoció en Palenque, zona arqueológica de esta cultura.

LA IMPORTANCIA DE LA MÚSICA

“En México, todo esto se inculca desde muy chicos a los niños”, prosigue el cocinero, quien recuerda que toda su vida vivió con “muertos porque allí aún se velan los cuerpos en las casas”. “Aquí se ve a la muerte como algo triste; allí se celebra porque es lo que el muerto hubiera querido”, narra relajadamente. La confianza le permite una ocurrencia de forma repentina y desaparece unos segundos. Regresa frente a la barra y junto a la perfecta y remozada escalera en curva que preside la entrada. Porta una jarana garrocha, instrumento muy similar a una guitarra, más pequeño, típicamente mexicano. Y tras unos acordes iniciales que trasladan al escuchante a casi 9.000 kilómetros, comienza a sonar lo que él denomina el “sincretismo del flamenco”, traducido a ‘La Bamba’, uno de los temas más famosos de su país que, originariamente, empezó con una jarana como la que él lleva atada a su pecho y empuja hacia su corazón.

Con cuatro cuerdas dobles se arranca: “Para bailar La Bamba / Para bailar La Bamba / Se necesita una poca de gracia / Una poca de gracia / Para mi, para ti, ay arriba, ay arriba / Ay, arriba arriba / Por ti seré, por ti seré, por ti seré...” “Como veis, mi fuerte no es precisamente cantar; me gusta más escuchar el son”, rompe a reír Eduardo, quien rememora que antes de llegar a España, hace seis años con Rocío, se dedicaba en Veracruz a cantar minuetes o fandangos. Hoy en día a veces se divierte en el local pasado el momento fuerte de la cocina, para deleitar a los comensales.

PLATICAR Y HASTA BEBER

Sería muy difícil que alguien traspasara la barrera del ‘mundo de los muertos’, como lo hizo Miguel. Pero, metafóricamente, Eduardo se explaya en casos reales: “La gente trasnocha en los cementerios, todo iluminados. Algunos ‘platican’ con sus difuntos; otros bailan y tocan música. Todo es alegría, para que las ánimas vean que los que estamos aquí todavía les recordamos con eso, con alegría. Hay panteones que tienen un tubo por el que los familiares introducen bebida para sus muertos”, resalta. De hecho, prosigue, si al difunto le gustaba la música, incluso en su funeral se contratan mariachis: “Recuerdo en el ‘velorio’ de mi abuelo que se cortó la calle en el pueblo. Dentro se velaba su cuerpo y fuera se cantaba y bailaba”.

Eduardo y Rocío, que coinciden en que Guajaca es la ciudad que mejor representa esta festividad, han convertido su local en la Casa de México no oficiosa de Castilla y León. Allí están abiertos a actos culturales, conferencias, exposiciones de todo aquello que tenga vinculación con el país azteca, sea de alguien procedente de este país hermano o no. De momento, el éxito es innegable. El viernes tendrá lugar la primera fiesta infantil de ‘muertitos’, un concurso de disfraces para niños. A ello se suma una exposición de obras de ‘México en papel’, con obras de Luis Rodrigo Anaya.

“La idea es tejer lazos”, deslizan a la par. Todo ello para poder importar parte de la cultura mexicana a España y dar a conocer lo mejor de ellos. Y en ese escenario tiene un peso muy importante el Día de Muertos. Miguel y su bisabuela Coco, que provocaron al menos una lágrima entre los españoles en 2017, estarían felices de asomarse a este rinconcito de México en Castilla y León. “Esta es vuestra casa. Así somos los mexicanos”, se despiden.