Otro agosto muy 'tranquilo'

JAVIER M. FAYA
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Valladolid se transforma en una ciudad semidesierta en un mes nada propicio para determinados comercios, así como restaurantes y bares. Lasvacaciones y las fiestas de los pueblos tienen mucho que ver en este drástico cambio

Una camarera utiliza su móvil mientras aguarda a que lleguen clientes al bar en el que trabaja. - Foto: JONATHAN TAJES

Dicen los más viejos del lugar que agosto es un mes tonto en Valladolid, que se queda prácticamente desierto en muchos momentos (bastante tiene que ver el cierre por vacaciones de Renault), sobre todo el corazón de la ciudad, la Plaza Mayor. El que más debe saber al respecto es el conde Pedro Ansúrez, más concretamente su estatua, enclavada allí desde 1903.  

Si pudiera hablar, seguro que podría contar con todo lujo de detalles cómo se ven afectados los negocios de la zona, sobre todo los restaurantes y bares que tiene justo enfrente, además de las tiendas de ropa. 

Según cuentan algunos, este mes está siendo tranquilo, muy tranquilo, preocupantemente tranquilo. Cierto es que un fin de semana resulta fácil ver animada la zona gracias a los turistas -sobre todo los nacionales, más que los 'caminantes blancos'-, pero, ¿y el resto de los días? De reojo, a la derecha, el noble contempla cómo la castiza ferretería Villanueva o la farmacia que hace esquina tienen un trajín de gente similar al de otros años. 'Parroquianos' que se han quedado, pocos, pues muchos de los habituales se encuentran de vacaciones, ya sea lejos de la capital, en la playa o la montaña, o cerca, en sus pueblos de origen, donde las charangas hacen de las suyas, así como don Paco y su famosa chocolatería.   

Tampoco hay mucho movimiento en el estanco, en la Expendeduría número 13, donde Águeda de la Pisa nos cuenta que las ventas no han sufrido grandes cambios. Eso sí, las tardes de la primera quincena siguen siendo muy flojas. Así, espera como agua de mayo septiembre, que es cuando llegan las fiestas, porque entonces hará probablemente el doble de caja.

Más contentos se muestran al otro extremo, en Mentaberry, para satisfacción de Ansúrez. Y es que en esta tienda de juguetes con más de 90 años de vida, donde Juanjo Viloria lleva desde hace 35 repartiendo felicidad entre los más pequeños, hay más compradores, turistas principalmente. «Nos encontramos ya en niveles prepandemia, la verdad es que nos va muy bien y no podemos quejarnos. Viene mucha gente de fuera y quieren hacer regalos a la familia». Aparte de la calamidad que supuso económicamente para su negocio las primeras oleadas del coronavirus, no olvida la pesadilla de la crisis económica de 2009 y 2010: «Fue realmente espantoso».

No tiene muchos motivos para sonreír José Castrodeza, del restaurante Villa Paramesa, que se encuentra fuera de la vista del conde, aunque muy cerca de la zona. 2023 va peor que 2022. «Incluso los últimos veranos con o sin pandemia iba bastante bien, pero este...», lamenta. Lo que es el día a día, mal, muy mal, pero hay un detalle más que significativo. Y es que por las noches hay mucho 'lirili' (tapas en la terraza) y poco 'lerele' (cenas dentro), por lo que la facturación se resiente. ¿Razones? ¿La luz?, ¿la cesta de la compra? «Las hipotecas y los alquileres», sentencia, al tiempo que mete el dedo en la llaga: «Los informativos no se cansan de decir que hay muchos turistas. ¿Dónde? Los más beneficiados son el sector hostelero y los transportes, porque los bares...». 

Igual es que los vallisoletanos salen menos porque, con la inflación disparada, prefieren ahorrar para las 'ofrendas' a la Virgen de San Lorenzo. «Dicen lo mismo en noviembre sobre las navidades, pero en verano se gasta», sentencia airado.

Conforme nos alejamos del centro, las calles se van despejando, con muy poco tráfico, aunque sea en horas punta. Así, se tornan casi fantasmales. Los escaparates de las tiendas de ropa vienen decorados con grandes rótulos de rebajas (segundas, terceras, liquidación, remate final...), pero nadie 'pica', y ahí están los dependientes. A verlas venir. Pero no viene nadie. 

Por la plaza de Poniente, hay una camarera enganchadísima al móvil, absorta cual adolescente. Lo teclea con la maestría de un pianista recién salido del conservatorio. En teoría sirve en la terraza, a saber, mesas y sillas sin clientes, por lo que puede permitirse ponerse al día con familiares y amigos vía 'whatsapp' e incluso actualizar su perfil en las redes sociales.          

Justo ahí José Luis García corta el pelo desde hace ocho años. Se encuentra desconcertado: nos enseña un cartel que pensaba colgar el pasado 7 de agosto anunciando que 'chapaba' hasta el 15. Al final lo tiene medio escondido en un rincón, cual trofeo, pues no le han dejado. Ni siquiera las tardes, por lo que se ha quedado sin siestecita ni piscina. 

«De verdad que no encuentro una explicación a esto. Cada día es más raro este agosto. Siempre cierro en esos días, pero esta vez no», confiesa el peluquero, que añade que en el garaje donde deja su coche cada mañana hay dos plantas y no más de 20 vehículos este mes. ¿Y entonces de dónde salen tantas 'cabezas'? «Pues mira, aparte de la clientela fija, que supongo que este año se ha cogido las vacaciones de otra manera, hace poco vino uno de Peñíscola y otro de Galicia». 

Con mucha gracia recuerda cómo el año pasado colgó un 'Cerrado por vacaciones. No son de placer (me voy con mi mujer)'. Su hijo hizo una foto de la broma y le cayó una buena en casa. Esta vez, castigo del cielo quizá, no habrá descanso.   

los 'trasvases'. Este tipo de carteles, sin la guasa de José Luis, adornan los comercios de muchas calles. Una semana, 10 días a lo sumo. No más, pues no es plan de perder a sus 'fieles', sobre todo en el caso de los bares. Y es que no son pocos los que dejan huérfanos de menús del día, cafés, cañas, vermús, tapas o lo que se tercie, y se pasan a la competencia. Eso bien lo saben Álvaro Campo, del Studio 3, junto a la Cúpula del Milenio; José Luis de los Dolores, de la cafetería Capitel, en el barrio de la Victoria; y David García, del Café Ideal Nacional, en la Plaza Mayor. Ambos acogen con los brazos -y los datáfonos- abiertos a clientes de establecimientos cercanos que cerraron por vacaciones. 

«La idea es que se queden», comenta Campo, que subraya que hacen también más caja gracias a los turistas, aunque es consciente de que la semana del 14 al 20 de agosto es de las más flojas del año. García, que descansará en octubre, es de la misma opinión, y confía en que el turismo futbolero aparezca de una vez, ya que no se beneficia de que el Pucela juegue de noche.

Así pues, parece claro que la ciudad se queda medio vacía en este agosto tonto, velando armas todos, desde la distancia o desde casa, para las fiestas. La única verdad es que en estos días Valladolid muestra una tonalidad apagada, anodina, gris, con calles muertas y plazas silenciosas, y con un conde de apellido Ansúrez y de nombre Pedro que si pudiera ponía pies en polvorosa.