Bellocchio se rebela contra el dogma en 'El rapto'

D. V.
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El veterano y prestigioso cineasta italiano compite por primera vez en la sección oficial del festival con una película de época inspirada en un caso real de abuso de poder de la Iglesia católica

Fotograma de 'El rapto'. - Foto: ICAL

Un maestro del cine europeo como Marco Bellocchio sacudió hoy los cimientos de la 68 Semana Internacional de Cine de Valladolid con el estreno en España de 'El rapto', su última película. El autor de 'Buenos días, noche', 'Las manos en los bolsillos' o la abrumadora miniserie 'Exterior noche' entrega ahora una historia inspirada en el caso real del niño Edgardo Mortara, que con apenas seis años fue secuestrado del hogar familiar, de creencias judías, después de que se difundiera el rumor que con apenas seis meses había sido bautizado al catolicismo en secreto por una niñera de la familia. El conflicto entre la Iglesia católica, que ordenó el secuestro para educarlo en el cristianismo, y la sociedad de la época, en pleno proceso de la reunificación italiana, es el corazón de una trepidante película que el cineasta erige con majestuosidad contra los dogmas de cualquier tipo.

Con rigor y pulcritud, Bellocchio (que a sus 83 años por vez primera compite en la sección oficial de Seminci) entrega todo su talento a recrear una época y un momento histórico llamado a cambiar la Historia. Para la ocasión repite con el director de fotografía de 'Exterior noche', Francesco Di Giacomo (responsable también de la suntuosa imagen de 'Martin Eden', de Pietro Marcello), que juega con luces naturales y artificiales para recrear planos que parecen lienzos, en los que los personajes se instalan con total convicción.

Juntos nos hacen viajar a la efervescente Italia de mediados del siglo XIX, cuando Bolonia aún pertenecía a los Estados Pontificios, gobernados con mano severa por el papa Pío IX. En clave de thriller y sin concesiones, la trama arranca con el secuestro del pequeño, que instantes antes jugaba con sus hermanos al escondite identificando la casa como el lugar donde todo el mundo está a salvo.

Con aroma de clásico imperecedero, la película bascula entre la desolación que invade el hogar familiar y la convicción que embriaga a los altos jerarcas de la Iglesia, tanto el inquisidor como el propio santo padre. Una suerte de guerra santa se desata entre la familia judía, que lleva el escándalo a la prensa liberal de medio mundo, y la amenazada Iglesia católica, mientras Bellocchio se obstina en indagar en los misteriosos procesos de la fe.

El cineasta enfrenta en un imaginario balancín a la familia y a la fe como posibles refugios ante la desesperación del hombre, con individuos aislados desamparados ante la colosal estructura de las instituciones, frente a la inmisericordia de quien piensa que no debe rendir justicia ante nadie más que Dios. Es Paolo Pierobon, quien transmuta en Pío IX para la ocasión, el que asegura en plena crisis que no retrocederá "ni un milímetro", mientras sentencia que "es el mundo el que se asoma al precipicio".

Sería injusto destacar a nadie por encima del resto del reparto: el niño Enea Sala como el pequeño Edgardo, Leonardo Maltese como el joven ya adolescente, Barbara Ronchi como la doliente madre o Fausto Russo como el desarmado padre. Todos contribuyen a un lienzo global que impacta en la retina con imágenes tan poderosas como la perturbadora secuencia del niño aposentándose en el regazo del papa, mirando a cámara sin que nadie acuda en su auxilio.