«Abrimos para banquetes y bodas. En los inicios dábamos 35-40 bodas al año. Hasta que hace una década más o menos decidimos ampliar a gastrobar». Quini López habla de la historia de La Dama de la Motilla, del restaurante que este pasado diciembre cumplió 26 años en Fuensaldaña. De un establecimiento especializado en celebraciones en sus comienzos y que hoy en día es un gastrobar, sin descuidar eventos tipo comuniones, bautizos o reuniones de amigos, familia o empresa, con un cuidado menú diario en plena Ruta del Vino Cigales.
Camino ya de las tres décadas, el restaurante abrió sus puertas en diciembre de 1996, en un local donde antiguamente estaba la discoteca 'Ritmo 2002'. «Era de mis suegros, Julio Romo y Victoria Duque, como 'Ritmo 2000' en Mucientes, que llevaba abierta desde 1975. Esta es de 1982», recuerda Quini. La disco cerró en los años 90, con la proliferación de los pubs. Y, aunque unas Navidades se celebró un cotillón, en la mente de Julio ya había un restaurante.
Así, tras una reforma vio la luz 'La Dama de la Motilla', nombre que llegó casi por casualidad: «Buscamos el porqué estas calles se llamaban Motilla y Travesía Motilla y no encontramos nada. Nos comentaron que, antiguamente, cuando no estaba asfaltado, ésta era una zona alta y había pequeñas motas o montículos, y de ahí esos nombres. Lo de La Dama fue porque en plena decoración alguien entró en el local y vio pintando una dama en la entrada y comentó: ¡Mira, la dama de la calle! Y de ahí sacamos el nombre».
Espárragos blancos en el restaurante La Dama de la Motilla en Fuensaldaña. - Foto: Jonathan TajesConQuini al frente, que venía de trabajar de camarero en la cadena Meliá, y Carlos Piñero en cocina –«trabajaba conmigo, le dije el proyecto y se vino»–, se especializaron en grandes celebraciones gracias a los espacios en sus dos plantas, con la zona de banquetes en la de arriba y la discoteca o zona de bailes en la de abajo: «Nos habían encasillado como banqueteros hasta que abrimos el gastrobar». Eso fue hace diez años más o menos.
«Desde el principio, nuestra cocina es elaborada, respetando los productos de la zona, como el lechazo, pero con un toque creativo. Nos han llegado a decir que somos cocina vasco-francesa», asegura López, natural de Cabezón.
Cuenta con una amplia carta y con dos menús, uno diario o ejecutivo y otro de temporada (cuatro al año). El primero, por 22 euros, de lunes a viernes, con tres primeros, tres segundos y tres postres a elegir, más café y bebida. El segundo, por 35 euros, con cuatro entradas al centro, y dos carnes y dos pescados a elegir, más postre, café y bebida, «este más enfocado al fin de semana, aunque funciona todos los días». A la carta, y en función del vino, el tique medio rondaría los 50 euros. Ahí destacan los carpaccios, el pulpo gratinado, los pescados (atún rojo, merluza, bacalao, rape) y las carnes (chuletillas)... además del producto de temporada, como espárragos blancos naturales (en su vichyssoise, con tierra de café, huevas de trucha y sardina ahumada); quesos, vinos...
Con una capacidad para 120-130 comensales, abre para comer todos los días menos los miércoles, y para cenar, solo los viernes y sábados. Y en sus mesas se puede uno encontrar una reunión de amigos o un evento (este sábado hay una experiencia gastronómica del siglo XVI y cervantina, de la mano del Roray Club, en favor de los niños necesitados de los pueblos de España); trabajadores de Michelin o Lingotes Especiales, vecinos de Fuensaldaña o turistas de la Ruta del Vino Cigales o que llegan al castillo de la localidad. «Por aquí pasaron Aznar o Zapatero, cuando eran procuradores. Con el traslado de las Cortes, bajó el movimiento, pero se ha recuperado con el turismo», señala Quini.