"Al final el interno sufre como víctima de su propio delito"

R. Travesí (Ical)
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"Somos conscientes de que hay delitos horribles pero, luego, cuando conoces a la persona, no entiendes que haya cometido eso", afirma quien hasta hace unos días ha sido subdirectora de Tratamiento en la cárcel de Villanubla

Nuria San José, psicóloga y subdirectora de Tratamiento del Centro Penitenciario de Valladolid hasta hace unos días, y ahora directora del Centro Penitenciario de Segovia. - Foto: Ical

Confiesa ser una persona muy dinámica y muy activa, por lo que buscó un trabajo con el que hacer cosas diferentes cada día. Y lo encontró convirtiéndose en psicóloga de Prisiones, donde asegura tiene "infinitas" posibilidades para desarrollar su formación, con el diseño de las actividades y las intervenciones terapéuticas y todo lo relacionado con el tratamiento. No en vano, el centro penitenciario le permite abordar desde condenados por violencia de género y drogodependientes hasta agresores sexuales, enfermos mentales pasando por mujeres, con los que puede realizar intervenciones individuales como deportivas, culturales, formativas y laborales. Como subdirectora de Tratamiento del Centro Penitenciario de Villanubla, cargo que ha desempeñado hasta que hace unos días fue nombrada directora del Centro Penitenciario de Segovia, Nuria San José (Valladolid, 1980) reconoce que es un lugar donde ve "mucho" sufrimiento y "muchas necesidades", por lo que su labor se convierte imprescindible para cerca del medio millar de internos. "Es lo bonito y lo complicado de este trabajo porque las personas cometen delitos, siempre, por un motivo, ya sea por ambientales o bien personales. Y es ahí donde hay que atinar para averiguar qué ha traído hasta aquí a cada individuo para, luego, trabajar con él", asegura.

¿Cómo se trabaja con un interno?

Es más fácil intervenir o modificar una conducta cuando alguien ingresa en prisión por una circunstancia más ambiental o por una cuestión de hábitos como una adicción. Pero cuando son cosas más internas, que requieren un trabajo más terapéutico, es más complicado. Al haber entre 460 y 480 internos, es posible realizar un tratamiento individualizado, por que se le asigna un educador, un jurista, un psicólogo y un trabajador social, supervisados bajo la jefa de equipo que soy yo. Estos 17 profesionales diseñan un programa para cada persona en función de sus carencias y necesidades, que se trabaja a lo largo de la condena y se revisa de forma periódica. Puede ser un programa de drogas, otro de control de impulsos o de violencia de género pero también optar a una alfabetización por que es analfabeto o sacarse la ESO. 

¿Cómo recuerda su llegada a la cárcel de Villanubla en 2008? 

Venía muy rodada de la prisión de León, pese a haber estado solo un año como subdirectora de Tratamiento y ser un macrocentro con 2.000 internos. Villanubla tenía fama de cárcel dura por que albergaba una de las dos modalidades de internos extremadamente peligrosos existentes en España. Era un departamento de alta seguridad que condicionaba el funcionamiento de toda la prisión. Al final, Instituciones Penitenciarias optó, de manera inteligente, cerrar ese área y decidió distribuir a esos internos por diferentes prisiones. Y, eso, nos permitió abrir un poco Villanubla y enfocarla más al tratamiento. Por ejemplo, se empezó a dar uso al polideportivo, que antes estaba prácticamente cerrado y se aumentó el número de aulas. Es decir, se dinamizó la vida de la prisión y a llenarla de actividades deportivas y terapéuticas, además de que los internos comenzaron a mezclarse, por lo que había un trabajo de conjunto y no tanto de módulo, como había sido antes. 

¿Cambia mucho la forma de trabajar de una prisión grande, como la León, a una más reducida como es Villanubla?

La diferencia es muy grande porque una prisión pequeña permite tener un clima social diferente, ya que el contacto es mucho mayor, tanto entre profesionales como con los internos. No es lo mismo un módulo de un centro tipo en el que el funcionario cierra las puertas de las celdas con un botón desde su cabina que un funcionario vea, en persona, a los internos. Por ejemplo, si sube a su celda alterado o disgustado tras una llamada telefónica, el trabajador de interior lo percibe y lo puede gestionar. Además, un centro pequeño permite que nos veamos todos los días. El contacto con la gente es continuo y eso es muy importante para nuestro trabajo y para el propio interno, por que tiene los profesionales a su disposición para solucionar sus problemas y comprobar su evolución. Eso y la ocupación del tiempo, al final, redundan mucho en el clima social y en la baja conflictividad del centro.

¿Ha cambiado mucho la prisión de cuando llegó al día de hoy? 

Por el tipo de enfoque, sí. Aquí se implantó una modalidad de trabajo que es el módulo de respeto, que nace en León. Supone una intervención comunitaria por el que los internos tienen determinadas obligaciones que realizar como la limpieza diaria y estar ocupados todo el día, además de normas de comportamiento a cumplir. Cuando llegué a Villanubla, había cinco aulas y ahora, son 16, además de todo el trabajo de los módulos. Todo es posible gracias al esfuerzo de los profesionales del equipo y las entidades que colaboran con la prisión.

¿Cuál es su contacto con los presos? 

Continuo, por que me gusta mucho el trato con el interno y les conozco mucho. Más allá del contacto que tengo con ellos por el desarrollo de las actividades, recibo a los internos de manera individual, en las llamadas audiencias. También entro en alguna de las asambleas semanas en los módulos de respeto para conocer las necesidades o incluso reñirles por que ha descendido la implicación y el compromiso. El año pasado he impartido el programa destinado a delitos de pornografía infantil, el único de toda España, entre un grupo de condenados por esta materia. Había que dar un poco salida terapéutica a esas personas que iban avanzando en su condena y no podía pedir más esfuerzo a mis psicólogas que estaban desbordadas de trabajo, ante el aumento de la intervención específica. No es lo habitual pero es una parte que me encanta por que soy psicóloga, aunque supuso mucho sacrificio y trabajo desde casa para preparar las sesiones.

¿Qué ocurre cada día dentro de un centro penitenciario? 

De lunes a viernes, trabajamos mañanas y tardes, y el fin de semana es para el descanso y el ocio. A las ocho de la mañana, se les abre la celda, donde se asean, antes de bajar a desayunar. A las nueve, comienza el horario de actividades, ya sea la escuela con los profesores de la Junta, el deporte, la terapia o el trabajo. Luego, se interrumpe para la comida y un pequeño descanso, hasta que se retoman las actividades por la tarde, aunque con menor exigencia. A las 20 horas, en invierno, están en la celda, y a las 21, en verano al haber más luz solar.

¿O sea que es fundamental que los presos estén entretenidos?

Imagino que se refiere al tema de conflictividad, ¿verdad? Un interno que está dando vueltas en el patio y que no tiene dinero, que fuma y no tiene tabaco, o que tiene problemas con otro, al final conlleva un conflicto. La convivencia genera rifirrafes. Además, hay que tener en cuenta que al entrar en prisión, el ritmo de vida desciende. No en vano, aquí te lo dan todo hecho y no tienes que decidir nada, con unos horarios que ya están pautados. Entonces, hay que tratar que el interno esté continuamente implicado en actividades para que no pierda esa rutina del día a día que nosotros tenemos en la calle. En este sentido, tenemos un modelo terapéutico que es la fase final para determinados internos, donde se les prepara antes de salir.

¿Cómo se entiende un trabajo en el que se trata con personas vulnerables cuando realmente no dejan de ser culpables, tras haber cometido un delito? Es decir, son los malos de la historia. 

Aquello de odia el delito y compadece al delincuente es así. Aquí son personas y abstraemos el delito. De hecho, tenemos una gran suerte porque los que llegan ya vienen juzgados. Nosotros tenemos unos hechos probados, que un juez o un tribunal ha determinado, y solo nos queda realizar un trabajo con los internos para conseguir que, cuando salga de la prisión, esa persona no vuelva a cometer ese delito y que pueda vivir en paz consigo mismo. No hay que olvidar que, muchas veces, esas personas tienen mucho sufrimiento porque son víctimas de su propio delito. Incluso, algunas no pueden con ello y acaban suicidándose. Somos conscientes de que hay delitos horribles pero, luego, cuando conoces a la persona, no entiendes que haya cometido eso. 

¿Cuál es el camino que lleva a la cárcel? ¿Marginación, familias desestructuradas, ambición, falta de autocontrol…?

Todo eso y otras muchas más. Lo clásico es el entorno más marginal o drogodependencia. Ahora tenemos el tema de la violencia de género muy a la orden del día. Hay un volumen muy importante de gente con cosas leves como quebrantamientos, como el empresario que tiene un negocio montado, con trabajadores, dos hijos y una pareja. Un encierro aquí durante seis meses por una condena al que hay que dar una solución para analizar lo qué ha ocurrido y por qué ha acabado en la cárcel. Tenemos que intentar que todo eso que tiene fuera no se destruya y que pueda salir en condiciones para no volver a cometer el delito. 

¿Es más fácil trabajar con esa gente, que ya tiene una vida hecha fuera y con recursos económicos, frente a los que vuelven a entrar a la prisión por delinquir?

Siempre favorece por que el entorno social es esencial y un factor de protección, igual que el trabajo, que ayudan a evitar la reincidencia. Frente a eso está el interno dependiente con alguna sustancia que empieza a consumir por una carencia personal. Y cuando hay un traspiés en la vida, se acaba en una recaída. Hay mucha gente que entre con una vida desestructurada y sin una red social adecuada y al salir, vuelve a su barrio y coincide con los que consume o roba. Lo bonito sería decir que no puede volver a ese lugar pero es imposible. 

¿La cárcel es un castigo o rehabilita?

La cárcel tiene esas dos funciones. La función retributiva que es de castigo y aislamiento. También está la parte reinsertadora o rehabilitadora. Por supuesto que la cárcel rehabilita y hay datos objetivos que lo confirman. Un estudio propio constató que la tasa de reincidencia es pequeña, alrededor del 17 por ciento. 

¿Cree que la sociedad entiende esta función rehabilitadora? 

Creo que no y es normal. La sociedad, al final, es víctima y piensa que los internos no se van a rehabilitar. Es habitual criticar su estancia en la prisión, con expresiones de que viven como reyes o tienen piscina. Pero la realidad es que no viven como reyes por que, entre otras cosas, la privación de libertad es ya una condena en sí misma al tener limitado absolutamente todo. Imagínese que te encierran a las ocho de la tarde en una celda con un compañero que tiene un problema mental o cualquier cosa y tiene que pasar toda la noche con él. Es horrible pero además si has colgado por teléfono a tu mujer llorando por que la han despedido de su trabajo y a tu hijo le ha pasado algo, sin tener la opción de llamarles hasta el día siguiente. En definitiva, estar aquí no es sencillo.

¿Qué ocurre cuando un interno no quiere rehabilitarse?

Ahora mismo tenemos ocho internos que no participan en ningún programa ni quieren progresar, por lo que están en un módulo de baja exigencia. Hay que tener en cuenta que el tratamiento es voluntario, tal y como viene establecido en el reglamento, aunque vaya encaminado a la reinserción. Entendemos que el interno que no hace nada no puede tener los mismos beneficios que otros que participan en la dinámica del módulo de respeto. Por lo tanto, estos ocho internos solo pueden acceder a las actividades que tiene como prioritarias en su programa individualizado de tratamiento (PIT) pero, evidentemente, se les veta las iniciativas de ocio, lúdicas o de cultura. Una persona que cumple su condena y no ha participado en nada es proclive a reincidir y volver aquí.

Hablando de módulos, ¿cómo se estructura la prisión?

El centro de Villanubla tiene varios módulos. Uno de mujeres, otro que es una enfermería y un módulo terapéutico, donde se presta atención especializada a personas con adicciones. También, hay un módulo de primarios, que es para los internos que ingresan por primera vez, donde no se mezclan con otros presos que han delinquido o son consumidores de sustancias. Además, hay un módulo de destinos y tres más en que el régimen de vida viene marcado por la implicación con el programa de tratamiento. Contamos con un módulo de alta exigencia, otro de respeto, donde los internos están continuamente haciendo actividades y trabajando e, incluso, se dan permisos de salida para acudir a un empleo o un curso de formación. Por último, existe uno de respeto intermedio, con las mismas obligaciones pero no tienen la obligación de hacer actividades por las tardes. Somos conscientes que no se puede exigir lo mismo a todo el mundo, por lo que hay personas con las que nos conformamos con que hagan un poco más. 

¿Ha cambiado mucho la población reclusa en los últimos años en cuanto al perfil?

Los presos con condenas por temas de violencia de género han aumentado exponencialmente. Cuando yo llegué al centro en 2008, podía haber ocho internos por estas cuestiones pero, ahora, una psicóloga lleva dos grupos de entre 12 y 14 personas. Eso, nos obliga a darle una vuelta a la intervención terapéutica por que hemos pasado de condenas grandes con un perfil de interno maltratador a otro con otro tipo de problemática, pero que un volumen mucho mayor. Además, es necesario hacer intervenciones individuales porque hay personas que no se adaptan al grupo.

¿Cómo se gestiona el trabajo con las familias que tienen un interno aquí en la prisión?

Los trabajadores sociales están en continúo contacto con las familias, ya sea por teléfono o cuando vienen a entrevistas personales con el interno. Nosotros favorecemos las convivencias familiares, al menos dos al año, en los módulos más específicos como el terapéutico, de respeto y el de mujeres. Buscamos que haya un 'feedback' de lo que es el día a día de su familiar en la prisión.

¿Cree en las segundas oportunidades?

Siempre. Creo en las personas y nunca hay que dejar de luchar por ellas por que todo el mundo merece una oportunidad. Además, tenemos la obligación de que esa gente vuelva a la sociedad y hay que hace lo posible para lo haga en las mejores condiciones posibles. 

¿Considera un fracaso cuando llega un reincidente? 

No. Lo contemplamos como parte del proceso, aunque también depende del tipo de delito. Cuando un interno vuelve a entrar en prisión es una vuelta a empezar y una oportunidad. Analizamos en qué ha fallado esa persona y lo que no hemos hecho para ver qué tenemos que cambiar. 

¿Por qué son tan importantes los talleres productivos?

Son muy importantes, sobre todo, por el sustento económico que da a muchas familias. Hay internos extranjeros que trabajan en la prisión y mandan dinero a sus familias. Aquí tienen cubiertas sus necesidades básicas, tanto de alimentación como de higiene y la alimentación, pero hay personas que fuman o les gusta tomarse un café o tener mejores productos para el aseo, que se facilitan con un puesto de trabajo. Además, los hábitos laborales y la rutina son muy importantes, sin olvidar que no dejan de cotizar a la Seguridad Social que no dejas de cotizar tampoco la seguridad social.

¿Hay concienciación entre las empresas para traer trabajo a la prisión?

En la cárcel de Valladolid, hay varias empresas que dan trabajo a los internos como Fisa de turbinas para grandes embarcaciones; Panelais Producciones de paneles de obra; Hill Group, con dos call center, que cuenta con 40 plazas de las que 32 están cubiertas y un taller de Zener que hace. partes de las cajas de los ascensores. Es cierto que nos gustaría que fueran más ya que tenemos espacio para acogerlas. Además, hay que tener en cuenta que algunos de los internos que trabajan aquí, al salir tienen más posibilidades de contar con un empleo.

En cuanto al tema terapéutico, ¿cuántas ONGs o asociaciones entran cada semana a la prisión y qué tipo de atención prestan? 

Empiezo por lo fácil, que es el ámbito de las drogas, con la presencia de Proyecto Hombre, . Del ámbito de las drogas vienen cuatro entidades, que son Proyecto Hombre, Aclad, Cáritas y Cruz Rojas, que vienen todas las semanas e, incluso, algunas cuatro días. El Puente trabaja con enfermos mentales por que hay internos que no tenían que estar aquí sino en un recurso más adaptado a sus necesidades, por la labor de esta asociación es importantísima al tratar con la población reclusa más complicada. Hacen terapias individuales y grupales y, recientemente, realizan Neuronab, un programa de rehabilitación cognitiva, que ofrece mucha información sobre estos reclusos y su evolución. Por su parte, Plena Inclusión trabaja con la discapacidad intelectual con una intervención casi semanal. También, viene una asociación de deporte adaptado para hacer talleres. La Fundación Adsis se encarga, principalmente, de los jóvenes con el programa Enlace, con voluntarios que ofrecen un acompañamiento psicológico a los internos y evitar recaídas o frustraciones. 

También está la actividad Biodanza, destinada a enfermos mentales, y el teatro terapéutico La bien pagá, con mujeres y acabamos de empezar con Amigos de Teatro Corsario para hacer lecturas teatralizadas.

Hace bastantes años diseñé la actividad 'Tengo algo que contar' durante el verano, cuando no hay clases, para que los internos pero también la gente de fuera diera a conocer sus experiencias para descubrir una gran historia o una gran persona. Por lo tanto, hemos tenido actividades de toreros, deportistas y gente relacionada con la la cultura, el cine y la literatura, que nos sirven para ocupar un tiempo en la prisión. 

¿Y en deporte?

Tenemos, desde hace doce años, un equipo de balonmano federado, que ahora está en la liga regional. Ha supuesto mucho esfuerzo y con pocas ganancias por que creo que solo hemos vencido tres partidos. Una colaboración con el club de rugby El Salvador, tanto con un equipo masculino como femenino desde hace unos meses. La Escuela del Real Madrid estuvo detrás del equipo de fútbol y ahora el de baloncesto. 

¿Qué puede lograr el deporte que no se consiga con las terapias?

Hemos tenido internos con condenas largas, con un componente alto impulsividad o de falta de control, que han modelado algo su conducta en intervenciones individuales y grupales pero donde verdaderamente hemos conseguido controlarla así con el deporte. Tampoco hay que olvidar el bienestar que aporta, tanto para el cuerpo como la cabeza. 

¿Qué supone para un interno que venga alguien de fuera a contarle su vida?

La gente lo agradece. Pongo el ejemplo del balonmano, con personas de la calle que vienen todas las semanas a jugar con los internos. Esto sirve para que los ciudadanos conozcan la vida de la cárcel y ayuda para que la prisión se acerque a la sociedad. Al final, recibimos tanto que estamos enternamente agradecidos por que sin estas entidades y los voluntarios será imposible hacer toda la labor que hacemos aquí. Además, son personas muy especiales. Son voluntarios que creen en lo que hacen y dan lo mejor de sí mismo.

¿Qué significó su participación en el programa de TVE 'El coro de la cárcel' cuando estaba en la cárcel del Dueso, en Cantabria?

Fue una etapa que quedó ahí, no tuvo mucha más repercusión. A nivel profesional, no me influenció nada pero tuve un aprendizaje de los medios de comunicación. Fue un primer paso para que la sociedad conociera un entorno desconocido y que generaba rechazo entre una gran parte de la sociedad. Tenemos una colaboración estrecha con Participación Ciudadana con el Ayuntamiento de Valladolid, para explicar la labor que hacemos en la prisión y que vean a qué se destina el dinero de todos. 

¿Aún hay que hacer pedagogía en este tema?

Por supuesto. La sociedad tiene que entender que todo lo que hagamos aquí es en beneficio de la ciudadanía por que, al final, el interno va a salir de aquí. Y lo que se trata es de que salgan en las mejores condiciones posibles y lo más normalizado posible, por lo que tenemos que trabajar para lograrlo. Y para conseguirlo, tiene que haber recursos por que el interno no se rehabilita solo. Lograr que un interno se aficione a la lectura o a la marquetería es muy importante, por que algunos han logrado vivir de vender cuadros. Es decir, lo que en un principio puede parecer algo ocupacional, puede terminar siendo un modo de vida. En definitiva, aquí cualquier acción y trabajo no queda ahí en saco roto por que, al final, redunda en un plus o un sumar. Estar aquí y convivir con los internos permite darse cuenta de que el trabajo que hacemos en la prisión merece la pena. 

¿Qué ha aprendido de los presos?

Qué no aprendo. Quiero decir, me han formado como persona en muchos aspectos. Cada día, aprendo muchas cosas. Echo la vista atrás y no soy la misma persona que hace unos años. Trabajamos continuamente con personas que sufren y tienen dolor. Por lo tanto, eres una persona importante para ellas por que tratas de paliar o aliviar un poco ese sufrimiento. Hablamos de un trabajo con mucha carga emocional, que te hace ser de una determinada manera, pero también que, en muchas ocasiones, tiene mucha tensión. A veces, te encuentras con un interno que puede estar agitado y alterado. Aquí dentro, no hay pistolas ni porras. Estamos, como nos ves, y nuestra herramienta es la boca. No tienes otra cosa. 

¿Hay que escuchar más a los presos?

Sí, hay que escucharles todo el tiempo. De hecho, hay veces que te sientas y sólo dejas que hablen, porque es lo único que necesitan, desahogarse. Aquí, hay mil circunstancias que hay que ir solucionando cada día. 

¿Ha hecho mucho daño la subcultura carcelaria que ha mostrado el cine y la ficción?

Lo que ocurre en una cárcel es totalmente diferente a lo que piensa la gente. Cuando una persona de fuera visita la cárcel, te dice que esto no es lo que pensaba. Hay determinadas cosas que sí atinan y están muy bien hechas. Por supuesto que existe esa subcultura cancelaria por que hay deudas y trapicheos. Pero nuestro objetivo es que eso vaya disminuyendo y que esto se convierta en un espacio de trabajo y de crecimiento personal.

¿Hay medios suficientes en la prisión para abordar la salud mental? 

En la prisión, lo intentamos y desarrollamos un programa de atención integral a enfermos mentales, con diferentes focos de intervención. La mayor dificultad en este ámbito es la ruptura con el exterior. Para empezar, ingresa un interno con enfermedad mental y no sabemos nada de él por que los médicos de la prisión no tienen acceso a las bases de datos del Sistema Nacional de Salud, por lo que puede pasar mucho tiempo hasta hacer un buen diagnóstico y un tratamiento. La salud mental es una piedra muy gorda en el camino que, a veces, se convierte en una montaña. 

¿Y para trabajar la drogodependencia y las adicciones?

Tenemos muchos recursos pero hay que tener en cuenta que es una problemática multifactorial por que a cada persona le ha llevado a consumir determinados aspectos, por lo que el enfoque tiene que ser muy diferente. Está el trabajo de las entidades que, en ocasiones, ya venía trabajando fuera con esa personas, pero también la labor que hacemos con el módulo terapéutico para la fase final de los internos que les falta poco para salir a la calle, donde se intensifican los aspectos más necesarios. Además, hay una psicóloga en el centro destinada al tema de drogodependencia, que coordina todas las acciones.