Veinte horas en una rueda para alcanzar una vida mejor

Óscar Fraile
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Mohammed Benamrane llegó a España como MENA, oculto en la estructura de un autocar y en su tercer intento de entrar en Europa. Natural de Uchda (Marruecos), estudia un grado medio de mecánica y sueña con empezar a trabajar

Veinte horas en una rueda para alcanzar una vida mejor - Foto: Jonathan Tajes

Mohammed Benamrane ‘Moha’ nació hace 20 años en Uchda, al noreste de Marruecos. Desde muy pequeño se resignó a dedicar el tiempo libre que le dejaban sus estudios a ayudar a su familia en el campo y a hacer algún trabajo de albañilería. Se pasaba largas tardes entre cabras y ovejas, soñando con un futuro y un mundo mejor. Un mundo que estaba al otro lado del estrecho, tal y como podía comprobar cada vez que llegaban a su ciudad compatriotas que habían dado el salto y que volvían de visita con mejores coches, ropa más cara y una sonrisa que revelaba su felicidad. ¿Y por qué yo no?, se preguntaba Mohammed.

Un buen día decidió cambiar ese ‘no’ por un ‘sí’. Al precio que fuera. Se trataba de su vida, y no estaba dispuesto a desaprovecharla sin intentar exprimirla antes. De este modo, trazó un plan que no estaba exento de peligro, como el de muchos que intentan seguir ese camino. Se escondería en uno de los pequeños huecos que hay junto a las grandes ruedas de los autocares y rezaría muy fuerte. No le quedaba otra. Las dos primeras veces salió cruz, y fue interceptado en la frontera. Pero él no se dio por vencido e hizo bueno el refrán que dice que a la tercera va la vencida. Se coló en un autocar que iba a Europa, sin saber muy bien cuál era su destino y volvió a cerrar los ojos. Y a cruzar los dedos. Y a rezar.

En esa ocasión logró burlar los controles y se plantó en España. Corría el mes de diciembre del año 2015 y, pese al frío propio de la época, él casi se derritió escondido en esa rueda. Pero aguantó y no bajó hasta asegurarse de que estaba lejos. Lo hizo en la estación de autobuses de Madrid, aunque por entonces no tuviera casi ni idea de dónde estaba. Habían pasado 20 horas desde el inicio de su viaje y él, evidentemente, estaba molido. Nunca había salido de Marruecos y en un abrir y cerrar de ojos pasó a estar en otro mundo, donde la lengua y las costumbres le eran completamente ajenas.

En ese momento Mohammed se convirtió oficialmente en un MENA (menor extranjero no acompañado), un colectivo que casi se duplicó en España en el año 2018 y que en junio de este año estaba integrado por 12.300 personas en España. Unas cifras que esconden miles de historias personales marcadas por la búsqueda de un mundo mejor.

Mohhamed llegó a Madrid cuando tenía 16 años. Desorientado, comenzó a vagar por la ciudad durante horas, hasta que encontró a un grupo de mujeres con la hiyab (pañuelo típico que usan las musulmanas para cubrir la cabeza). Se acercó a ellas, les contó su odisea y pidió ayuda. Haciendo bueno el tercer pilar del Islam, que obliga a los musulmanes a ayudar a los miembros de su comunidad que lo necesitan, estas mujeres lo acogieron en sus casas y le dieron alimentos. Una vez en contacto con personas de su país, le recomendaron ir a Segovia, porque allí, según ellos, había un centro de menores no acompañados en el que le podían ayudar. Le pagaron el billete de autobús y viajó a la ciudad del acueducto, dispuesto a empezar de cero. Una vez más.

Allí se puso en contacto con otros miembros de la comunidad musulmana de los que le habían hablado en Madrid, aunque finalmente decidió pedir ayuda en Cáritas. En la oenegé no supo hacerse entender y decidieron llevarle, contra su voluntad, a la comisaría de Policía, como paso previo a llegar al centro de menores no acompañados. Todo empezó a ir mejor a partir de ahí. «El primer día me dieron ropa, porque no tenía nada, comida, me duché y me asignaron una cama», recuerda. Luego le llevaron al médico, donde le hicieron una revisión general y le pusieron algunas vacunas. Un poco más centrado, un mes después, empezó a estudiar por la mañana formación profesional en la rama de mecánica, y por la tarde iba a clases de castellano. Así estuvo un año, hasta que su estancia no se pudo prolongar más y llegó a Valladolid, con 18 años, para instalarse en el centro El Juglar, gestionado por Adsis. Esta fundación se dedica, entre otras cosas, a acoger a jóvenes de entre 18 y 21 años para ayudarles en su transición a la vida adulta. Les ayuda, en definitiva, a ser más autónomos.

adaptación a la nueva vida. Todo ha sido más fácil desde entonces. Mohammed ha empezado un Grado Medio de Mecánica y ya sueña con acabar su formación para integrarse en el mercado laboral, una vez que tiene regularizada su situación. Ahora vive en un piso compartido en el barrio de La Pilarica gracias a los poco más de 400 euros que cobra por la Renta Garantizada de Ciudadanía, una ayuda destinada a garantizar una vida digna a las personas y unidades familiares.

Cuando echa la vista atrás, ‘Moha’ considera que todo el riesgo asumido ha merecido la pena. Es más, anima a los menores que estén en su situación en Marruecos a que hagan lo mismo «hasta que lo consigan». También se muestra agradecido «a Dios» y a todas las personas que le han ayudado en España para salir adelante.

Sus proyectos de futuro tan solo pasan por terminar sus estudios y encontrar un puesto de trabajo que le dé estabilidad. Lleva más de tres años intentando ser un buen mecánico y manejar con más soltura el idioma, aunque ya se defiende bastante bien. Y todo ello, alejado del ruido que en los últimos meses se ha generado en torno a estos niños y adolescentes, un colectivo que se ha situado en el centro del debate político, sobre todo a raíz de que VOX hablase de «manadas de menas» y les responsabilizase de un supuesto aumento de la delincuencia. ‘Moha’ quiere desmontar estos argumentos de la mejor manera que puede: con su propio ejemplo.