En una de sus últimas apariciones públicas, William Felton 'Bill' Russell recibió la medalla presidencial de la Libertad, la concesión civil más alta de Estados Unidos. Los que disfrutaron de sus hazañas, los que las leyeron, los que se informaron para documentar la leyenda o incluso los más jóvenes y desapegados preguntándose «¿quién es este?», vieron a un señor muy alto y muy mayor cercano a los 80 años, con la sonrisa apagada de quien ya está a punto de empezar a jugar la prórroga de la vida junto a un muy feliz Barack Obama, quien concedía el galardón a uno de sus ídolos en dos facetas apasionantes para el expresidente estadounidense: la lucha racial... y, sí, el baloncesto.
Desde entonces, poco supimos de 'The Hawk' hasta el comunicado de su familia el pasado domingo. «Bill se ha ido». Tenía ya 88 años. Y aunque el refranero español guarda un sitio triste para 'el día de las alabanzas', el 'gigante' de Luisiana pertenecía a esa especie de deportistas que las había coleccionado todas ellas a lo largo del camino. A día de hoy sigue siendo el único jugador de la historia del baloncesto norteamericano con más anillos que dedos: 11 veces ganó el título con los míticos Celtics entre 1957 y 1969, el año de su retirada. «Fue el más grande campeón de todos los deportes de equipo», aseguraba Adam Silver, comisionado de la NBA.
Comprometido
Fue el hombre que marchó junto a Martin Luther King para luchar por la dignidad de los afroamericanos, y fue el pívot que promedió más de 15 puntos y 22 rebotes por partido; fue el tipo que invirtió una gigantesca parte de lo ganado como profesional en ayudar a los demás, y el atleta que cambió las reglas del juego (tal y como previó 'Red' Auerbach, creador de aquellos míticos Celtics): su rigor logró anular el embrujo del considerado como el mejor 'center' de la historia, Wilt Chamberlain.
Claramente, es imposible desligar a los 'dos' Bill Russell, que ya compaginaba baloncesto y lucha activa: cuando un restaurante se negó a servir a los negros de los Celtics, él hizo lo propio no jugando un encuentro, teniendo que soportar insultos y críticas feroces.
Era la Norteamérica rota, en la que figuras de la cultura y del deporte como Russell tendían puentes de unidad: cuando un activista negro (Medgar Evers) fue asesinado por un supremacista blanco, el jugador de los Celtics abandonó las celebraciones de su quinto título NBA para acudir a Mississippi, donde se había producido el crimen, para abrir la primera academia de baloncesto para blancos y negros. Era una época en la que los suyos ni siquiera podían votar, en la que había bebederos distintos para ambas razas, o en la que miembros del Ku Klux Klan vigilaban los entrenamientos que dirigía el propio Bill Russell.
Mientras lidiaba con todas las tensiones fuera de la pista, sobre ella iba forjando su leyenda como uno de los mejores defensores de la historia, un pionero, perfeccionando un 'invento' prácticamente desconocido en el baloncesto hasta su llegada: el tapón. Hasta su alzamiento, una acción esporádica en las canchas; desde aquello, un arte que (junto a su capacidad reboteadora) permitió a los Celtics elaborar un juego de alta velocidad nunca visto hasta entonces: la clave de la mejor dinastía en la historia de la NBA.
Mantuvo el apetito intacto hasta el último día en activo, cuando la final del 69 llegó al séptimo duelo contra los Lakers y el techo del legendario Forum estaba repleto de globos que caerían a la pista… pero nunca cayeron. «No he venido aquí para fiestas», señaló a sus jugadores antes de saltar al parqué y conquistar el undécimo anillo ante los grandes rivales históricos... cuya camiseta (anatema para los seguidores 'verdes') se puso para honrar la figura de Kobe Bryant cuando el genio de Pensilvania falleció hace dos años. Esa fue la última imagen que muchos guardan en su retina del mito Russell, comprometido, fiero y recto hasta el final. Que el trofeo al 'MVP' de las finales lleve su nombre es lo menos que el baloncesto podía devolverle.