Ben Hania arrolla la Seminci con 'Las cuatro hijas'

D.V.
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La directora tunecina, que ganó el premio de la juventud de Punto de Encuentro en 2017, convence a crítica y público con una historia con el Estado Islámico como trasfondo

Fotograma de 'Las cuatro hijas'. - Foto: Seminci

Como un tornado, arrasando todo a su paso, irrumpió hoy en la competición de la 68 Semana Internacional de Cine de Valladolid 'Las cuatro hijas', la nueva película de la tunecina Kaouther Ben Hania, galardonada hace seis años en Seminci con el premio de la juventud de Punto de Encuentro por 'Beauty and the Dogs', su segundo largometraje de ficción. En esta ocasión despliega un brutal artefacto narrativo metacinematográfico para recrear la historia de Olfa y sus cuatro hijas, una mujer que vio cómo sus dos descendientes mayores abandonaron el hogar familiar para integrarse en el Estado Islámico.

La historia de Olfa Hamrouni sacudió la actualidad tunecina en 2016. Fue entonces cuando llegó a oídos de la cineasta, que acababa de dirigir su documental 'Zaineb odia la nieve', que tuvo su puesta de largo en Locarno. Desde que conoció el caso, la realizadora sintió que aquello la interpelaba en lo más profundo, y en cuanto conoció a la protagonista se quedó fascinada. "Vi en ella un personaje muy potente para el cine. Era la encarnación de una madre con todas sus contradicciones, sus ambigüedades, sus zonas problemáticas. Su historia, compleja y aterradora, me perseguía y estaba muy interesado en explorarla y comprenderla, aunque no sabía cómo lo iba a hacer", relata en las notas de producción del film.

La cineasta, que no viajó en Valladolid al estar sumida en la campaña de los Oscar (la película, que ganó el premio al mejor documental en Cannes, ha sido elegida por Túnez para representar al país en la carrera por la estatuilla), empezó a tantear entonces diferentes posibilidades de llevar a la gran pantalla un relato tan poderoso, hasta que dio con la tecla. 

 

Víctima y verdugo

Ben Hania ha dado forma a un elaboradísimo artefacto narrativo que funciona como un reloj suizo, y pone sobre la mesa las cartas desde el primer plano del film. Tras barajar otras opciones, decidió contratar a dos actrices profesionales para encarnar a las dos hijas que le arrebató el ISIS. Además, para dar vida a la madre protagonista, sienta a su lado delante de cámara a otra actriz, que le sirve para sacar a Olfa del propio personaje que ella misma se había construido en su itinerancia por los medios para contar su drama.

Lo que queda ante la cámara, totalmente desnuda, es la historia de una mujer partida por la mitad. Devastada. Arrasada. Víctima y verdugo que se llevará a la tumba la culpa de no haber sabido liberar a sus hijas de una "maldición" que se transmite "de generación en generación", con las mujeres de los países islámicos. Es esa mirada honda, sin concesiones, que plantea la cineasta, un paso definitivo en el intento de emancipación de las mujeres, un guiño y una mano tendida a las nuevas generaciones para que rompan las cadenas que llevan siglos asfixiándolas, con las dos hijas de Olfa que permanecieron a su lado como brillantes faros en la niebla. 

"Debes tener cuidado. Puedes perder la cabeza", le dice Olfa a su alter ego en el inicio del film. "Aprendí a protegerme", le responde la actriz. Y de eso en el fondo trata la película, del cine como herramienta de sanación, del celuloide como barrera contra la crueldad, como instrumento para intentar comprender la oscuridad que nos rodea, o los intrincados caminos que han llevado hasta el mundo tal y como lo conocemos. 

Con una sutileza fuera de lo común, con un sentido del humor inesperado y con un pulso firme y clarividente, Ben Hania repasa instante a instante la vida de esa mujer y de sus cuatro hijas, las dinámicas perversas que se forjaron entre ellas y la pesada mochila que la acompañará hasta que se muera, y lanza un grito desesperado en favor del empoderamiento femenino. 

No es casualidad que un único actor sea el que interprete a todos los hombres en el film; él, como símbolo, es el padre ausente, el despreciable padre suplente o el impotente funcionario de policía que es incapaz de mover un dado para evitar que la tragedia se consume. Los hombres han fallado, y solo las nuevas generaciones de mujeres podrán romper las cadenas de dolor que llevan siglos perpetuándose.