A vista de estornino

Javier M. Faya
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Una visión cenital de Valladolid permite descubrir desde las alturas la ciudad de una forma totalmente diferente

Una piscina divisa el Parque de Campo Grande protegido por una hilera de plataneros. - Foto: Google Maps

Decía un amigo arquitecto a finales del siglo pasado que las ciudades se disfrutan mirando hacia arriba, pues, a su juicio, nos perdemos mil y un detalles. Es cuestión de fijarse en cómo acaban los edificios. Hay auténticas obras de arte de todos los estilos, de todas las épocas, que dan fe de la genialidad del ser humano. O justo de lo contrario.    

Lo que no podría sospechar este enamorado y profesional de la construcción es de lo escandalosamente fácil que iba a resultar divisar, años después, las urbes, en este caso Valladolid. Son las cosas de las nuevas tecnologías, que pueden convertir durante un buen rato a una persona en un pájaro, y ya puestos, en un estornino, un ave muy 'querida' en esta tierra. 

Así pues, echando un poco de imaginación y un mucho de Google Earth, sobrevolar la ciudad está al alcance de cualquiera. Es momento de relajarse, cerrar los ojos, volverlos a abrir, batir las alas y surcar los cielos con algún graznido.

Parte de Campo Grande, uno de los lugares más bonitos del mundo. Las diferentes tonalidades de verdes, rojos, marrones, amarillos, ocres... son una bendición para todo poeta que se precie. O no. De eso bien sabe don José Zorrilla, habitante ilustre y poco respetado por los estorninos, si bien los olvida ahora que llega el milagro del otoño y los colores convierten en puro espectáculo la alfombra de 6.000 árboles con hasta 214 especies diferentes.

Abandonado el triángulo verde de 113.000 y pico metros cuadrados, con el escudo floral de Valladolid y un par de 'botones' (la pajarera y el palomar), y justo cuando iba a dejar la hilera de plataneros del Paseo Zorrilla, el pajarraco ya divisa en primera línea una piscina de grandes dimensiones. ¡Quién sabe si en la ola de calor de esta semana han hecho uso de ella! Apenas puede distinguir si está llena. Cree que no. Tampoco una que hay escondida cerca de allí, en Miguel Íscar.

 

Buscando piscinas.

El calor es insoportable, con un arranque de octubre que ha roto termómetros. Por eso el  'Sturnus vulgaris' busca refrescar sus plumas antes de seguir haciendo trastadas a los humanos. Sabe que desde el pasado 4 de septiembre las piscinas municipales al aire libre cerraron y el agua empieza a ser verdosa. 

Eso sí, recuerda que, remontando el Pisuerga hacia arriba, se encuentran las casas con piscina del Camino del Cabildo, pero le han hablado las urracas de que en Parquesol hay varias alineadas caprichosamente alrededor de unos coquetos edificios verdes, entre las calles Eusebio González Suárez y Federico Landrove Moiño. Se alternan con pistas de tenis. Y lo mejor de esas piletas rectangulares -como todas- es que les acompañan otras, con forma de circulito, que en verano se llenan de niños cuyos gritos llegan a la estratosfera. De esas construcciones, que van hermanadas, le llama la atención que tienen la forma de un dragón chino o un Fujur verde de 'La historia interminable'. Nada que ver con los temibles de 'Juego de tronos'.   

Pero a este estornino no le convence nada el tamaño. Quiere algo grande, mayúsculo, superlativo. Y, al fin, parece haberlo encontrado, lanzándose en picado a algo azul intenso del tamaño de un edificio, justo detrás de otro que está en el Paseo Hospital Militar. Menos mal que en el último momento remonta el vuelo y se salva de una muerte segura, porque confunde el azul clorado con el de chapa de aluminio de los Cines Broadway. Así que, tras el susto, se refugia en su casa, en el edificio en ruinas de la calle Pasión. Se le han quitado las ganas de bañarse. Lógico. Pero tampoco quiere quedarse quieto: si la gente se 'asa' viendo películas -la ley...-, él seguirá disfrutando de su Valladolid del alma.

Le apetece darse un garbeo por el centro aunque sea 'ave non grata'. Planea a izquierda y derecha, y luego otra vez, al mismo ritmo, por la calle Santa María y los jardines colgantes, donde se posa para reponer fuerzas. Queda mucho por ver, aunque a veces se juegue el pico. Porque pasar cerca de la pista de padel que hay justo detrás del celestial tejado de Villa Julia es muy peligroso. Las aves más viejas de la ciudad no recordaban que existiera ese tapiz infernal de color verde. Solo cómo se construyó, allá por 1946, aquella bella casa que muchos quieren pero que nadie compra.

Frontón de la calle Expósitos.

Esos miembros veteranos de la bandada rememoran vuelos de alto riesgo en el histórico Frontón de la calle Expósitos, en sus tiempos de esplendor, y todavía activo en los 80, en los que aparecía uno descubierto y otro cubierto. Ahora es un rincón para nostálgicos y un lugar que deja indiferente al estornino de esta historia, que rinde visita a uno de sus sitios preferidos: el Patio de las Tabas de las Francesas. 

Cierto es que lo mejor, las tabas, no se pueden ver desde el aire -debe colarse el pájaro-, pero las formas geométricas que por ahí se suceden, incluso de jardines adyacentes, parecen salidas de un Tetris de delicados colores en el que el verde es como boscoso, aunque para verde los jardines Enertec, que tienen cierto aire apocalíptico, y más tras la pandemia y el confinamiento. Alineados en batería, resisten el paso del tiempo con una vegetación salvaje -tropical- que vence a lo 'urbanita'. De eso da fe este pájaro cuando sobrevuela los techos bioclimáticos con cubiertas vegetales de diversos edificios de Valladolid que intentaron ganarse el favor de lo 'eco-friendly' sin fortuna. La Facultad de Ciencias de la UVa es un buen ejemplo. Parece el césped de un campo de fútbol de Tercera División.

Precisamente a uno de Segunda con muchas posibilidades de ser de Primera, el José Zorrilla, rinde visita desde las alturas. Este domingo por la tarde lo verá a rebosar como el pasado. Es un espectáculo ver tanto verde ocupado por unas 25 personas que son rodeadas en un anillo por unas 25.000, muchas de ellas vestidas de violeta. De locos. Sobre todo cuando los de ese color marcan. Entonces la tierra tiembla. Ese ruido ensordecedor contrasta con el silencio sepulcral de, precisamente eso, los sepulcros, de los cementerios del Carmen y de Las Contiendas, a las afueras. Las formas geométricas de este último, más reciente, hacen pensar en cualquier cosa menos en eso.

Para clásico siempre estará el Centro de Espiritualidad del Corazón de Jesús, el monasterio de santa Catalina o todo lo que rodea a los soberbios jardines de la Antigua, aunque el símbolo desde el aire resulte inquietante. Rezuman Historia. Hasta para un molesto estornino.