Ha pasado mucho tiempo desde que Valladolid se despertó sobresaltada una mañana de octubre por el incendio de la discoteca Siete Siete, que acabó con la vida de cuatro personas. Pero en estos días confluyen dos motivos que obligan a echar la mirada atrás. El primero, el incendio de las discotecas Teatre y La Fonda Milagros, en Murcia, que ha dejado 13 fallecidos; y el segundo, que este mismo viernes se cumplen 27 años de la tragedia que sucedió en un local de la calle Rondilla de Santa Teresa, esquina con el paseo del Renacimiento.
Jesús Carlos Barrios es uno de los pocos bomberos en activo que lo vivió en primera persona. «Recuerdo que había madrugado junto a mi hijo, que por entonces tenía dos años, y desayunamos con la noticia del incendio en la discoteca», explica. Él se enteró sobre las 9.00 horas y solo quince minutos después fue requerido por el Servicio de Extinción de Incendios para hacer el relevo de los compañeros que llevaban allí unas tres horas trabajando.
Cuando llegó, el fuego ya estaba extinguido, de modo que su trabajo consistió en realizar las labores de enfriamiento en el local y revisión. «Estaba todo calcinado, pero uno de los recuerdos que tengo es que, horas después del incendio, el agua acumulada en la pista de baile seguía muy caliente, a unos 50 grados, lo que da pistas sobre la temperatura que se alcanzó ahí dentro», asevera.
En este incidente murieron cuatro personas: dos bomberos, una trabajadora del local y una clienta. Barrios recuerda que sus dos compañeros se vieron sorprendidos por la inflamación de los gases del propio incendio, cuando se pensaba que ya estaba controlado. El impacto emocional de perder a dos compañeros es algo imposible de olvidar. Muy duro. Aquello les sirvió para recordar, y no viene mal, lo peligroso que es su trabajo. Para darse cuenta de su propia fragilidad. «En este sentido, hemos aprendido con el tiempo para pasar de la imagen pública del superhéroe que se arriesga ante todo a otro tipo de profesionales que dan más importancia a la técnica y la seguridad», sostiene.
Más allá de la tragedia, este bombero reconoce que aquella intervención les enseñó mucho a nivel profesional. «A los pocos años de este incidente, otros compañeros y yo empezamos a investigar términos que en aquella época nos sonaban un poco lejanos y que venían de Suecia y Estados Unidos», recuerda. Términos que hacen referencia a los que sucedió en aquel infierno en el que se convirtió la discoteca Siete Siete. Por ejemplo, el flashover, traducido como combustión súbita generalizada, que es un fenómeno que se produce en incendios en zonas cerradas con buena ventilación. Los gases se acumulan en el techo hasta que se produce una fuerte combustión que dispara la velocidad de propagación del fuego. «A raíz de eso empezamos a estudiar cómo se podía controlar, mediante técnicas que venían de fuera; de hecho, en El Rebollar tenemos un campo de pruebas con una serie de estructuras de contenedores de transporte naval adaptados para simular esas condiciones», explica.
cómo prevenir. Independientemente de las técnicas que utilicen los Bomberos, Barrios recuerda que lo más efectivo para evitar estos incendios, o para mitigar sus devastadores efectos, es que todos los locales sean escrupulosos en el cumplimiento de la normativa vigente, y que las personas intenten mantener la calma cuando se producen, aunque eso sea muy difícil, porque el instinto de supervivencia pesa mucho más que la razón en situaciones extremas.
El origen del incendio de la discoteca Siete Siete nunca llegó a aclararse, pero aquel 6 de octubre de 1996 quedó marcado a fuego en la crónica negra de Valladolid. Barrios hoy comparte trabajo con Jaime Vidal, hijo del sargento fallecido en esa fatídica noche. Por lo que se ve, la vocación y el orgullo también se heredan.