A las 15 horas y 15 minutos del 13 de noviembre de 2002 estalló una tragedia que marcó la Historia de España. Una de las mayores catástrofes naturales ocurridas en el país, y de las más graves del mundo, que se inició con el acceso de una vía de agua en el petrolero monocasco Prestige cuando navegaba a 50 kilómetros de la costa de Finisterre. Las 77.000 toneladas de fuel que transportaba comenzaron a abrirse paso por la grieta. Primero tímidamente, en forma de ligeros hilillos; después a borbotones, dibujando enormes manchas en el mar. Tras varios días de maniobras fallidas tratando de alejarlo del litoral gallego, el barco acabó partiéndose en dos y hundiéndose a 250 kilómetros de la orilla.
La marea negra ya era por entonces una dramática realidad que no tardaría en llegar a tierra, en forma de decenas de miles de toneladas de chapapote. Un amasijo pegajoso que acabó esparciéndose más de 2.000 kilómetros desde Galicia al sur de Francia, pasando por Asturias, Cantabria o el País Vasco, y hasta Portugal. Las olas de fuel batieron contra los acantilados de la Costa da Morte, las Islas Cíes y Ons, playas de alto valor natural y paisajístico. No respetaron nada, arrasaron con varios cientos de miles de aves y animales marinos y pusieron en jaque a la población. La Fiscalía cifró en más de 4.400 millones de euros el coste de la tragedia y el vertido afectó al sustento de más de 30.000 pescadores.
Eso sobre el papel. En la realidad cotidiana, los vecinos no daban crédito a la catástrofe que estaban viviendo. España entera se encogió viendo como el petróleo lo cubría todo. Pero la fortaleza humana y la unión del pueblo gallego obraron el milagro, e hicieron posible la recuperación.
La vergüenza negra Poco a poco, los autobuses cargados de voluntarios para colaborar en los trabajos de limpieza del chapapote fueron llegando de todas partes del país, e incluso desde otros territorios vecinos de Europa. Había que limpiar Galicia de fuel y devolverla a su estado original antes del Prestige.
Atabiados con monos blancos, mascarillas y guantes, miles de personas se unieron a los foráneos para retirar cubos y cubos de fuel de las playas. Con sus propias manos, con palas y escabadoras. Todo valía para volver a sacar a la superficie la belleza paisajística y natural del litoral gallego.
Solo se conocía con anterioridad en España un desastre comparable, aunque de menor impacto: el del Urquiola en 1976, año en el que Adolfo Suárez fue designado presidente del Gobierno y se fueron dando los primeros pasos hacia la Transición Democrática.
La vergüenza negra - Foto: ALBERTO ESTEVEZLa marca política
Los «hilillos de plastilina» del expresidente Mariano Rajoy, por aquel entonces portavoz del Ejecutivo de José María Aznar y ministro de la Presidencia, son una de las repercusiones políticas de la catástrofe del Prestige que han pasado a la posteridad. Sin embargo, más allá de las polémicas -y ya históricas- palabras de Rajoy, el desastre medioambiental golpeó de lleno al PP en Galicia, presidido en aquel momento por Manuel Fraga, y también al partido a nivel nacional. A Fraga, por ejemplo, la gestión del vertido le costó la sexta mayoría absoluta en la Xunta, tres años después.
Una de las principales críticas en aquel momento al presidente gallego de entonces fue que no visitase los lugares afectados hasta ocho días después del derramamiento. A Aznar se le reprochó que no lo hiciera hasta un mes más tarde de que el buque se accidentase.
Desde la sociedad civil se acusó al Gobierno de un intento de «manipulación» y de «minimizar» las consecuencias de la tragedia. Las movilizaciones y el descontento fueron continuas. Bajo el grito de Nunca máis, la plataforma homónima -formada por intelectuales gallegos y dirigentes del BNG- convocó una manifestación el 1 de diciembre de ese año que desbordó las expectativas de los organizadores. Fue precisamente el movimiento Nunca Máis el encargado, desde 2014, del proceso judicial que pidió responsabilidades por la gestión del desastre.
La vergüenza negra - Foto: ESTEBAN COBOAhora, dos décadas después del vertido, los ecologistas y esta plataforma vuelven a alzar la voz: «la catástrofe del Prestige se puede repetir en cualquier momento». Y es que, explican, «40.000 barcos al año, y aproximadamente uno de cada tres (38 al día), transporta mercancías peligrosas, junto a su combustible».
Además, aseguran que los efectos del derrame siguen presentes. «Aún queda chapapote bajo la arena», afirman. Por eso, insisten en que «es necesario que se adopten por parte de las autoridades todas las medidas necesarias para evitar que se vuelvan a producir este tipo de accidentes».
El transporte marítimo de mercancías actual, alertan, contribuye a acelerar el cambio climático, y el 70 por ciento de este a nivel europeo pasa precisamente por Galicia. Y es que el Prestige no ha sido la única catástrofe medioambiental vivida en los mares gallegos en las épocas recientes, aunque si la mayor: ocho de los 13 principales accidentes con vertidos de fuel registrados en los últimos 60 años se han producido en sus costas.