Otoño es un momento propicio para ponerse frente a la pequeña pantalla y disfrutar de cine añejo y glorioso. TCM lo tiene programado y todos los martes del mes de noviembre emitirá algunas de las mejores películas de la época del cine mudo. Títulos como La pasión de Juana de Arco (1928), dirigida por Carl Theodor Dreyer y protagonizada por Maria Falconetti; El maquinista de la General (1926), de Buster Keaton; El chico (1921) y La quimera del oro (1925), de Charles Chaplin, o El fantasma de la ópera (1925), protagonizada por Lon Chaney. Este especial titulado ¡Silencio, se rueda! se cerrará con la reciente The Artist, el film del francés Michel Hazanavicius que rendía homenaje a esa gloriosa época y que en 2012 ganó el Oscar a la mejor película.
El cine mudo dejó para la historia verdaderas maravillas injustamente olvidadas hoy en día. Una de ellas, por ejemplo, es La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer, uno de los grandes cineastas de todos los tiempos. Un film en el que los sentimientos y las emociones se transmiten a través de pequeños gestos, miradas e imperceptibles susurros y pestañeos.
Buster Keaton creó un estilo cómico único basado en el estoicismo. Su inexpresividad chocaba con la disparatada actividad de sus personajes, como cuando tenía que conducir una locomotora a través de las líneas enemigas durante la Guerra de Secesión en El maquinista de la General. Keaton protagonizó espectaculares secuencias cómicas de compleja realización. Él mismo llevaba a cabo en la pantalla los ejercicios más peligrosos sin utilizar nunca dobles. Todo ello hizo de él una de las estrellas más populares y de mayor éxito del cine mudo en la década de los años veinte.
¡Silencio, se rueda!, un especial de clásicos de cine mudoCharles Chaplin hizo unas 65 películas mudas. El cine para él era, por definición, el silencio. «Detesto las películas habladas», decía. «Desvirtúan el arte más antiguo del mundo: el arte de la pantomima. Destruyen la belleza del silencio». Dirigió y protagonizó algunas de las mejores películas de esa época, como El chico o La quimera del oro, protagonizadas por Charlot, su entrañable vagabundo. Su bastón, su bombín y su bigote se convirtieron en el símbolo mismo del cine y en una de las señas de identidad más representativas del siglo XX. Cuando el sonoro ya estaba totalmente implantado, él continuó rodando películas mudas. Chaplin hizo también películas sonoras, pero todo el mundo siguió identificándole con el vagabundo.
Lon Chaney fue un actor especializado en películas de terror. Su facilidad camaleónica para cambiar de aspecto le dieron el sobrenombre de «el hombre de las mil caras». Chaney era hijo de una mujer sordomuda y de pequeño su madre le obligaba a que le explicara todo mediante la mímica. Esa fue su mejor escuela interpretativa. Además, tenía una gran habilidad para el maquillaje que le permitía transformarse en los monstruos más espeluznantes, explorando el lado más poético de la monstruosidad. Todo ello se puede comprobar en El fantasma de la ópera, una de sus mejores películas.
Con Un perro andaluz (1929), Luis Buñuel y Salvador Dalí demostraron que el surrealismo tenía un hueco en el cine. La película era una sucesión de imágenes oníricas sin ningún argumento: un ojo seccionado por una cuchilla, una mano mutilada, unas hormigas que surgían de esa mano.
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El 6 de octubre de 1927 se estrenó El cantor de jazz. En una de sus escenas, el protagonista, Al Jolson, se dirigía a los espectadores y pronunciaba la primera frase sonora de la historia del cine: «¡Esperen un minuto, aún no han visto nada!», decía. Su éxito hizo que todos los estudios de Hollywood comenzaran a rodar películas sonoras. El cine silente era el pasado. Un pasado glorioso que TCM rescata en noviembre.