El peor día de sus vidas

Leticia Ortiz (SPC)
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El 24 de julio de 2013, un tren que cubría la línea Madrid-Ferrol descarriló en el barrio de Angrois provocando la segunda peortragedia ferroviaria de la Historia de España

El peor día de sus vidas - Foto: Lavandeira jr.

Santiago de Compostela luce ya sus mejores galas, apenas unas horas de que amanezca su jornada más grande, el Día del Apóstol. El reloj marca poco más de las ocho y media de la tarde de un caluroso miércoles 24 de julio de 2013. La estación de ferrocarril de la capital gallega es un ir y venir de gente que espera en los andenes a sus familiares y amigos. Muchos miran los paneles en los que marca la próxima llegada del Alvia 04155 procedente de Madrid. Algunos mensajes anuncian que el reencuentro esta próximo: «Ahora nos vemos. Estamos ya muy cerca», se lee en la pantalla del móvil que anhela volver a su hijo para pasar juntos una de las fechas más señaladas para ellos.  Algo similar ocurre en La Coruña, donde el mismo tren llegará unos 30 minutos después de la parada en Santiago. Los nervios, la emoción, el deseo... Sentimientos que se repiten en cualquier lugar del mundo donde llegue un medio de transporte. Pero el destino guarda un trágico requiebro en forma de curva cerrada, conocida como A Grandeira. Para cientos de personas -las que viajaban y trabajaban en el convoy, sus amigos, sus familiares, los vecinos de Angrois y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de la zona, entre otros-, aquella víspera de la Fiesta del Apóstol se iba a convertir en el peor día de sus vidas.

«Sentimos un estruendo como si fuera un trueno y, de repente, un temblor como un terremoto». Así describe aquellos segundos Martín Rozas, vicepresidente en aquel momento de la Asociación de Vecinos de Angrois. Una mínima fracción de tiempo en la que el Alvia tomó aquella curva de A Grandeira, definida por los profesionales ferroviarios como «muy peligrosa», a 179 kilómetros por hora, casi 100 por encima de la velocidad máxima permitida en esa zona situada a escasos 3.000 metros de Santiago. La fuerza del descarrilamiento, «ese trueno» y «ese terremoto» que sintieron los vecinos, fue tal, que las dos cabezas tractoras, los dos furgones diésel y los ochos coches del ferrocarril se salieron completamente de la vía, quedando a un lado y otro del puente. Uno de ellos, incluso, voló a 15 metros de la catenaria, saltando un talud de cinco metros de altura.

Angustia

«Dios mío, Dios mío. Pobres viajeros. Ojalá no haya ningún muerto. Debe de haber heridos, muchos. Está volcado. No puedo salir de la cabina». Son las 20,42 horas cuando en Atocha, central de Renfe, reciben la angustiosa comunicación desde la cabina del tren que, minutos más tarde, debería haber estado haciendo su entrada en Santiago de Compostela. Quien habla es Francisco José Garzón Amo, maquinista del convoy siniestrado.

Casi a la vez en el teléfono de móvil de Arcadio, que ya ha llegado a la estación de La Coruña para esperar a Susana, su mujer, aparece un mensaje de texto: «Accidente, ni se si sqldre. Mw ahogui, aplasrada» (Accidente, no sé si saldré. Me ahogo, aplastada). El hombre, desconcertado, se acerca a las oficinas de Información, pero nadie sabe nada de un supuesto percance.

En Angrois, mientras, se han abierto ya las puertas del Infierno. «Fui de las primeras personas en salir a las vías, y cuando levanté la cabeza, vi el horror. Al ver aquel desastre, pensé que no iba a salir nadie más. Era terrorífico», recuerda Isabel Formoso contemplando su muñeca, sin movilidad desde ese día, «el peor de mi vida», como subrayan muchos de los supervivientes, pero también familiares de los 80 fallecidos. Una cifra que, junto a la de 146 heridos, convirtió el suceso en el segundo peor accidente ferroviario de la Historia de España.

«Cuando recuperé la consciencia estaba dentro del vagón con un brazo aprisionado por algo. Escuché gritos y yo también intenté gritar, pero no pude y pensé que estaba soñando, como cuando en sueños no te sale la voz. Al momento levanté una mano y un bombero me la agarró. Ya no lo solté más», rememora Lidia Sanmartín, una de las últimas heridas en recibir el alta, que, en aquel trayecto, cambió su habitual lado derecho del vagón, donde viajaba casi cada fin de semana a casa, por el izquierdo. Una casualidad que le salvó la vida.

Los héroes

Como ha ocurrido en 2020 con la pandemia de coronavirus, en la adversidad surgen los héroes. Algunos por vocación, como los bomberos y policías que acudieron al lugar de los hechos al recibir la llamada de auxilio. Otros por simple solidaridad, como las decenas de vecinos de Angrois que se lanzaron a las vías aún en llamas para tratar de socorrer a los viajeros. «Una de las víctimas era una niña. La vi sola y llorando. Le pedí que se tranquilizase y le di la mano. Dejó de llorar y eso me sirvió para ayudar a otros heridos. Pero no soy un héroe», señala Abel Ramos, un joven gallego que llegó instantes después de la tragedia, puesto que su casa está muy cerca de las vías.

«Eran los fuegos del Apóstol, estábamos en la plaza del Obradoiro preparando el dispositivo, y cinco minutos después estábamos allí en medio de la tragedia», recuerda Carmen Reigia, Jefe de operaciones del dispositivo de Cruz Roja aquella trágica jornada que «nunca» olvidará. Como tampoco lo harán los bomberos que participaron en el operativo de rescate, muchos de los cuales se encontraban en huelga en aquellos días. Pero dejaron las reivindicaciones aparcadas para tratar de salvar vidas en un día que forma parte de la historia negra de España.