Una pesadilla sin final

L. R. de la Torre (EFE)
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Los enfermos de COVID persistente viven su particular infierno más allá de la pandemia, con medicación diaria, agotamiento e insomnio

Rosalía abraza a su hijo en su casa de Orense, de la que apenas sale por la fatiga que siente desde que se infectó. - Foto: Brais Lorenzo

Solo una cosa puede ser peor que contraer el coronavirus, con toda su sintomatología presente, y es tener que vivir con él de manera permanente. Rosalía era un culo de mal asiento hasta hace siete meses, cuando se infectó. Hoy, la cuidan su marido y su hijo, un niño de 12 años. Ella es lo que se denomina una paciente con COVID persistente y los expertos sostienen que casos como el suyo no son en modo alguno una minoría. Toma medicación diaria, no puede trabajar, con las tareas domésticas se siente superada y sufre de insomnio y alopecia.

Su vivencia, como la de otros contagiados por el virus que mantiene al mundo en vilo, se resume en una sola frase: «Me siento como una persona de 70 años». Tal es su malestar que está barajando la posibilidad de «contratar a alguien» que le ayude con un «día a día» que cada vez le cuesta más encarar. A sus 42 años, se nota como si le hubiesen caído otros 30 encima.

Con todo, esta mujer, residente en Orense, no pierde la esperanza de que los médicos puedan encontrar un tratamiento que sea efectivo y le haga salir del «hoyo» en el que se vio metida en la primera ola. No en vano, su pesadilla tiene una fecha de inicio, el día 13 de marzo, cuando empezó a notar los primeros síntomas. Entonces, recuerda, los profesionales sanitarios no realizaban ni la cuarta parte de pruebas que se hacen en la actualidad.

Rosalía sintió dolor muscular, de garganta y febrícula; todo ello sumado a una sensación de ahogo, la cual le llevó a creer en algún momento que no viviría para contarlo. «Un día pensé: va a venir mi hijo al salón y me va a encontrar muerta».

Al principio, los médicos creyeron, afirma, que tenía ansiedad, y no le practicaron la prueba hasta unos 14 días después de esa jornada crítica, cuando su pareja, un guardia civil, dio positivo.

La cuestión es que dar negativo tras ese positivo inicial no hizo que ella dejase de padecer insomnio, náuseas, diarreas, mareos y que frenase su caída de pelo tampoco. «Estuve cuatro días muy mal, tumbada, sin poder moverme, llorando y desquiciada», rememora, al hablar del comienzo. Pero ahora tampoco ha dejado de padecer ansiedad.

Los médicos del Complejo Hospitalario Universitario de Orense que, como en toda España lidian a diario con el patógeno, siguen con interés estos casos en búsqueda de soluciones. Sin embargo, por el momento, esta gallega, que hasta este año gozaba de una salud de hierro, no ve gran mejoría.

Todo ello pese a que, como ella misma cuenta, ingiere hasta «16 pastillas diarias». La fatiga crónica, el dolor muscular, los mareos, la afectación al sistema nervioso y la disnea forman parte de su existencia. «Cada día noto un síntoma; en 230 días, puedo decir que no he tenido un día bueno», sentencia.

Antes de que la COVID-19 se cruzase en su camino, Rosalía llevaba una vida completamente normal. «Trabajaba como vendedora en una distribuidora de vinos, practicaba deporte a diario. Y ahora no soy capaz de caminar un kilómetro seguido». Por eso, para todos aquellos que todavía no creen en el virus, apostilla: «El SARS-CoV-2 ha condicionado mi vida. No puedo moverme. Leo y me olvido de las cosas. Tengo secuelas». 

Aún así, su deseo se antoja simple, pues es el de recuperar la vida que tenía y poder volver a disfrutar con los suyos, que son una familia «maravillosa» y unos amigos «que me apoyan desde el minuto uno».

al menos 50.000 afectados. La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) ha iniciado un proyecto de colaboración con los colectivos autonómicos de COVID persistente para tratar de aportar luz sobre la situación de esos pacientes -calculan que más de 50.000 solamente en España-.

Son personas que, tras meses de haber sido contagiadas, continúan presentando síntomas. 

En la actualidad no existe una definición normativa de esta entidad nosológica, ni su catalogación como enfermedad o síndrome.

Por ello, con el único fin de tener una definición discriminatoria de esta patología, el documento impulsado define el término como el complejo sintomático multiorgánico que afecta a aquellos que han padecido el virus de la COVID-19, bien sea con diagnóstico confirmado o sin él, y que permanecen con sintomatología evidente tras la considerada fase aguda de la enfermedad.

Rosalía es una de muchos, y eso teniendo en cuenta que la pandemia aún sigue extendiéndose.