García Ortega invita a reconectar con el mundo en su libro

D.V.
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El volumen, que recupera el pensamiento del hereje sintoísta del siglo XVIII Hiroshi Kindaichi, acaba de llegar a las librerías de la mano de Galaxia Gutenberg

El escritor y editor vallisoletano Adolfo García Ortega. - Foto: Juan Lazaro (Ical)

En medio de un largo viaje a Japón en 2018, el escritor y editor vallisoletano Adolfo García Ortega (Premio de la Crítica de Castilla y León) vivió una revelación. Fue al contemplar por primera vez el Monte Fuji, desde el tren bala en el que viajaba hacia Tokio. “Encontrarme por sorpresa con la poderosa imagen de Fuji, el volcán sagrado del sintoísmo, fue una experiencia sobrecogedora, por lo impactante de su forma, su magnetismo icónico, su belleza”, relata. Aquel “asombro” fue el germen de ‘La luz que cae’ (Galaxia Gutenberg, 21 euros), que acaba de llegar a las librerías españolas.

El volumen, a caballo entre el ensayo y la novela, recupera y reivindica los postulados del pensador japonés Hiroshi Kindaichi, un hereje sintoísta del siglo XVIII, de quien García Ortega oyó hablar por primera vez por boca de la hispanista Sayoko Okamachi, vieja amiga de su admirado Kenzaburo Oé, “uno de los grandes escritores contemporáneos” a quien el vallisoletano tuvo la “suerte” de publicar, de conocer y tratar, cuando dirigía Seix Barral. “Buena parte de su mundo narrativo, físico, vital, orgánico, está en las teorías de mi protagonista Kindaichi. Oé desarrolla en sus libros un nexo explícito entre las culturas de occidente y de oriente, algo que yo mismo he tratado de hacer en el mío”, señala García Ortega, que dedica esta obra a Oé y a Okamachi, por haberle dado ideas y “abierto caminos”.

Según explica el autor en declaraciones a Ical, Kindaichi se reveló ante él como una figura “enigmática, desconocida, herética e interpretable”. “Entrar en lo que queda de sus teorías es una invitación a entrar en uno mismo y en la naturaleza. En todo el libro se habla mucho de la luz, de la fuerza que tiene la iluminación para algo tan sencillo como ver, ver de nuevo o ver por primera vez. Esa es la clave de este singular pensador, tan cercano sin saberlo a los filósofos europeos del XVIII”, reflexiona.

“He querido hacer una ficción a partir de sus ideas. O quizá sus ideas sean lo que he ficcionado. Kindaichi ha sobrevivido porque, en 1810, un holandés, que fue su protector y amigo, fijó en un libro su herejía del sintoísmo. Tal vez todo fue una invención de ese holandés, y tal vez todo, en fin, sea también una invención mía, como habría hecho Borges. La clave de mi libro, que es novelesco, reside en que no importa la existencia de Kindaichi, lo que importa son las palabras que se le atribuyen. Son ellas las que aportan vida al lector”, añade.

Luz en la oscuridad

García Ortega explica que terminó de escribir su nueva obra en 2020, “en plena pandemia”, una situación excepcional que aún padecemos y que “ha trastocado muchas cosas en todos nosotros, externas e internas”. “Hay pesadumbre, desconcierto, crisis personal. Mi libro, creo yo, aporta luz en la oscuridad, porque es un libro positivo, de reencuentro con un modo de sentir y de pensar que aboca a la felicidad mediante la capacidad de asombro, de introspección y de relación con la naturaleza. En las teorías y propuestas de esta narración plural, centrada en el hereje Kindaichi, hay una sugerencia de renacer, de reconstruir, de auparse por encima de todo abatimiento. Es un libro oportuno”, sentencia.

‘La luz que cae’ es una obra que, según reconoce su autor, tiene “mucho” de él, hasta el punto de que aparece entre sus páginas varias veces, tanto en el viaje que hizo como en sus consecuencias. Escribirlo le ha permitido acercarse a su yo interior, y al hacerlo le ha querido brindar al lector “ideas” o “pistas” para este efectúe en sí mismo “una reconstrucción personal que le permita desarrollar con plenitud todo un abanico de experiencias y vivencias nuevas, en una cierta armonía con el mundo”.

Entre sus páginas, salen a relucir las íntimas conexiones que García Ortega siente con la cultura japonesa, una relación marcada por su labor en los años 80 como traductor de ‘El imperio de los signos’, el libro de Barthes sobre Japón, pero que se remonta incluso antes, con su devoción hacia el cine de maestros como Ozu, Mizoguchi o Kurosawa, su fascinación por los escritores japoneses, o la “delicadeza profunda, liviana y densa a la vez”, que le inspira “todo lo que es Japón, desde su papelería hasta su comida”. 

“El sinto, o sintoísmo, es la religión ancestral del Japón, que se vio marginada por la irrupción invasiva del budismo y que, en el XVIII, tuvo un renacer nacional. Sinto significa ‘camino de los kami’, es una religión politeísta, centrada en la naturaleza. Kindaichi es un hereje que desmonta el carácter religioso y divino de los kami y los transforma en experiencias personal de asombro y admiración. Es la idea central del libro”, apunta.

En ese sentido, ‘La luz que cae’ invita al lector a descubrir su hogar interior, entendido el concepto de casa como un espacio de “encuentro de cada uno consigo mismo para revisar lo que realmente le importa o valora, y regocijarse en ello”. “La casa que propone Kindaichi es un espacio interior, de recuerdos y de plenitud vital”, remacha García Ortega.