La tenue huella de ETA en Valladolid

A. G. Mozo
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La banda terrorista solo atentó tres veces en la provincia, aunque sin víctimas y con pequeños artefactos como el que estalló en una cafetería de la Plaza Mayor en 2004. Antes, en 2001, un comando se instaló en la ciudad en busca de objetivos

Despliegue policial tras el atentado de 2004 en La Banqué.

Día 6 de diciembre de 2004. Minutos antes de la una de la tarde, ETA alerta del próximo estallido de un artefacto en el casco histórico de varias ciudades del país: Santillana del Mar (Cantabria), León, Ávila y... Valladolid. Las sirenas tomaron el centro junto al ir y venir de policías tratando de blindar la zona, en una ciudad (por suerte) nada habituada a la presencia de ETA. La explosión llegó a eso de la una y media, sin más daños que los materiales en el aseo de la cafetería La Banqué, en plena Plaza Mayor.  

Los terroristas sembraron caos y miedo, pero no lograron cobrarse ninguna vida en la deriva de aquel Día de la Constitución en el que también atacaron Málaga, Ciudad Real y Alicante, además de León, Ávila y Santillana del Mar. En las siete se repitió el mismo patrón y aunque no eran grandes bombas, sí dejaron un par de heridos en una jornada en la que ETA intentó acabar con más de año y medio de 'sequía'.

La debilitada banda no mataba desde mayo de 2003 y no volvería a hacerlo hasta el 30 de diciembre de 2006 (dos asesinatos en el atentado de la T4). Hasta el anuncio del cese definitivo de la actividad armada, hace ahora diez años, se llevaría por delante otras diez vidas: cinco agentes de la Guardia Civil, uno de la Policía Nacional, un militar, un empresario, un concejal socialista y un brigadier de la Police Nationale francesa, que fue la última víctima de ETA. El 20 de octubre de 2011, hace justo diez años, la banda terrorista más sanguinaria de la historia de España anunciaba el cese definitivo de la actividad armada, después de 40 años y más de 800 víctimas.

EN VALLADOLID

En la cruenta historia de esta banda terrorista no aparece Valladolid. Nunca mató a ningún vallisoletano ni consiguió asesinar en una provincia en la que se anotan solo cinco apariciones, una tenue huella para una ciudad en la que sí hay «una veintena» de víctimas etarras, pero son hijos de asesinados que hoy viven a orillas del Pisuerga y que «tienen miedo y no quieren salir», tal como explica el presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de Castilla y León (AVTCyL), Sebastián Nogales, un expolicía que sobrevivió a un atentado en Pamplona y que sí cree en la importancia que tiene que «las víctimas cuenten sus historias» a una sociedad que corre el riesgo de olvidarse de estos 40 años bajo el yugo de ETA.

Clio abandonado por ETA en 2002 en la calle Pizarro, de Valladolid.Clio abandonado por ETA en 2002 en la calle Pizarro, de Valladolid.La tenue huella del terrorismo etarra en Valladolid arranca el 7 de agosto de 1991, cuando estalla un artefacto en las vías del tren, en el término municipal de Olmedo. No hubo heridos ni apenas daños de un ataque contra infraestructuras que siempre ha estado presente en la idiosincrasia de la banda.

La siguiente aparición de ETA en la hemeroteca vallisoletana se sitúa en el 18 de diciembre de 1995. Un grupo de hinchas radicales de la Real Sociedad hace parada en una estación de servicio del término de Cubillas de Santa Marta y allí dejan una tartera llena de explosivos que no causa heridos y apenas daños materiales.

Valladolid entró de veras en el radar de la banda en la primavera de 2001. Por entonces, la ciudad era un bastión del Partido Popular y, en La Moncloa, José María Aznar iba por su segundo mandato con puño de hierro contra la banda tras fracasar el diálogo de 1998 y 1999, y después de que el 21 de noviembre mataran al exministro socialista de Sanidad, Ernest Lluch, convertido en la primera víctima etarra en tres años, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997.

Balbino Sáenz Olarra está encarcelado ahora en la prisión provincial de Valladolid.Balbino Sáenz Olarra está encarcelado ahora en la prisión provincial de Valladolid.En 2001, la dirección de la banda reclutó a dos etarras que llevaban diez años escondidos en México. Mikel San Argimiro Isasa ('Mikelín') y Balbino Sáenz Olarra ('Ermilo') habían huido de España tras un golpe al Comando Donosti en 1991, pero el jefe de ETA, Juan Antonio Olarra Gudiri, les ordenó regresar e integrarse en el Comando Txirrita (escisión de un incipiente nuevo Comando Madrid) y operar desde Valladolid.

UN COMANDO EN LAS DELICIAS

El 2 de mayo de 2001, estos dos terroristas llegaron a la ciudad con pasaporte mexicano, parapetados como dos delegados de ventas de una firma de maquinaria industrial mexicana. Alquilaron un piso en la avenida de Segovia, muy cerca de la boca del túnel peatonal de Las Delicias, y comenzaron su tarea. El Día de Valladolid publicaba en abril de 2017 una información que no había trascendido hasta entonces sobre las vigilancias que llevaron a cabo durante tres meses estos dos terroristas en las que llegaron a recabar información sobre varios policías y guardias civiles, así como de ocho concejales de Valladolid y del que era alcalde de la ciudad, Francisco Javier León de la Riva. Cuando fueron detenidos, se supo que había sido su principal objetivo durante aquellas semanas en las que se supo que iban a diario a la Plaza Mayor y seguían a los ediles y al otrora poderoso regidor del PP.

La dirección de ETA les envió a Madrid aquel verano y luego les movió por la zona de Andalucía y Levante para intentar ataques en la costa durante el verano. En marzo de 2002, Gudiri decidió integrar en el comando a uno de los pistoleros de la ETA del momento, Imanol Miner, y, en esos meses, trataron (sin éxito) de atentar cuatro veces contra la Policía Nacional con una fugoneta-bomba. Y ya el 22 de abril y el 1 de mayo de ese mismo año explosionaron, sin víctimas, sendos artefactos ante la sede de Repsol y junto al estadio Santiago Bernabéu, horas antes de un partido de la Liga de Campeones entre el Real Madrid y el Barcelona.

La actividad del comando iba a más cuando el 13 de mayo de 2002 la Guardia Civil les localizó en el barrio de Vallecas. Sáenz Olarra se logró dar a la fuga, mientras que Miner y San Argimiro cayeron en posesión de varias pistolas, una bomba-lapa lista para ser colocada y un coche-bomba que se cree que iban a hacer estallar en el marco de la Cumbre UE-América Latina que se celebraría en Madrid unos días más tarde.

San Argimiro y Sáenz Olarra son dos de los etarras a los que Interior ha ido acercando en los últimos tiempos a cárceles del País Vasco y comunidades del entorno. Así, el primero llegó en el mes de marzo a Martutene (San Sebastián), mientras que el segundo está precisamente en la prisión provincial de Valladolid desde junio de 2020.

EL CLIO DE LA CALLE PIZARRO

La huella de ETA en Valladolid tiene un quinto episodio, unos meses más tarde del paso del Comando Txirrita por la ciudad. Fue el día 17 de diciembre de 2002, cuando un etarra que acababa de matar a un guardia civil en la A-6, en Villalba (iba con un coche-bomba a Madrid cuando el agente le identificó), llegó hasta la vallisoletana calle Pizarro (cerca de la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil de Puente Colgante) y abandonó allí un Renault Clio que había robado a una conductora a punta de pistola en plena carretera. La mujer no tuvo tiempo ni de coger su teléfono móvil y fue eso lo que llevó a la Guardia Civil a la localización del coche en Valladolid, gracias a la triangulación que, por entonces, solo llegó a situar aquel Clio entre la plaza de Zorrilla y el barrio de La Rubia. El etarra, en cambio, no apareció; Jesús María Etxeberría Garaikoetxea aparcó el vehículo en la calle Pizarro y viajó en tren hasta San Sebastián, donde fue apresado horas más tarde.