Rodríguez: "El teatro te transforma, te da una identidad"

SPC
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Profesora de múltiples generaciones de jóvenes abulenses, contempla las tablas como una escuela para la vida, capaz de potenciar la empatía, la solidaridad y el trabajo en equipo. Recibirá el premio de la Agencia Ical al compromiso humano.

Pilar Rodríguez, directora de escena y profesora teatral en Ávila. - Foto: Rubén Cacho (Ical)

Cuando Pilar Rodríguez (Sapobla, 1975) sube a un escenario, para ella se para el mundo. Nacida en Mallorca, con ocho años llegó a la capital abulense donde lleva décadas contagiando su pasión por el teatro a generaciones y generaciones de jóvenes como Nacho Sánchez, que el pasado año se convirtió en el actor español más joven en conquistar el Premio Max como protagonista. Sin descanso, Pilar ejerce como maestra y casi como consejera espiritual de centenares de adolescentes, a los que en tiempos de videojuegos, redes sociales y botellón les enseña a hacerse preguntar que hay más mundos además de este, a los que se puede llegar a través de la interpretación. «La pasión que siento por el teatro es lo que me hace vivir: el juego, la diversión, ver a los chavales, ver teatro y seguir yendo a una clase con ilusión, estar ansiosa por ver la última obra de un gran autor… Esa es mi vida y la vivo con mucha pasión», subraya.

¿Qué siente cada vez que bajo su tutela se crea un nuevo grupo de teatro con jóvenes llenos de ilusión?

Una gran responsabilidad. Entiendo que al principio algunos llegan al teatro con la cosa de que a lo mejor en algún momento van a ser actores. Tengo a varios alumnos que ahora se dedican profesionalmente a la actuación y a otros muchísimos que no, pero creo que a todos el teatro les ha servido de forma increíble para estar en la vida, porque el teatro no solo sirve para estar encima de un escenario. Creo que esa es mi labor más rotunda, formar estas familias que se crean cuando ellos son muy pequeños y que permanecen unidas hasta que se van a estudiar en la Esad, en la Resad, en Veterinaria, Genética o donde sea. Formamos familias muy unidas, cuyos miembros van a recibir un poso de teatro y de compromiso porque han pertenecido a un grupo.

Cada poco se organizan congresos, seminarios o jornadas para analizar cómo captar nuevos públicos, pero la clave quizá está en la educación…

Por supuesto, en la educación y en que los chavales vean teatro. Mis alumnos desde chiquititos se acostumbran a ver teatro y ellos también quieren pertenecer a un grupo. La infancia y la adolescencia es una etapa decisiva, donde va formándose tu identidad y surge la necesidad de pertenecer a algo. El teatro, estar encima de un escenario y que las personas se toquen, es algo muy potente, sobre todo en esta sociedad que nos conduce al individualismo. Nosotros creamos grupos donde una persona empatiza con otra y se pone en el lugar del otro, a través de personajes o simplemente trabajando juntos.

¿Qué le llevó a estudiar Filosofía en la Universidad de Salamanca?

La curiosidad. Es una carrera preciosa, que estudia poquísima gente pero que es súper bonita, porque vas a la esencia del ser y a las preguntas que todos nos hemos hecho en algún momento, qué hacemos aquí o a qué hemos venido. De repente tener tantas visiones de diferentes corrientes o filósofos te da una gran apertura de mente.

¿Cómo vive la crisis en la enseñanza de Humanidades que padece el sistema educativo español? 

Con mucho dolor. Las humanidades han sido mi base y de un plumazo se lo quieren cargar, cuando para mí es de las cosas más importantes. Me da pena que vayamos solamente a los números, a la economía y al capitalismo, porque yo vengo del otro lado y creo que el pensamiento es esencial en la vida.

¿Cuánto tiene en común la filosofía y el teatro?

La búsqueda de la esencia. Filosofía es una carrera que te da mucha apertura de mente, te enseña a quitarte los prejuicios y a no juzgar, mientras que en el teatro también estás siempre buscando la esencia, pidiendo verdad al actor y que llegue a sus propias emociones.

Parece algo muy a reivindicar en un mundo como el actual, dominado por las redes sociales, la pose y las máscaras virtuales.

Esa es mi gran lucha, sobre todo con los chavales adolescentes. Estamos en esto, en la pose y en las capas, y queremos buscar la esencia en este momento. Pico mucha piedra ahí, en decirles que no es eso, que no es el postureo lo que tenemos que buscar, sino la verdad de cada uno, la honestidad con cada uno y también con el resto, el saber que tenemos que hacer las cosas bien, que tenemos que ser buenos y que eso está muy lejos de las fachadas que continuamente aparecen en las redes. Muchas broncas echo yo acerca de esto.

También cursó un máster en Educación de Personas Adultas por la UNED. ¿Ahí encauzó su vertiente didáctica, su necesidad de enseñar y transmitir?

Sí. Trabajar con las personas adultas te da otra perspectiva, porque yo llegaba de dar clase a chavales y de repente encontrarme con los adultos fue también un freno y un nuevo aprendizaje, porque es un camino diferente. Me gustó mucho hacer el máster, porque había mucho contacto con las personas y eran muchas preguntas las que se te planteaban. Es otro lenguaje, pero al final lo que te enseña esto es que en el teatro da igual que seas niño, adolescente, que tengas formación o no, porque hay un lenguaje común, el del ser humano, el de la esencia que vamos buscando.

Pese a esa formación luego a nivel didáctico se ha volcado con niños y jóvenes, el extremo opuesto precisamente. ¿Por qué?

Es que me lo paso pipa con ellos, sobre todo con los adolescentes. Termino siendo parte de su vida, una figura que está ahí, en el medio, sin ser sus padres ni su amiga, y que a veces les da toques de atención. Mis chavales me cuentan todo, desde vivencias por las que tienen que pasar hasta otras que pueden ser más peligrosas, y ahí estoy, latente. Me gusta porque se crea una complicidad y una confianza mutua; yo a ellos también les cuento cosas y soy alguien que les puede aconsejar poniéndose a su altura. 

¿Qué valores puede transmitir el teatro a los más jóvenes?

Todo: la empatía y ponerte en el lugar del otro, el trabajo en equipo, las familias que formamos, la amistad, la solidaridad... Yo hago mucho hincapié en que una obra de teatro no sale porque haya un actor estupendo, sino porque hay un equipo trabajando. Me da igual que uno tenga el personaje más pequeño del mundo, que si te lo curras le puedes hacer brillar como el que más. Yo creo que el teatro les aporta una forma de vivir, esa ilusión, el pensar otros mundos posibles y vivirlos en el escenario. Poder ponerse en la piel del más malo y del más bueno es algo maravilloso. El teatro nos da una forma de vida. 

Su compañera y amiga Paloma Pedrero escribía en 2014 en ‘Magia café’, su obra sobre los desahucios: «No te quedes la luz dentro que se apaga». ¿Esa idea de contagiar su pasión es la que la ha llevado a volcarse en expandir el teatro entre las nuevas generaciones?

No lo había pensado pero me gustaría creer que pudiera ser así. Poder transmitir esa pasión es algo que a mí me mantiene viva. Mis chavales me dan la vida, yo me nutro también de ellos y de sus inquietudes, e intento volcarles esa pasión para que miren de otra forma y sean conscientes de que hay otras posibilidades.

Ha dirigido la compañía Teatro del Alma, un nombre que parece toda una declaración de intenciones.

Sí. Todas las obras que hemos hecho con Teatro del Alma son de Paloma Pedrero y su teatro es comprometido, muy de mujer y con valores, algo que a mí también se me ha metido en vena. Pensamos que realmente el teatro puede cambiar el mundo, porque cambia formas de pensar, y cada uno tenemos que intentar hacer un mundo mejor desde lo que sabemos o desde nuestro área de actuación. Por ejemplo, al principio de cada curso solemos trabajar sobre violencia de género porque cada 25 de noviembre hacemos una ‘performance’ con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En clase hacemos ejercicios y mucho trabajo contra los micromachismos, machismos, patriarcado... y es curioso porque todavía hay chavales que te dicen que las mujeres tendrían que estar en casa para criar a los hijos. Entonces se origina un debate entre ellos mismos, que hace que cambien formas de pensar. Tenemos que cambiar el mundo y Teatro del Alma también hace eso, desde la apuesta por el teatro feminista que tiene Paloma.

¿La mirada femenina tiene suficiente presencia sobre las tablas en cuanto a autoría de los textos o dirección escénica, o queda mucho por mejorar en ese sentido?

Con ver las estadísticas basta. La mujer en el mundo del teatro está relegada a cero. Hay poquísimas dramaturgas, directoras de escena ni te cuento, y las actrices hay una franja de edad en la cual no sirves: o eres guapa o eres mayor, y se acabó. Hay mucho ahí que trabajar. Paloma por ejemplo es la dramaturga más representada y traducida a otros idiomas a nivel mundial, y nunca ha estrenado en el Centro Dramático Nacional.

Es una de las fundadoras de la ONG Caídos del Cielo, que utiliza el teatro como herramienta terapéutica para personas que se encuentran en riesgo de exclusión social. ¿Con qué objetivo la crearon hace diez años?

El objetivo es ese, curar. Cuando trabajamos en un proyecto con el grupo, el teatro es un espacio donde queda fuera todo lo que cada uno llevamos encima. Es un teatro de libertad, de buscar o de dejar el dolor y transformarlo en belleza. Ahí de repente nos convertimos en otros, dejamos de ser, y todo esto que traemos dentro lo transformamos en otra cosa que, vista de fuera, es bella, porque hay mucha energía, mucha potencia y mucha experiencia detrás de todas esas personas.

El lema de la asociación es «el teatro puede». ¿Es esa una de sus convicciones más férreas?

Totalmente. El teatro puede. El teatro puede transformar, el teatro puede curar, el teatro te da también una identidad. El teatro puede. 

¿A su juicio cuáles son las mayores amenazas que vivimos ahora mismo como sociedad?

Yo, que me muevo tanto con los chavales, creo que el postureo y las redes nos llevan a una forma de ser que no es real, a vivir de forma banal, sin buscar realmente tu esencia y tu ser. Se promueve una forma de ser individualista y autómata, donde te dan unos cánones de belleza según los cuales todos tenemos que ser iguales, y mientras seas mono y te sepas desenvolver medianamente bien se supone que ya está todo hecho. ¿A esto estamos llegando? La red está poniendo en peligro la autenticidad y las cosas creadas en comunidad, y a mí el individualismo a mí me da pavor. Como curiosidad, hace año y medio fui una de las afectadas que se quedó atrapada en la AP-6 a dormir en la noche de Reyes. Aquel día absolutamente nadie salía de sus coches, y creo que eso a la generación de mis padres no le hubiera pasado. Me recordó un montaje de ‘Esperando a Godot’ que hicimos, donde se decía: «Cada uno en su cuadrado». Y ahí me quedo, y ahí me pongo guapa, mona y me muestro. Creo que nos estamos equivocando, porque lo bonito son las relaciones humanas, poder llorarlas y sentirlas.

Unos días antes de ganar el Max, Nacho Sánchez recordaba en una entrevista con Ical sus inicios con usted, en la que nos contaba que «en esos años el teatro era jugar, que es lo que debería ser siempre». ¿El teatro siempre debería ser un juego?

El teatro es un juego y creo que también lo que nos ha pasado es que dejamos de jugar, y eso es muy peligroso. Esta sociedad nos guía a producir: tú tienes que estudiar para luego producir, y de repente el juego, el contacto y las relaciones se quedan arrinconadas en una esquina. Hay que jugar en la vida; si no qué vamos a hacer, ¿producir?