Una casa molinera en la Cañada Real

M.B
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Carlos Alonso nos abre las puertas de los fogones de Los Campesinos, un restaurante conocido por sus tortillas y que ahora se rinde a la carne de la montaña palentina

Carlos Alonso, en la cocina de Los Campesinos. - Foto: Jonathan Tajes

Si uno se queda solo con el titular, ‘Una casa molinera en la Cañada Real’, puede sonar hasta a obviedad, ya que esa calle de Valladolid es una de las que más casas molineras (entendiéndose por aquellas de planta baja con un pasillo y varias estancias que se levantaron ya hace varias décadas) mantiene en pie. Pero hablar de esta casa molinera en cuestión es hacerlo de un restaurante con casi 30 años, único en la zona y recordado por muchas generaciones por sus tortillas, sus tanganillos o sus paellas de los domingos. También por su terraza, entre acacias y olmos.

Ubicado al final de la calle Cañada Real, pasando el PRAE, Los Campesinos abrió sus puertas hace 28 años de la mano de Ángel y Conchi. Ángel nació en la Cañada y tras pasar por varias cocinas y hoteles en Palma de Mallorca regresó a casa. Su conocimiento del mundo de la restauración le hizo apostar por ella y aprovechó una casa de su padre, Félix, para comenzar con el negocio. Por entonces, con raciones aunque ya con la mítica tortilla, con un especial pochado, que luego algunos de sus trabajadores han trasladado a otros locales de la provincia.

Los primeros años, sin alumbrado público y con la calle principal sin asfaltar, dieron paso a un restaurante de verano, con una amplia terraza, entre árboles y dentro de una de las zonas menos conocidas de la ciudad.

Desde hace tres años, Carlos, hijo de Ángel y Conchi, ha tomado el relevo en los fogones, buscando dar una vuelta de tuerca a la cocina, manteniendo algunos de los clásicos y apostando por productos de cercanía, como la carne de cerdo de Ávila o la de ternera de la montaña palentina. Aunque en sus primeros cambios abrió la carta a la alimentación macrobiótica, con platos de cuchara para veganos, sopa miso, calabaza... poco a poco, y la propia clientela, le ha hecho regresar a lo tradicional y a la cocina castellana: «Buscamos el producto de calidad cocinado de la forma más sencilla».

De ahí que la brasa sea una de sus referencias ahora, con el chuletón de la montaña palentina como principal reclamo: «El truco es que la brasa esté como si fuese el infierno». La tortilla, los tanganillos o las ensaladas no faltan entre las opciones en una carta ‘cantada’, con menú del día de miércoles a viernes (por 10 euros con bebida y pan de leña de horno; con opción de cuchara: lentejas, garbanzos o alubias). De hecho, tras cuatro meses cerrado, volvió a abrir sus puertas la semana pasada, con horario continuo de 12.00 a 21.30 de miércoles a domingos: «El primer día ya dimos de comer a la una de la tarde y aún servimos algún plato a las seis». 

El queso de la zona de Picos de Europa o los pinchos con aliño marroquí también son opciones en una cocina donde, aseguran, se ajustan los márgenes al máximo porque «lo que buscamos es la calidad del producto». «Aquí no tenemos nada congelado, todo se hace al momento y es fresco», añade Carlos, que cuenta con la ayuda de Paula entre fogones y en la brasa. Los domingos siguen siendo días de paella –algo heredado de hace muchos años–, con opción de encargo para diez personas.

La Cañada Real, poco conocida antes del confinamiento de hace un año, es ahora una de las elegidas por muchos vallisoletanos en su búsqueda de ‘zonas limpias’ y cercanas a la naturaleza: «Se está convirtiendo en un lugar de paso; aunque para mí sigue siendo el mejor sitio del mundo». Y Los Campesinos en ese local donde degustar la tortilla de la época de Ángel, ahora de la mano de Carlos. Con su terraza, con 24 mesas, y un interior tipo bodega. En verano –esto es secreto–, suelen ofertar en alguna ocasión tomate de huerta... de la suya propia. Mientras el que tienen ahora es ecológico, como el arroz y otros muchos productos.