La biblioteca Reina Sofía: una cárcel del siglo XVII

Jesús Anta
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La biblioteca Reina Sofía. - Foto: Jonathan Tajes

El centro penitenciario actual (la cárcel, vaya) está alejado de Valladolid. Pero la cárcel, más bien, las cárceles, han estado siempre muy presentes en el casco urbano. Hubo un tiempo en el que había un buen puñado de presidios repartidos por la ciudad: la cárcel de la Iglesia, la de la Universidad (estaba detrás de la Facultad de Derecho), la del Concejo, la del Santo Oficio (tuvo varios emplazamientos) y la de Chancillería… ¡ah!, y la de mujeres.

Recuerdo de todo aquello queda el nombre de la calle de la Galera (Galera Vieja también se llamó), sita detrás de la iglesia del Salvador y que era la de mujeres; y la calle Cárcel Corona, por San Juan, que era donde estaba la del clero. Y el edificio de la calle Madre de Dios, reconvertido en Centro Cívico ‘Esgueva’, y la de Chancillería, en la calle del mismo nombre y que ahora aloja la espléndida biblioteca Reina Sofía, de la Universidad de Valladolid. Es el caso que la vieja cárcel de Chancillería (que volvió a ser cárcel durante la Guerra Civil), entró en completo abandono desde que en 1935 se abriera la de Madre de Dios, hasta que la Universidad la adquirió en 1965. Tras su restauración, en 1988 comenzó a funcionar como biblioteca universitaria: el patio de paseo de los reos se convirtió en agradable sala de estudio, y las celdas y cuadras en oficinas y salas de consulta.

La cárcel se construyó contigua a las dependencias de Chancillería, por cierto, una de las actividades que más riqueza procuraban a Valladolid, por la enorme cantidad de personas que movía entre funcionarios, litigantes y abogados: de hecho había posadas que estaban especializadas en solo acoger a quienes tenían que permanecer en la ciudad durante meses para atender aquellos largos y pesados litigios.

Esta cárcel sustituyó a otra del siglo XV. Está construida con muros robustos y recios barrotes de hierro. Comienza a levantarse a finales del siglo XVII y en 1703 ya entró en funcionamiento. Su construcción, perfectamente cuadrada y su patio central son las características que definen a este edificio que aún muestra aspecto herreriano sin atender a que se construyó ya en tiempos del barroco. Hasta el punto arrastra aquel estilo escurialense que la fachada se corona con las típicas pirámides que puso de moda Juan de Herrera. Por cierto, obsérvese como se ha picado el escudo real que preside la fachada, una práctica muy frecuente cuando los edificios que se construyeron bajo el manto de la corona dejaban de pertenecer a la misma. 

Formando rincón con la biblioteca, está la casa del alcaide de la cárcel, ocupada ahora por dependencias universitarias y por el Instituto Universitario de Historia Simancas.

Entre los miles de libros que custodia la biblioteca destacan una buena colección de libros del XIX, y una parte importante de la biblioteca particular de la tan desconocida como interesante Concha Lagos (1907-2007): editora, poeta y escritora. Aunque vivió muchos años en Madrid nació en Córdoba. Organizó importantes tertulias sobre literatura y cultura en general, y alcanzó cierto reconocimiento aún en vida: la Junta de Andalucía la nombró Hija Predilecta de Andalucía y fue miembro de la Real Academia de Córdoba.

 

El patio de los penados

Si comparamos con las cárceles actuales, acaso la población presidiaria de antaño no fuera tan alta, y no porque hubiera menos delincuentes, sino porque, como relata Margarita Torremocha, profesora de Historia de la Universidad de Valladolid, la privación de libertad se traducía en muchos casos en enviar a los condenados a trabajos forzados en obras públicas (así se construyó el Canal de Castilla). Además muchas veces la pena consistía en castigos físicos o en el destierro, y ya sabemos que más antiguamente se enviaba a la gente a remar a galeras. Por el patio, ahora sala de estudio, paseaban mezclasdos tanto los que ya estaban condenados a penas de privación de libertad como los detenidos pendientes de ser procesados. Los hombres pasaban en él la mayor parte del día, menos los días que tenían que pasear las mujeres, pero estas solo una hora cada tres o cuatro días, y en ese tiempo a los  hombres los encerraban en las celdas, que en realidad cuadras dispuestas alrededor del patio, sin luz ni ventilación.