Pablo Rodríguez: buen pregonero y mejor escritor

Jesús Anta
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Blas Pajarero era su pseudónimo y fue un personaje imprescindible del Valladolid de los años 70 y 80. Él contribuyó a traer la democracia a la ciudad con su compromiso político y sindical

Pablo Rodríguez, durante su pregón de las fiestas de San Mateo. - Foto: Cacho (Archivo Municipal de Valladolid)

A punto de finalizar su concierto en el polideportivo Huerta del Rey el 18 de diciembre de 1988, el cantautor Paco Ibáñez dijo que la última canción se la dedicaba a Blas Pajarero. Y a continuación comenzó a entonar la mítica ‘A galopar’, coreada por todo el público.

Blas Pajarero no era sino el pseudónimo de Pablo Rodríguez Martín, un personaje  imprescindible del Valladolid de los años 70 y 80. Pocas personas conocían su verdadero nombre, pues, sin duda ese Blas Pajarero había hecho fortuna desde que en 1968 viera la luz el libro  ‘Retazos de Torozos’, escrito por él e ilustrado por el pintor Félix Cuadrado Lomas. 

Nació Pablo en Santander en 1926 y falleció en Valladolid –donde vivió desde su infancia– en 1991. La casa de sus antepasados está en Castromonte, donde Pablo pasaba muchos días y en cuya cocina nunca faltó un vaso de vino para cuantos allí recalaban. Sus hermanos Domingo y José (Pepe) abrieron en 1951 la librería más mítica de Valladolid: ‘Relieve’, ya desaparecida y  dedicada al libro viejo y antiguo. 

Pablo Rodríguez se ganaba el sueldo en una agencia de publicidad, pero era muy fuerte su vocación literaria, que dejó reflejada en cientos de artículos en periódicos y revistas de Valladolid. Escribió en catálogos de exposiciones de arte, hizo prólogos de  libros, y también escribió críticas musicales y  literarias. En sus artículos lo abordaba todo: desde el referéndum sobre la OTAN, a las exposiciones de las  Edades del Hombre, pasando por la Feria del Libro, o la reivindicación del Pisuerga.

Su vocación literaria también se materializó en el gran número de pregones que dio en pueblos y barrios. Seguramente no habrá ninguna otra persona viva ni muerta que haya salido a balcones o escenarios a expresarse con el lenguaje, en su caso sencillo pero culto, y lleno de anécdotas y metáforas: «Es que hasta los muertos no son lo mismo en un pueblo que en una ciudad, en el pueblo un muerto  es un difunto, en la ciudad es un cadáver». En septiembre de 1981 pregonó la Feria y Fiestas de San Mateo.

Fue un ferviente defensor del sentimiento comunero: en 1977 pidió públicamente al alcalde de Valladolid que la bandera castellana ondeara en las fiestas. Y, desde luego, la conmemoración de la batalla de Villalar fue para él una referencia desde el primer año, delante de la guardia civil a caballo. En 1982 intervino en el acto central de la fiesta junto al poeta Luis López Álvarez,  autor del famoso romance ‘Los comuneros’.

Sin Pablo Rodríguez no sería posible escribir la crónica del Valladolid del último franquismo y de los primeros años de la Democracia recuperada, que él contribuyó a traer con compromiso político y sindical. Fue un hombre de amable carácter que se sumaba con gusto a cuantas causas solidarias se le invitaba, lo que le granjeó popularidad y la amistad de muchas personas de diverso espectro político e intelectual. Aun siendo injusto el olvido de muchas de ellas, citaremos al poeta Paco Pino, al crítico Fernando Herrero, al periodista Emilio Salcedo, al escritor Martín Abril, al sindicalista Guillermo Díez, o al catedrático Santiago de los Mozos.

La biblioteca del Centro Cívico de Delicias lleva su nombre.

 


 

RETAZOS DE TOROZOS

El libro ha conocido al menos tres ediciones, la última en 2002. Es una recopilación de artículos que se habían ido publicando en el periódico Diario Regional, ilustrados por Félix Cuadrado. Pero presentados así, todos seguidos, formaron un mosaico de Torozos -y también de las tierras vallisoletanas- aún de obligada consulta para cuantas personas quieran asomarse al mundo rural vallisoletano. Blas Pajarero dedicó el libro «a los muertos en Torozos». Nada más dijo, pero todo el mundo entendió a qué muertos se refería. Mas, el libro no rinde tributo a la historia, sino que ahonda en territorios intemporales dibujando un hábitat tan perfectamente reconocible antaño como ahora. Por el libro asoman fiestas, oficios, personajes, sudores de las faenas del campo, palomares, comediantes, días de vendimia y procesiones. Y la que acaso sea la más original clase de geografía, que muy resumidamente fue: Torozos es como una gran bacalada  con la cola en Palencia y la barbada en Berceruelo, pero de esta comarca ya no quedan ni raspas para los garbanzos de lo viernes.