"Si los políticos se dirigieran al pueblo, todo iría mejor"

Juan López (Ical)
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"Si los políticos se dirigieran al pueblo, todo iría mejor"

Ochenta y cinco años dan para mucho; incluso para ser partícipe del Cónclave de marzo de 2013 en el que el jesuita Jorge Bergoglio fue elegido Papa. Su Rioseco y su Semana Santa, Santiago, Madrid, Sevilla, Tánger o Roma han modelado una personalidad única. Sufridor y del Atleti, pero con corazón blanquivioleta. Casi dos metros, imponente, hombre castellano, de ideas claras y que analiza los mismos problemas que el resto, pero de otra manera. Carlos Amigo (Medina de Rioseco, 23 de agosto de 1934) hace honor a su apellido, y lo demostró, rodeado de los suyos, cuando fue despedido hace una década en su Diócesis con la sevillana más popular: Algo se muere en el alma cuando un amigo se va...

Ochenta y cinco años es una vida larga y, en su caso, fructífera: ¿qué queda en monseñor Carlos Amigo de fray Carlos?

Todo, todo. Uno ha cambiado de situaciones, de cargos, de responsabilidades, pero la primera vocación es siempre la que permanece. Si aquel día que yo llegué a la puerta del convento de Santiago de Compostela, con 19 años, me dicen que un día voy a ser cardenal de la Santa Madre Iglesia, hubieran ocurrido dos cosas: primero que del susto me hubiera muerto, y lo segundo, que me volvería atrás. Yo lo que quería en ese momento era ser fraile franciscano, sin otra ilusión. Conservo todo de aquello. Naturalmente he estado en muchos sitios, he conocido a muchas personas, he cambiado las ideas y la mente en muchas ocasiones por el conocimiento y el estudio, pero fundamentalmente tengo el mismo espíritu.

Y vinculado con esto, ¿por qué se hizo religioso y sacerdote?

Por contagio. Parece que la respuesta pueda ser una salida de tono... Pero no. Ya había sentido antes algún deseo cuando estudiaba Bachillerato, pero mi padre me dijo: «Cuando entres en la Universidad, tú eliges lo que quieras, pero mientras tanto, quietecito aquí estudiando». Así comencé a estudiar Medicina en Valladolid. Pero fue por Rioseco un grupo de franciscanos y a mí me cayeron bien porque me parecieron gente muy normal: les parecía bien todo, daban las gracias continuamente… A raíz de ahí no hice una reflexión antropológica, pero me contagié. Dios toca al que quiere en el momento que quiera y se acabó. No hay que darle vueltas. ¿Por qué? Pues no lo sé. De ahí a ingresar en el convento en Santiago de Compostela, que tengo las campanas de la Catedral y la llovizna dentro de las entrañas todavía.

La Iglesia en la que usted entra era, por decirlo de alguna manera, una institución normativa, de condenas, y su personalidad es más bien de acogida, de afectos, ¿eso cómo se lleva?

El mensaje permanece, pero las personas y los gustos cambian. Una cosa es el texto y otra la música. Y el mismo texto le podemos cantar o bailar por jotas castellanas, por muñeiras, por sevillanas, por tanguillos de Cádiz… pero es la misma letra. El mensaje es el Evangelio, aunque la música no siempre sea la misma ni en todos los sitios igual. 

¿Y en qué ha cambiado esa música?

En aspectos muy positivos. Ahora tenemos más relación con los demás. Tuvimos hace poco una jornada sobre el cambio climático y venía gente de distintas religiones. ¡Oye, y decían lo mismo, pero con distinta música! Y hablaban de la paz, en hebreo o en arameo. Se sienten los problemas comunes y se ponen en la mesa dificultades que antes teníamos y no nos dábamos cuenta.

¿Tienen razones las mujeres para sentirse marginadas en la Iglesia?

Yo le pregunto a gente de mi edad que cuando estaban en su pueblo, en su parroquia, ¿quién les enseñaba el catecismo? ¡Todas mujeres! Son fundamentales en la enseñanza, en el cuidado a los ancianos, en las misiones… Muchas mujeres del medio rural, de no ser por las religiosas, hubieran sido analfabetas. La presencia de la mujer en la Iglesia siempre ha sido fundamental. Ahora en estructuras de gobierno ya se ven más y eso es estupendo. Cuando hubo polémica en Sevilla por la presencia de la mujer en las cofradías, tuve claro desde el primer momento que no había ninguna razón para que no estuvieran, pero no solo para salir en procesión, sino para ocupar el puesto de Hermano Mayor, la que mande. Y, ¿qué ha pasado? Pues que se ha enriquecido. Cuanto más natural veamos estas cosas mejor.

En una sociedad como la actual, que relativiza todo lo absoluto, ¿cuál es, a su juicio, el papel de que debe tener la Iglesia?

Debe ser, como siempre, anunciar el Evangelio de Jesucristo: la ayuda mutua, el respeto a las personas, la relación con Dios, el cuidado especialmente de los más desvalidos, la ayuda a los ancianos, los comedores, la atención en cárceles… Los números de la Iglesias en estos asuntos son espectaculares. Se invierte mucho dinero. No hay charco donde no se meta la Iglesia. Y una cosa importante, a los pobres se les ayuda, pero no se presume de ello. Se nos caería la cara de vergüenza de presumir a costa de ellos. 

No hay que olvidar que hay pobres de todo tipo, no solo de dinero. A veces se habla de forma peyorativa respecto a los políticos, pero los que hemos vivido en países que accedían a la independencia, aquellos que tenían una clase política medianamente buena salían adelante y los otros se hundían. En España, al menos en calidad democrática, hemos tenido una clase política aceptable, sin entrar en detalles.

¿Cree que Dios ha dejado de ser imprescindible en la sociedad actual?

Sí, pero para Dios esa parte no está olvidada. Uno de los grandes problemas es que la gente se acostumbra a vivir como si Dios no existiera. Y se encuentran vacíos grandes. Es algo tan metido en la existencia que, al final, son muchas preguntas que, aunque tú no quieras hacerte, se presentan. El gran problema es que se vive como si Dios no existiera, como si no hubiera una trascendencia, como si todo no tuviera una dimensión del tipo que sea.

¿Cómo revertir la situación?

Con el testimonio de los creyentes. Que sea auténtico. Que se note que cree en Dios, que es responsable con su trabajo, su familia, que es una persona justa, no engaña, no roba, que tiende la mano al que la necesita. 

En un momento histórico de fuerte descreimiento, ¿cómo volver a las iglesias?

Primero hay que atraer a la gente a la vida. Que vivan conforme a la ley de Dios, que sirve para todos. Todos estamos de acuerdo en que no hay que matar, en que hay que atender a la gente en dificultad o en no calumniar. Esto está tan metido en el corazón de la gente que hay que ser un monstruo para pensar lo contrario. Para vivir eso necesitamos refuerzos, celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados y todo lo demás. Por ello, al bautizado solo se le exige la vida.

El Papa Francisco ha lanzado un programa de apertura de la Iglesia a las periferias, ¿por qué cree que se encuentra tantas reticencias?

Es natural que ocurra. Alguien que quiere seguir el camino fiel a Jesucristo, ¿qué quiere? ¿qué le pongan alfombras rojas? Pues no. Es así en todos los aspectos de la vida.

¿Cómo recuerda su paso por Roma cuando Jorge Bergoglio fue elegido Papa?

Después de ser elegido Francisco, pasamos una semana de solemnidad para organizar la invitación a los Estados. A los cardenales nos dejan libres, puedes quedarte en Roma o regresar a tu país. Yo me quedé allí. Comíamos y cenábamos todos los días con el Pontífice. Al principio había una oposición silenciosa a Francisco, pero realmente era sobre los signos: si llevaba zapatos negros o la esclavina papal; y los signos son como los yogures, tienen fecha de caducidad. Después fue por los comportamientos, ya no interesaban los zapatos, sino los pasos que daba. Pero esto ha sido habitual con todos los papas. ¿Qué ocurre con Francisco? Dios envía al Santo Padre que en ese momento necesita la Iglesia y el mundo. Francisco responde, cosa que la Iglesia necesita. Requiere más relación, estar en las periferias, dejar como dice él, el argentinismo (imita el dialecto), y dejar de balconear y chismorrear de un lado a otro.

Francisco no se cansa de denunciar esos chismorreos. ¿Cree que se está siendo leal con el Pontífice?

Una cosa es lo calumnioso, otra quitar la fama a las personas y otra es que se hable de que unas decisiones gustan más y otras menos, como algunos que dicen que la liturgia del Papa les parece fría y no tiene ninguna importancia. Pero ya es mayor cuando se habla de la habilidad de las personas. En ese punto hay que tener mucho cuidado. Y a veces hay declaraciones que no están dentro de la auténtica fidelidad al Pontífice y lo que representa. Pero siempre son cosas minoritarias.

En aquellos días que pasó en Roma en el cónclave que eligió a Francisco, ¿usted se vio Papa en algún momento?

No. Son cosas que están tan lejos de las que uno puede imaginarse… Jamás lo pensé. Los aplausos en la Iglesia se pagan a unos precios que nunca merecen la pena.

En este punto me gustaría preguntarle por el que quizá sea el cáncer más visible de la Iglesia, como son los casos de pederastia. ¿Entiende que la institución está actuando adecuadamente?

Está actuando desde hace tiempo. Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia se entrevistó con víctimas de la pederastia. Cosas de estas las ha habido siempre, no solamente en la Iglesia, sino en el deporte, en el magisterio… Pero aunque solo hubiera un caso, ya sería preocupante y muy serio. Todas las diócesis están organizadas para la formación de las personas y actuar con Justicia. Si una persona ha sido víctima hay que reparar los daños que sufrió. Como en todo, también hay acusaciones falsas. Es un tema delicado e importante y, por ello, hay que actuar con más prudencia y más eficacia.

En el Sínodo de la Amazonía se trató la polémica sobre la ordenación de hombres casados. Hay quien ve en ello un resquicio para modificar el sentido del celibato, ¿es posible?

Se habla de ordenar sacerdotes a hombres casados desde hace mucho tiempo. Se ha visto siempre como algo para lo que estaba abierta la puerta. Ahora decidirá el Santo Padre, pero que se acepte la propuesta del Sínodo de la Amazonía no sorprendería a nadie. Veo más próxima la ordenación de hombres casados que la supresión del celibato, por ejemplo. Se dice que si los curas se pudieran casar habría más vocación: los protestantes se pueden casar y tienen más dificultades que nosotros. 

Salimos de una crisis y parece que estamos a las puertas de otra. ¿Cree que esto nos hace más egoístas? 

Pues sí. Dicen que la gente está ya más ahorrativa. Que tiene miedo. Los padres dicen que no quieren que sus hijos pasen lo que ellos han pasado y eso que estábamos en una época en la que se decía que la juventud estaba mal criada. Ahora ves a muchos jóvenes que terminan la carrera y van directos al paro. Eso es una tragedia y no solo desde el punto de vista económico. Hay gente deseando tener dos y tres hijos pero no puede por la situación económica.

En ese sálvese quien pueda, la España vaciada se queda muy atrás. Usted, un señor de pueblo, ¿cómo vive los procesos de despoblación?

La despoblación provoca un empobrecimiento cultural de cada pueblo enorme. 

¿Cree que desde las instituciones públicas se hace todo lo posible para revertirlo? ¿Se atreve a aportar alguna idea?

Yo no tengo soluciones técnicas, pero si es un clamor social, los dirigentes no pueden ser sordos. ¿Cómo? No lo sé, pero por lo menos tener este asunto en la carpeta de los asuntos prioritarios.

¿Cómo afecta esto a la Iglesia rural?

En la Iglesia hay curas que recorren los pueblos en coche de un lado para otro. Y luego tienen 20 feligreses. Pasa por ejemplo en Tierra de Campos. Somos de la España vaciada. Lo ideal sería que un autobús recogiera a esta gente y cada domingo fuera en una parroquia. Pero cada uno lo quiere en su pueblo, igual que el médico. Hay dificultades porque hay escasez. La media de edad en algunas diócesis es alta. 

Y sobre el drama de los inmigrantes, ¿qué le pasa por la cabeza cuando observa el papel de Europa?

A pesar de todos los defectos que tiene Europa se está haciendo un gran esfuerzo para acoger inmigrantes, pero no desde ahora. El mejor programa sería invertir en los países de origen y que nadie tuviera que emigrar. Estoy convencido de que el mejor camino es el diálogo de la vida. Meterse en la vida de estas personas y ver dónde puede estar la solución. Son mejor los puentes que las fronteras. 

Ya que hablamos de política, ¿cómo contempla el panorama?

Vaya por delante mi gran respeto a las personas que dedican su vida a los asuntos públicos, pero a veces ve uno que si en lugar de mirarse unos a otros, miraran juntos al pueblo al que tienen que ayudar, piensa uno que las cosas irían un poco mejor. El que pasa hambre no es de un partido ni del otro, sino que es una persona que tenemos que ayudar entre todos. Lo mismo en sanidad o educación. Se requiere un esfuerzo común.

¿Qué mensaje lanzaría a la sociedad española ante los retos que se presentan?

Muy claro. Pase lo que pase, confiad en las personas… (silencio) y en Dios. Sin confiar en las personas no se puede hacer nada. Se puede opinar distinto. Hay diferencias esenciales y otras de opinión, pero por eso no se debería dejar de valorar a quien piensa distinto a ti, ya sea un juez o alguien que es del Atleti. Y estar más abiertos para aprender que para criticar.

¿Es usted futbolero?

Sí, sí. Me gusta seguir los resultados del fin de semana, pero cuando pierde el Atleti, del que soy seguidor, no me quita las ganas de cenar. En Sevilla fui a ver partidos de los dos equipos, pero nunca el derbi. Solía ir una vez por temporada al Sánchez Pizjuán y otra al Benito Villamarín, habitualmente cuando jugaba el Valladolid. Lopera (presidente del Betis) una vez me dijo: «Está invitado cuando quiera, pero por favor, no venga el día que nos visita el Valladolid, porque siempre nos empata o nos gana» Y lo dijo todo convencido, como si mi presencia allí supusiera que rezara yo más por el Valladolid.