Maniático, fetichista y misógino

J. V. (SPC)
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El cineasta tenía debilidad por las rubias, además de ser muy pulcro con su trabajo

Al genio del suspense, Alfred Hitchcock (Londres 1899-Los Ángeles 1980) le gustaba firmar sus obras con cameos. Una pequeña diversión y travesura que hacía para que la figura -e imagen- del director permaneciese en el tiempo en sus trabajos. O al menos eso era lo que afirmaba. 

Bromas aparte, el británico nacionalizado estadounidense tenía varias obsesiones y fetiches, como lo demuestran  sus películas. Cintas como La ventana indiscreta, Sospecha, Vértigo, La sombra de una duda, Psicosis, Con la muerte en los talones, Los pájaros y así hasta 53 dan un ejemplo de una mente clarividente, pero también maniática.

Según apuntan sus biógrafos, e incluso su única hija Pat Hitchcock O`Connell en su libro Alma Hitchcock: la mujer tras del hombre (2003), el director era una persona, en lo profesional, controladora, metódica y planificadora hasta el último fotograma. 

En lo personal, Hitchock tenía fama de prepotente y misógino. Dicen que le encantaba ser adorado, además de ser el centro de atención.

En cuanto a las mujeres, el cineasta tenía una ferviente y extraña debilidad por las actrices rubias o por las nórdicas, como él las llamaba, porque las consideraba misteriosas a la vez que frívolas, y, según él, eran mucho más fáciles de fotografiar en blanco y negro y de resaltar su estilismo que en el caso de las morenas. Tal era su amor por este tipo de mujeres que sus protagonistas en sus películas tenían que ser todas rubias, y sino se teñirían, como lo tuvieron que hacer Madeleine Carroll, Joan Fontaine o Ingrid Bergman.

Y, sobre todo, tenía que sentir que podía moldear a su antojo a su musa: «Debo tener en cuenta si es la clase de chica a la que puedo dar forma como la heroína de mi imaginación. Debe tener verdadera belleza y juventud», expresó en una ocasión Alfred Hitchcock.

Así, sus chicas fueron sus musas y también su inspiración. Joan Fontaine, en Rebeca, Ingrid Bergman, en Recuerda, Grace Kelly, en La ventana indiscreta, Vera Miles, en Falso culpable, Kim Novak, en Vértigo o Janet Leight, en Psicosis son algunos ejemplos de su colección de encantadoras rubias de la interpretación tamizadas por la mirada del genio.

A pesar de que crítica y público nunca cuestionaron el talento descomunal del cineasta, Hitchcock nunca llegó a conseguir un Oscar, ni tan siquiera el honorífico, y eso que estuvo nominado en cinco ocasiones a mejor director por Rebeca, Naúfragos, Recuerda, La ventana indiscreta y Psicosis. Esa fue su particular lucha con Hollywood. Una afrenta que nunca olvidó.