La soledad de la estación

Ical
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Las líneas interurbanas de autocares se vacían y Fecalbus reclama medidas urgentes para la supervivencia del sector

Autobús de línea desde Valladolid a Tudela de Duero - Foto: Eduardo Margareto

“Nos vamos. Es la hora”. Son las diez en punto de la mañana y en el autobús de línea que cubre la ruta entre Valladolid y Tudela de Duero solo está Gonzalo, su conductor, un ‘pata negra’ del volante con millones de kilómetros recorridos y que este verano tiene previsto jubilarse tras 44 años de trabajo transportando personas.

La estación vacía. Como reconocía un empleado, estos días parece el escenario de una película de terror en la que se vaticina el fin del mundo. Todos los establecimientos cerrados, ningún viajero en los andenes y sólo media docena de ‘sin techo’ cobijados en el vestíbulo.

Antes de hacer esta línea, a las ocho, Gonzalo cubre el trayecto entre Montemayor y Valladolid con un solo viajero: “Son días complicados para todos, pero nosotros tenemos que seguir al pie del cañón como servicio público”.

Autobús de línea desde Valladolid a Tudela de DueroAutobús de línea desde Valladolid a Tudela de Duero - Foto: Eduardo Margareto

En menos de tres minutos, el Linecar de Gonzalo ya está en la plaza Circular, la primera de las paradas establecidas y en las que no se ve ni un alma. La situación se repite en la calle San Isidro, en el polígono de San Cristóbal y en las sucesivas paradas de La Cistérniga y el polígono de La Mora. El trayecto se completa sin viajeros. “La única ventaja de estos días es que conducir es una bendición, no hay nadie en doble fila, aunque realmente estoy deseando volver a la rutina y a los atascos”, confiesa. Un día normal el trayecto se cubre entre 40 y 45 minutos, esta mañana en menos de media hora.

Este veterano conductor tiene claro el riesgo que corre, pero también recalca que no tiene miedo al contagio. “Desde que comenzó todo esto, lo que más echo de menos es poder visitar a mi nieto de 16 meses, pero ahora toca que cada uno se quede en su casa”.

La incertidumbre que estos días acompaña a Gonzalo es compartida por los 3.000 trabajadores de las 600 empresas de transporte de viajeros repartidas por la Comunidad y asociadas en la Federación Castellano y Leonesa de Transporte en Autocar (Fecalbus). Su presidente, Gerardo Salgado, reconoce que la situación es muy delicada para el sector y pide a las administraciones la puesta en marcha de medidas que compensen las pérdidas que están sufriendo las empresas.

Autobús de línea desde Valladolid a Tudela de DueroAutobús de línea desde Valladolid a Tudela de Duero - Foto: Eduardo Margareto

Salgado, además de reclamar a la Junta el pago de los 12,5 millones de euros que adeuda al sector correspondiente al pasado año, también solicita que se articulen medidas para que se puedan cobrar los servicios de transporte escolar. En este sentido, argumenta que aunque se apliquen expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), las empresas que sólo se dedican al transporte escolar y a servicios discrecionales se han quedado sin ninguna fuente de ingresos, pero deben seguir haciendo frente a las inversiones y al pago de préstamos.

Además, Salgado pide que se revise los actuales servicios, ya que a pesar de la reducción del 25 por ciento de los servicios impuesta en el transporte interurbano, y de que la capacidad de los autobuses se ha reducido a una cuarta parte de sus plazas reales, desde la aplicación del estado de alarma no se se cubren ni el 20 por ciento de las plazas.

Aunque reconoce que en estos momentos lo primero es la salud pública, Salgado también aprovecha para criticar la falta de coordinación de las administraciones, “ya que mientras las autoridades sanitarias recomendaban que no se utilizara el transporte público, nadie tomaba medidas restrictivas”.

 

Regreso

A las once en punto Gonzalo se vuelve a poner en marcha. El panorama no cambia mucho. En la primera parada, en la carretera de La Parrilla, al lado de la ermita del Santo Cristo de las Angustias, sigue sin haber viajeros. “Ayer, en toda la jornada, sólo recogí 15 y hoy parece que vamos por el mismo camino”, se lamenta el chófer.

Con una exclamación celebra su primera pasajera del viaje en la parada de la calle Cervantes. Se trata de Marisol, una mujer de mediana edad que reconoce que se desplaza por motivos laborales. “No es agradable, pero mientras no me digan lo contrario en la empresa, tengo que seguir trabajando”.

Otras siete personas se suben en la parada de la calle 1 de Mayo, mientras Gonzalo recuerda a los viajeros la necesidad de guardar la distancia de seguridad. Sólo el susurro de una conversación por el móvil de una pasajera sentada en la parte de atrás y el ruido de los intermitentes rompe el silencio sepulcral, hasta que Gonzalo conecta una emisora musical. “Es lógico. Ahora la gente tiene menos ganas de reírse y va más callada”.

Entre los pasajeros también se encuentra Mauricio que, al igual que Marisol, también confiesa que no le queda otra. “Padezco leucemia y tengo que pasarme por el Clínico a recoger unas pastillas. Sé el riesgo que corro en mi situación, pero también sé que tengo que seguir un tratamiento para luchar contra mi enfermedad”.

Media hora después, y tras parar en la calle San Isidro, en la plaza Circular y en la plaza Madrid, Gonzalo aparca su autobús en la dársena de una estación que sigue igual de desangelada. Un puñado de transeúntes y ni rastro de viajeros. A excepción del miércoles, cuando efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) acudió a desinfectar la instalación.