Juan Agapito y Revilla, un gran erudito

Jesús Anta
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No hubo asunto relacionado con Valladolid desde el punto de vista histórico, arquitectónico o artístico que se le resistiera. Su vertiente investigadora le llevó a ser en una especie de Indiana Jones local. Rescató el olvidado plano de 1738

Juan Agapito y Revilla, un gran erudito - Foto: 'Las calles de Valladolid'

Sin duda, Agapito y Revilla fue un erudito en todo el sentido del término. Pocos vallisoletanos habrán investigado, escrito y opinado sobre tantos y tan  variados asuntos de la ciudad. Por no citar cuantos artículos escribió sobre los pueblos de la provincia y aún de Castilla (la Vieja en su época). Arquitecto municipal desde 1900 hasta su jubilación, destacó como historiador y crítico de arte. Formó parte de diversas instituciones que abarcan desde el Patronato del Museo Nacional de Escultura hasta la Academia de Mont Real de Touluse, pasando por las academias nacionales de Bellas Artes y de Historia, entre otras, amén de impulsor de la Semana Santa vallisoletana.

Sus conocimientos le llevaron a ser nombrado delegado regio de Bellas Artes y también arquitecto del entonces Ministerio de Instrucción Pública. 

Nació en Valladolid en 1867 y falleció en diciembre de 1944, y no hubo asunto relacionado con Valladolid desde el punto de vista histórico, arquitectónico o artístico que se le resistiera. Podemos decir de él que nada de Valladolid le fue ajeno.

Juan Agapito y Revilla, un gran eruditoJuan Agapito y Revilla, un gran eruditoSu vertiente investigadora le llevó a convertirse en una especie de Indiana Jones local, entre cuyos hallazgos destaca, sin duda, el rescate del olvidado plano de Valladolid de 1738, conocido como el Ventura Seco. Un plano que aporta una información de oro del Valladolid antiguo.  No solo le localizó debajo de una mesa, sino que con sus ayudantes lo rehízo e interpretó para gozo de cuantas personas quieran conocer el urbanismo y la historia de la ciudad. Igualmente tuvo protagonismo en localizar la imagen de la Piedad o Quinta Angustia, de Gregorio Fernández, que se daba por perdida a raíz de la Desamortización: pero no, el la localizó en la iglesia de San Martín.

No destacó especialmente como arquitecto de lápiz y papel, a excepción de la iglesia de la Pilarica, abierta al culto en 1907. Pero su mano también está, por ejemplo, en los pedestales de los monumentos al Conde Ansúrez, a Zorrilla y a Colón, y algunas restauraciones como la que se acometió en el Castillo de la Mota, de Medina del Campo. Una mano muy bien dotada para el dibujo y la pintura, pues incluso se presentó a diversas exposiciones en sus años más mozos.

Hasta que obtuvo la plaza de arquitecto municipal trabajó para los ayuntamientos de Zaragoza y Palencia, donde dejó un recuerdo notable, como es el Mercado de Abastos. También de Palencia escribió sobre su catedral una monografía considerada en su día la mejor de las de su género y, además, aprovechó para dar una lección sobre las distintas escuelas de arquitectura cristiana.

Con el principio del siglo comienza dar documentadas conferencias y a publicar en prensa artículos sobre arquitectura e historia, y en el boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones sobre arte y viajes. En esos artículos trató sobre los más variopintos monumentos: la iglesia de San Juan de Baños, la de San Cebrián de Mazote,  las Huelgas Reales de Burgos, etc. etc.

Sus artículos se han recogido en diversas publicaciones y entre los libros que llevan su firma destacan el insustituible ‘Las calles de Valladolid’, y también su libro último: ‘La pintura en Valladolid’, que vio la luz un año antes de su fallecimiento.